viernes, 29 de junio de 2007

Historia de Sugaru, servidor del Emperador

El Emperador Yûryaku, para librarse del cortesano impertinente que estorba su amor en una noche de tormenta, lo manda a capturar el trueno. Sugaru emprende sin chistar la tarea, logra a fuerza de gritos que el trueno baje a tierra y, con ayuda de un sacerdote, lo lleva en palanquín ante el Emperador. El resplandor del trueno al salir del palanquín llena de espanto al soberano, quien lo devuelve al lugar donde fue prendido y que desde entonces se llama Ikazuchi no Oka, Colina del Trueno.
           Al cabo de los años Sugaru muere y la voluntad imperial graba en su tumba: “Aquí yace Sugaru, que atrapó el trueno”. Desde el cielo el trueno lee esas palabras, monta en cólera y se lanza con toda su fuerza contra la tumba pero, al intentar destruirla, queda atrapado en una grieta. La voluntad imperial puede liberarlo de la roca, pero no de los siete días en que anduvo el trueno como alma en pena por la tierra.
           Unas palabras se añadieron a las ya escritas, en la tumba reconstruida: “Aquí yace Sugaru, que atrapó el trueno en vida y después de muerto.”

(La “Historia de Sugaru, servidor del Emperador”, es la primera de las Historias milagrosas de retribución kármica del bien y del mal en Japón, Nihonkoku genpo zen'aku ryoiki, compiladas por el monje Kyokai a principios del siglo IX y mejor conocidas como Nihon Ryôi-ki.)

jueves, 28 de junio de 2007

Otra luna de entonces

En el lapso de quince días de 1200, para participar en una comisión imperial a la que con muchos esfuerzos había logrado hacerse invitar, Fujiwara no Teika escribió la Centena de la Era de Shôji, que contiene algunos de sus poemas más conocidos. Traduzco el número 47 de la serie:

           思ふことまくらもしらじ秋の夜のちじにくだくる月のさかりは。
           omou koto makura mo shiraji aki no yo no
           chiji ni kudakuru tsuki no sakari wa


           Ni mi almohada
           en la noche de otoño
           sabe qué pienso,
           deshecho en mil pedazos
           bajo la luna en flor.

Tal vez sean excesivamente literales las siete sílabas finales: ¿tsuki no sakari es metáfora de la lengua o, como me inclino a pensar, del poeta? ¿Habría que decir sencillamente “la luna llena”? No es difícil escuchar los ecos del poema de Oe no Chisato que Fujiwara no Teika eligió para el Hyakunin Isshu:

           月見れば千々に物こそ悲しけれわが身ひとつの秋にはあらねど
           大江千里
           tsuki mireba chiji ni mono koso kanashikere
           waga mi hitotsu no aki ni wa aranedo

           Viendo la luna
           mil y mil cosas pienso
           que me entristecen
       —quien recibe el otoño
       no soy yo solamente.

martes, 26 de junio de 2007

Una almohada en dos mundos

Takaatsu Yanagihara, comentando la Luna en la hierba que le envié, me escribe: “¡Duro debe de haber sido el trabajo de seleccionar!” La verdad es que no. No elegí los poemas (mejores, más famosos, más representativos) para luego traducirlos; fui traduciendo lo que se dejaba traducir: lo que podía salir bien en español, acomodándose a la forma fijada y sin traicionar el sentido del original. Los años de práctica desarrollan la intuición, y hay cosas que ni se intentan. A veces nos equivocamos, claro, y lo que parecía un paseo resulta un berenjenal. O sencillamente no sale. Así este poema de Minamoto no Sanetomo, alto poeta y tercer shogún de Kamakura, que parecía tan fácil de resolver y se ha quedado a medias:

     あかつきの夢の枕に雪つもりわが寝覚訪ふ峰の松風
      源実朝

     akatsuki no yume no makura ni yuki tsumori
     waga nezame tou mine no akikaze


     En la almohada
     del sueño, al alba, nieve
     acumulada.
      Desperté. En la cumbre,
      el viento entre los pinos.

El kaminoku (en español los tres primeros versos) no presenta, en principio, dificultades: la traducción es literal. Pero sólo en principio, porque tenemos el problema de la almohada. Esa palabra árabe, airosa y henchida, que llena la boca y da un gusto casi pecaminoso pronunciar, evoca inevitablemente unos objetos mullidos que invitan a las delicias de la indolencia y el abandono. Piensa uno en plumas de ganso, y en blancas inmensidades, como campos nevados. Pero la makura japonesa es otra cosa: es de madera y dura y rigurosa, como esa k que cae, katana sobre el cuello, en mitad de la palabra y el sueño. La makura del shogún no es para hundir en ella la cabeza, sino para despertarse al borde del alba.
       Es lo que quiere decir la expresión nezame: despertar antes del alba; waga nezame tou: "al despertar, me visitó..." El problema está en el verso final, que es frase hecha, un tópico de la antigua poesía japonesa: mine no matsukaze, “viento entre los pinos de la cumbre”. ¿Cómo meter eso en siete sílabas? ¿Y cómo transmitir la alusión al sonido del viento, clara para el lector japonés avezado? Hay algo más: matsu quiere decir pino pero también “esperar” y el viento entre los pinos es desolado y triste. Un capítulo del Genji y una pieza de teatro llevan ese nombre. En la poesía china había dos tipos de cadencia musical: “lluvia de otoño”, fuerte, rápida e intermitente, y “viento en los pinos”, suave y constante. Así se llama también una famosa pieza de shakuhachi.

lunes, 25 de junio de 2007

Pesca con cormoranes en el río Uji


De origen chino, la pesca con cormoranes se practica en Japón por lo menos desde la era Heian, según dan prueba el Kagerô Nikki y otras obras, y tal vez antes. Como tantas actividades del Japón antiguo, ha perdido sentido económico pero, resuelta en atracción turística del verano, conserva cierta atmósfera ritual. Puede verse en muchos lugares, en fechas variables; en el río Uji, desde julio hasta septiembre.
           Al crepúsculo, a la luz de las antorchas, las barcas pescadoras salen al río y lanzan al agua las aves. Los cormoranes, sujetos a la barca con tiras de fibra de cedro largas de tres metros (te-nawa), se sumergen y, tras capturar la presa, vuelven a la superficie y la engullen entera, siempre empezando por la cabeza. Si es convenientemente grande, el pescado no llega al estómago de las aves, pues un cordel de cáñamo (kubiyubi) les cierra la base del pescuezo, donde lo alojan hasta que el pescador (en Uji son pescadoras) lo obliga a soltarlo.
           La pesca con cormoranes se llama en japonés ukai: y así también, por razones evidentes, la explotación de los trabajadores.

(Aprovecho aquí en parte un artículo de Nipponia.)

Japón en Nueva España II

La siguiente mención aparece dos años después, cuando Chimalpahin da noticia del regreso de Rodrigo de Vivero, Gobernador de las Filipinas que en el tornaviaje a Nueva España, una vez terminado su encargo, había naufragado frente a las costas de Japón.

El lunes 15 de noviembre de 1610 entró a la ciudad de México don Rodrigo de Vivero, procedente de Japón, junto a la China; el dicho don Rodrigo había ido a la China, a la ciudad de Manila, para gobernar allá, y era sobrino del señor virrey don Luis de Velasco. Se había extraviado en el mar mientras regresaba a México, y perdió todo el cargamento, pero una tempestad los arrojó a las costas de Japón; llegó don Rodrigo ante el emperador de Japón, conversó con él y se hizo su amigo, a tal grado que el emperador le prestó toda la riqueza que don Rodrigo trajo a México, y trajo además consigo a algunos japoneses. A México había llegado la noticia de que don Rodrigo había muerto en el mar después de salir de Manila, pero ahora, un año después, ha vuelto a aparecer y ha llegado a México; llegó a México él solo, pues dejó por el camino a los japoneses que traía consigo desde Japón, los cuales avanzaban más despacio, ya que, después de desembarcar en el puerto de Acapulco, don Rodrigo se les adelantó.

No fue, desde luego, del emperador de Japón de quien “se hizo amigo” Vivero, sino del shogun Tokugawa Ieyasu, a quien le presentó unas Capitulaciones que Ieyasu suscribió y habrían podido ser el primer tratado comercial entre Japón y Nueva España, si hubieran tenido efecto. (El documento, con otros igualmente interesantes, puede leerse en la edición que hizo en 1993 el Museo de la Sal y del Tabaco de la Relación y Noticia del Reino de Japón escrita por Vivero a su regreso, y que incluye la traducción al japonés hecha por Kishiro Ohgaki. También la recogen otras obras; por ejemplo, la de Juan Gil, Hidalgos y samurais. España y Japón en los siglos XVI y XVII, Alianza Editorial, 1991.)

sábado, 23 de junio de 2007

Japón en Nueva España

El insigne historiador Domingo Francisco de San Antón Muñón Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin (1579—1660), descendiente de los señores de Chalco, tradujo al náhuatl la Historia de las conquistas de Hernando Cortésde Francisco López de Gómara y compuso en español un conjunto de crónicas y relaciones imprescindibles para la historia del México prehispánico. Apenas en 1971 se descubrió el Diario de Chimalpahin, un libro interesantísimo que registra la vida pública de la ciudad de México entre 1577 y 1615; se publicó en 2001, en una edición que tiene el mérito de haber reconstruido, paleografiado y traducido del náhuatl un manuscrito disperso en bibliotecas de París y México, pero el inconveniente de salir a la luz pública muy desapercibida de aparato crítico.
El nombre de Japón aparece varias veces en el
 Diario. La primera, en una entrada que se refiere a los mártires de Nagasaki:

El 7 de diciembre de 1597, segunda dominica de adviento, fray Juan de Castillo anunció durante el sermón que en la China habían muerto seis religiosos descalzos hijos de San Francisco. Murieron aspados, con las manos clavadas en una cruz, en la provincia llamada Japón; y otros cristianos que eran japoneses también murieron, pues los mataron juntos; esto se hizo por órdenes del emperador del Japón. (pp. 71-72)

No está claro si es el padre en el púlpito o el el escritor en su mesa quien considera a Japón provincia de China, pero la confusión es habitual en la época. Llama la atención también que no se mencione sino a seis de los mártires, entre los veintiséis crucificados, y que entre ellos no se destaque al mexicano Felipe de Jesús. El nombre no aparece tampoco en la entrada que, un año después, abunda en la noticia:

El domingo 6 de diciembre de 1598, por la tarde, llegaron los restos de los padres descalzos que habían muerto en Japón, en tierras de la China, por la tarde llegaron los religiosos trayendo en hombros las cajas donde venían [los restos]; y todos los religiosos que había en México fueron a San Diego a recibirlos. Luego se hizo una descarga de arcabuces, y cuando la escucharon allá en San José, colgaron cuatro lienzos con pinturas en la iglesia; todos fueron a mirarlas y admirarlas, españoles y naturales. Allá se pusieron las pinturas en los muros de San José, por indicaciones de [Francisco de] Gamboa y de fray Juan [de Castillo], que entonces tenían a su cargo a los mexicas. …
(p.73)

¿Estaban, entre esos restos y esas pinturas, las de Felipe de Jesús?

definiciones: desapercibido

desapercibido, da.
1. adj. No apercibido.
DRAE

apercibir.(De percibir).
1. tr. Prevenir, disponer, preparar lo necesario para algo. U. t. c. prnl.
2. tr. Amonestar, advertir.
3. tr. Der. Hacer saber a la persona citada, emplazada o requerida, las consecuencias que se seguirán de determinados actos u omisiones suyas.
4. tr. Psicol. Percibir algo reconociéndolo o interpretándolo con referencia a lo ya conocido.
DRAE

jueves, 21 de junio de 2007

Hojas, hojas: un poema paso a paso

Vamos a empezar por el título. Normalmente no surgen por ahí los poemas, y más bien ocurre que el título sea lo último que llega, a veces incluso mucho después que lo demás. Pero por ahí quiere uno que el lector entre. Ungaretti escribió que el título es (o debería ser, ya no me acuerdo) el primer verso de un poema. No es del todo cierto: con frecuencia son francamente prescindibles. Otras veces nos dan claves de lectura. Así en este caso. (Claro que las claves de nuestros títulos son, ay, mucho más imprecisas e insuficientes que las de los músicos. Antes de leer el poemita siguiente debería decir algo como: “lentísimo, con mucha resonancia”.)
     Una sola palabra. Esdrújula, ancha y frondosa, suficiente y oronda, con seis letras al aire —en medio, el fruto gordo de la o— colgando a la derecha de esa inicial tan bien plantada. Hay que decirla despacio, con claridad, con amplitud, con aire:

          Árboles.

Nada más. Luego, la primera línea, que no quiero todavía llamar verso, se parte en dos: dos palabras, una como descolgándose de la otra, lo mismo que una hoja de la rama.

          Hojas,
                       hojas.


(En japonés, lengua que entonces ignoraba del todo pero el poemita ya intuía, palabra se dice kotoba y se escribe con dos caracteres: uno significa decir y el otro hoja. Analogía que acaso sea universal: a las palabras se las lleva el viento, etc.) Luego hay un espacio, un silencio, donde las hojas meramente están, suspendidas. Hojas: palabras. Que no dicen nada, de las que no se dice nada, salvo su multiplicidad. No son una, son varias, posiblemente muchas, en todo caso sin cuento. Suspendidas, en silencio.
     Y tras el silencio, una línea a medias, que se queda también suspendida:

          Sobre la superficie

¿Qué superficie? Quién sabe, lo único es que está debajo; ¿de qué? Quién sabe; de esas hojas, quizá. Pero la línea no termina: hay un encabalgamiento (a mí hay encabalgamientos que me emocionan mucho; por ejemplo, los de la primera estrofa de The Waste Land: “breeding… mixing…”, y hasta te diré que un buen puñado de poemas míos han salido de las fisuras entre esas líneas, verdaderos golfos), tras el encabalgamiento, decía, una pequeña sorpresa, un pequeño golpecito, como de hoja en el agua: la palabra

          honda,

que (en todo hay que fijarse) rima con la palabra hojas y hasta comparte con ella una letra que, aunque muda, bien que vemos y bien que la define, porque si no esa honda sería onda, y aquí no hay tal. Lo que repercute y resuena es inmóvil y silencioso. Al mismo tiempo, es una palabra que se opone precisamente a aquella a la que está calificando: hondo es lo contrario de superficial, hondura es lo contrario de superficie. Una paradoja mínima, atenuada quizá porque, por otro lado, la rima de honda, es decir hoja, “rima conceptualmente” con superficie: una hoja tiene dos lados, no tres, es decir dos superficies, no (casi no, pues) un cuerpo. No hay superficies espesas u hondas. Salvo que se trate de un espejo, claro, superficie que se ahonda, espacio de dos dimensiones abiertas a tres. Aquí se trata de eso: de un espejo. Quizá un espejo de agua, otra cosa sería muy rara. Ahora bien: para que el agua sea espejo tiene que ser la de un río en remanso o la de un lago no muy grande o, mejor, la de un estanque. Sin viento. Sin ondas. Superficie impasible, lisa y por eso honda,

          como si nada,

(La expresión "como si nada" se aplica normalmente a personas, tal vez a animales domésticos, nunca a objetos inanimados. Se me quedó viendo como si nada. Pero ya dijimos que la superficie es impasible, y según el DRAE quisimos decir "1. Incapaz de padecer o sentir. 2. Indiferente, imperturbable.") ¿Y luego, qué? ¿Qué pasa sobre esa superficie tranquila?

          no cae ni un alma.

O sea: no pasa nada. Pero vayamos despacio. Estábamos viendo unas hojas, colgadas de su rama, y una superficie honda, y ahora resulta que lo que “no cae” es “ni un alma”, es decir que lo que podría caer sería un alma. Se trata de una asimilación por contigüidad: hojas son almas, que aquí parte de la frase hecha “no hay ni un alma”. Llega el pintor a la galería que expone sus cuadros y no ve a nadie: “no hay ni un alma”.

come d'autunno sugli alberi le foglie

La asimilación de las personas a las hojas es humildad antigua y fecunda. Está, claro, en el inmenso Homero: "Los hombres se suceden unos a otros como las hojas de los árboles; tal es la vida del cuerpo. La del alma durará siempre". Y está en el mínimo Ungaretti:

          Soldati
          Bosco di Courton, luglio 1918

          Si sta come
          d'autunno
          sugli alberi
          le foglie.

     No estaría mal que al lector le vinieran a la cabeza esas dos citas. Ante todo porque son gran poesía, que siempre ilumina, y ya sería ganancia para el que lea, aun si no hallara otra. Pero también porque así podría advertir un detalle. Homero asimila las personas a las hojas, para oponerlas a las almas. Ungaretti no se mete con las almas: simplemente habla de las vidas. En el poemita que estamos viendo las almas están asimiladas a las hojas y, como decíamos, “podrían caer”. Lo cual suena más cristiano que griego. Fíjemonos, además, en la rima (las buenas rimas no son sólo sonoras) alma / nada. Eso es una alma que cae: un alma que se pierde, que pierde ser, camino de la nada.
          Silencio. Pausa. Luego otra vez, como al principio, “una línea que se parte en dos: dos palabras iguales, una como descolgándose de la otra, lo mismo que una hoja de la rama”:


          Flotan,
                         flotan


Dos palabras iguales otra vez y muy parecidas a las del primer verso (con el que rima; y ahora sí podemos llamarlo verso: un verso es una línea en serie rítmica con otra): de dos silabas, con las mismas vocales. Un verbo en plural. El sujeto son, podemos suponerlo, las almas que son hojas. Pero en todo caso es otra vez una línea encabalgada. (Encabalgamiento: inminencia: ese es, de algún modo, el tema del poema. ¿O eso es la poesía misma?)
     La línea que sigue es la final:

          sobre las aguas.

La primera palabra es una repetición: sobre, con lo que podemos decir que la rima no es sólo del verso anterior con el primero, sino que se prolonga hasta aquí: Hojas, hojas. Sobre la// Flotan, flotan/ sobre las. (¿No es demasiado, es decir demasiado poco? Bueno, sí, de eso se trata: de la inminencia... ) El final es nuevo: las aguas. En plural: no el agua, sino las aguas. Referencia al libro del Génesis, por supuesto, pero también a Gorostiza, hacia al final de Muerte sin fin (“y solo ya, sobre las grandes aguas,/ flota el Espíritu de Dios...”), y sobre todo cita de Gabriel Zaid (Acata la hermosura: "O suéltate, quizá,/ como el Espíritu/ fiel sobre las aguas"). Alusión levemente irónica: no cae ni una hoja, hay una paz de antes de la Creación. El poemita, ahora sin interrupciones, dice así:

          Árboles

          Hojas,
                         hojas.

          Sobre la superficie
          honda, como si nada,
          no cae ni un alma.

          Flotan,
                           flotan
          sobre las aguas.




martes, 19 de junio de 2007

Del Hyakunin Isshu: Fujiwara no Kinto (966-1041)




















Los lectores del Genji y el Libro de la almohada saben que componer un poema, en esa sociedad cortesana, suponía más capacidades que las verbales. La elegancia de la caligrafía y la correspondencia del papel elegido con los tonos de la estación eran inmediatas en la apreciación del destinatario y definitivas en su juicio. La literatura y las estampas prodigan escenas en que los personajes, a solas y en silencio, escriben o leen cartas en prosa y verso, y en los museos japoneses es habitual ver largas filas de lectores que siguen calladamente, con asombro paciente, los caracteres de un sutra o las imágenes de un rollo historiado. En una sociedad tan delicadamente silenciosa, solemos olvidar que se escribe siempre para la voz.
Murasaki Shikibu describe en su Diario el banquete que Fujiwara no Michinaga, secretario imperial y verdadero poder tras el trono, ofreció para celebrar el nacimiento del príncipe que su hija, la consorte y futura Emperatriz Shoshi, le daba al Emperador Ichijo. Murasaki, como las otras damas de la corte que atendían a los comensales, había compuesto un poema para la ocasión. Pero vaciló, como las demás, cuando vio aparecer entre los invitados al Gran Consejero Fujiwara no Kinto, célebre compilador del Wakan Rôei Shû y arbiter elegantiarum de la sociedad literaria Heian: “No me preocupa tanto que el poema sea bueno o malo, pero no creo que pueda recitarlo en su presencia sin que la voz me tiemble.”
El pasaje nos recuerda que un poema es ante todo un hecho verbal y que la escritura es siempre —malgré Derrida— la huella y el camino de una voz. La voz de un autor, después transfigurada en la voz de la tradición. Cabe suponer que Fujiwara no Teika pensaba en algo parecido cuando eligió, para representar a Kinto en el Hyakunin Isshu, un poema que se refiere a la supervivencia de la voz de una cascada extinta cuyo nombre todavía se escucha. Que los dos poemas contiguos en la antología, en contrapunto con éste, estén escritos al borde de la muerte y frente al más allá, y que en las copias de la tercera antología imperial se lea hilo (ito) en lugar de sonido (oto) apoyan esta idea. ¿Qué es la tradición sino una cuerda?

滝の音は 絶えて久しく なりぬれど
名こそ流れて なほ聞えけれ
taki no oto wa taete hisashiku narinuredo
na koso nagarete nao kikoekere


Cesó hace mucho
el son de la cascada,
resuelto en nada
—pero su nombre fluye
y no deja de oírse.

lunes, 18 de junio de 2007

definiciones: margen

margen.
(Del lat. margo, -ĭnis).
1. amb. Extremidad y orilla de una cosa. Margen del río, del campo.
2. amb. Espacio que queda en blanco a cada uno de los cuatro lados de una página manuscrita, impresa, grabada, etc., y más particularmente el de la derecha o el de la izquierda. U. m. en m.
3. amb. apostilla.
4. amb. Ocasión, oportunidad, holgura, espacio para un acto o suceso. U. m. en m.
5. amb. Com. Cuantía del beneficio que se puede obtener en un negocio teniendo en cuenta el precio de coste y el de venta.
~ de sílaba.
1. m. Fon. Unidad fónica que precede o sigue al núcleo silábico y que se caracteriza por ser más cerrada que este.
al ~.
1. loc. adv. U. para indicar que alguien o algo no tiene intervención en el asunto de que se trata. Dejar, estar, quedar al margen DE un asunto.
a media ~.
1. loc. adv. Con espacio en blanco que comprenda la mitad longitudinal de la plana impresa o manuscrita.
andarse por las márgenes.
1. loc. verb. Detenerse en lo menos sustancial de un asunto, dejando lo más importante.

definiciones: yodo

yodo.
(Del gr. ἰώδης, violado).
1. m. Elemento químico de núm. atóm. 53. Relativamente escaso en la corteza terrestre, se encuentra principalmente en el nitrato de Chile, en el agua del mar, concentrado en ciertas algas marinas y forma parte de la estructura de las hormonas tiroideas. De color azul violeta y muy reactivo, se sublima fácilmente, desprendiendo vapores azules y olor penetrante; se usa como colorante, como reactivo en química y fotografía, y en medicina como desinfectante. (Símb. I). DRAE