domingo, 28 de octubre de 2007

Cada vez otra vez es la primera

En un libro reciente y pronto polémico (ジパングと日本, Jipangu to Nihon, Yoshikawa Kobunkan, 2007), Setsuko Matoba postula la hipótesis de que el Cipango a que se refiere Marco Polo no está en el archipiélago japonés sino en las Filipinas. Uno de sus argumentos es que la célebre descripción de tierras que “poseen oro en abundancia, ya que las fuentes del país son inagotables” no puede corresponder a Japón, ya para entonces escaso en reservas. Es cierto; no lo es menos que el propio Marco Polo nunca supo dónde estaba el lugar que le contaban y que, desde que el misionero portugués Joao Rodrigues la identificó como el Jiponcoe de la voz china, a fines del siglo XVI, fue Japón el Zipangu que buscaron los navegantes occidentales, y es sin duda el que muchos encontraron. ¿Cuál no habrá pensado, ante la primera visión del Kinkakuji, que se encontraba milagrosamente en la isla que le decían al veneciano? Yo, que lo he visto ya muchas veces —y nunca a pleno sol ni bajo nieve— no dejo de admirarme cada vez como la primera.

(Un resumen de la discusión al respecto, en Medieval News.)

jueves, 25 de octubre de 2007

Otras hojas las flores en el árbol

Al final del “Repaso en forma de preámbulo” que sirve de presentación a Los privilegios de la vista (tomos VII y VIII de sus Obras Completas) Octavio Paz menciona, entre una serie de momentos privilegiados, “los tres minutos de recogimiento en Bashô An, la diminuta choza sobre la colina de pinos y rocas en las inmediaciones del templo Kampuji (sic), cerca de Kioto, en donde vivió Bashô una temporada”. La descripción es imprecisa: el Konpukuji se encuentra dentro de Kioto, y la choza, donde es incierto que Bashô haya residido, no está en las inmediaciones del templo sino en sus terrenos. No es importante, y la confusión es explicable para quien sólo ha estado de paso y escribe, de memoria y también de paso, años después. Se entiende también, porque en el pasaje no hay fechas, que Guillermo Sheridan, en su indispensable Poeta con Paisaje. Ensayos sobre la vida de Octavio Paz, caiga en el error de contar esos tres minutos entre los “pequeños goces” de que disfrutó el poeta en los meses, pocos pero abrumados de sinsabores, que pasó en Japón en 1952. Pero Paz no visitó el lugar durante su encargo diplomático en Tokio, sino en la única ocasión en que volvió al país, invitado por la Fundación Japón, en 1984. Lo refiere en una de las cartas a Pere Gimferrer que integran Memorias y palabras (Seix Barral,1999), y en un poema en que cada estrofa imita la forma de un haiku:

      BASHO AN

      El mundo cabe
      en diecisiete silabas:
      tú en esta choza.

      Troncos y paja:
      por las rendijas entran
      Budas e insectos.

      Hecho de aire
      entre pinos y rocas
      brota el poema.

      Entretejidas
      vocales, consonantes:
      casa del mundo.

      Huesos de siglos,
      penas ya peñas, montes:
      aquí no pesan.

      Eso que digo
      son apenas tres líneas:
      choza de sílabas.

Después de años de postergar la visita, en el otoño de 2007 mi amigo Horacio Gómez Dantés me llevó al Kompukuji. ¿Qué habrían escrito los dos poetas ante el árbol que vimos, cubierto de hojas prestadas, apenas desprendidas, tan encendidas todavía que semejaban flores?

martes, 16 de octubre de 2007

Desde entonces no deja de llover


It is still raining out there, originally uploaded by ionushi.

La vida y la obra de Ono no Komachi, única mujer entre los Seis Poetas Inmortales que nombra Ki no Tsurayuki en el prólogo del Kokinshû, es el origen de numerosas leyendas, del ciclo más importante del teatro Noh y de un número de obras de ficción y de estudios literarios que no deja de crecer. Célebre por su belleza, su carácter altivo, la tormenta de sus amores y la desolación de su vejez, Ono no Komachi se convirtió en un espectro, si no en la realidad, en las páginas de la literatura japonesa y la imaginación de los lectores. Poco se sabe con certeza de su vida, pero las guías turísticas aseguran que el templo Zuishin-in del distrito de Yamashina, en el sudeste de Kioto, fue su última residencia. Puestos a imaginar, imaginemos que ahí, donde tomé la foto de esta página, escribió el más conocido de sus poemas: el que divulga el Hyakunin isshu:

          花の色は   うつりにけりな   いたづらに   わが身世にふる   ながめせしまに
    
     hana no iro wa   utsurinikeri na   itadzura ni   waga mi yo ni furu   nagame seshi ma ni

          Desvanecido
    
     el color de las flores,
    
     ay, vanamente,
    
     envejecida, miro
    
     la lluvia interminable.

Tal vez no sea ocioso aclara que el color de las flores simboliza la lozanía de la poeta. La palabra iro 色 en japonés significa lo mismo color que sexualidad. Y "vanamente", en el original y en la traducción, se refiere lo mismo al color de las flores que a la ida de la autora. Por último (aunque hay más juegos verbales en el poema): también podríamos traducir al final: "miro interminablemente la lluvia".
           Otro poema, del que hablo en Luna en la hierba, dice:

           花の色見えで うつろふ物は 世の中の 人の心の 花にぞ有りける
    
      iro miede utsurohu mono wa yo no naka no hito no kokoro no hana ni zo arikeru

           Se desvanece
    
      un color sin ser visto:
    
      el de la flor
    
      que guarda el corazón
    
      de los hombres de mundo.

domingo, 14 de octubre de 2007

La geisha Tsumaikichi, luego Oishi Junkyo

En las fotografías de su juventud es hermosa con intensidad y sin estridencias. No tiene los adornos de su oficio pero sí los atributos de la edad y una sonrisa luminosa en los ojos. Ignoro cuándo adoptó, para aparecer en los escenarios, el nombre de Tsumaikichi; tenía diecisiete años cuando, en un acceso de rabia, el dueño de la casa de geishas a la que pertenecía (en el distrito de Horie, en Osaka) mató a cinco de sus compañeras y, con la misma espada, le cercenó los dos brazos. La arrastró el infortunio; se sobrepuso. Fue artista de vaudeville, contadora de cuentos y cantante; luego, tomando el pincel entre los labios, calígrafa y dibujante. Después de casarse (tuvo dos hijos de ese matrimonio) se mantuvo pintando kimonos.  Se divorció a los treinta y nueve años; a los cuarenta y cinco tomó los votos budistas, el nombre de Oishi Junkyo y dedicó su vida a copiar sutras, practicar la caligrafía, recordar a las víctimas y auxiliar a los discapacitados. Escribió también un buen número de libros. En abril de 1951 construyó el templo Bukkoin, en el antiguo asiento de un subtemplo zen del templo Kajuji, en lo que hoy es en Kioto el distrito de Yamashina. Murió el 21 de abril de 1983, a los ochenta y un años; otro 21 de abril había sufrido la agresión por la que perdió los brazos. A la entrada del Bukkoin hay un letrero del que tomo algo de lo que aquí digo.

De qué modo me escuchas,

no sabría decirlo, y sin embargo,
escribo estas palabras que quisiera
decirte. Sé que no vas a escucharlas
como yo ahora, y yo no sabré nunca
cómo con la voz mía que más quiero,
esa que ahora escuchas, te las digo.

De qué modo me escuchas, no sabría,
y es el modo lo único que busco:
no el modo de decir esto o aquello
sino el modo en que puedo, simplemente,
decir: esto o aquello, lo que escuchas,
la voz de mis palabras, no la mía.

Siempre huyendo de mí, siempre perdida,
es un acorde apenas, o una forma
que fluye recordando, hecha de olvido:
lo que escucho es la música apagada
que me impide ir oyendo lo que digo
y me hace decirlo en lo que escuchas.

Oración de agua absorta, lo que escuchas
habla como la fuente en la espesura,
como el viento en las hojas y la lluvia
que está afuera de pronto desde siempre
y está siempre pensando en otra cosa.
No sabría decirlo, sin embargo.



Alguien a quien no conozco me escribió después de toparse con este poema. Lo publiqué hace tanto tiempo (en la revista Vuelta, núm. 174, mayo de 1991, nunca en un libro) que la mayor parte de quienes visitan el blog no lo conocerán. Puede que, como a mí, les guste.

viernes, 12 de octubre de 2007

Sergio Pitol en Kioto


Finally here after so many dreams, originally uploaded by ionushi.

Sergio Pitol, que pasó veintiocho años fuera de México, vivió en tantos países y no ignora el Asia, pues pasó una temporada larga en Pekín, absurdamente no conocía Japón. Vino finalmente para discurrir, en una Sala de Actos del Instituto Cervantes que así se inauguraba brillantemente el 4 de octubre, sobre cómo el autor del Quijote se resuelve también mágicamente en un "tercer personaje" que cabalga, a la sombra de Quijano y su escudero, por la ancha geografía de España y la vasta posteridad de su novela. Eso dijo, o eso dicen que dijo quienes lo escucharon, porque no fuimos hasta Tokio y preferimos acudir a recibirlo a la estación de Kioto, acompañarlo después al Toh Ka Sai Kan (un restaurante chino malón, pero cuya arquitectura atrajo inevitablemente al recién llegado), y luego, por el camino de Pontocho y Sanjô, dejarlo a las puertas del Hiiragiya, donde tuvieron la enorme cortesía de darle la misma habitación en que solía hospedarse Yasunari Kawabata, y la mayor de mudarlo, dos días después, a la más amplia del ryokan, en el ala inaugurada el año pasado.

La fotografía está tomada dos días después, en la puerta este del Rengeôin, también conocido como Sanjûsangendô, y aún más como Templo de los Mil Budas, que son los que acabábamos de ver.

jueves, 11 de octubre de 2007

Dios, como siempre, está de más


The Visitor, originally uploaded by ionushi.

Sobre todo por sus Microgramas (1926 y 1940), es habitual contar a Jorge Carrera Andrade (Quito, 1903–1978) entre los poetas hispanoamericanos que han practicado con mejor fortuna el haiku, siguiendo a Tablada. Pero sus versos no están muy cerca de la sensibilidad japonesa. De ese libro recoge la Antología poética que Vladimiro Rivas Ituralde preparó para el Fondo de Cultura Económica (2000) este poemita:

     Lo que es el caracol

     Caracol:
     mínima cinta métrica
     con que mide el campo Dios.

Es variación de un haiku muy conocido de Issa Kobayashi (1763–1827):

       かたつぶりそろそろ登れ富士の山

       katatsuburi 
soro-soro nobore 
fuji no yama



     Caracol: ve,
     poco a poco, ascendiendo
     el Monte Fuji.

Al poema del ecuatoriano le sobran el título, la mínima cinta métrica y Dios. ¿Para qué querría, en Su omnisciencia, medir lo que fuera?

sábado, 6 de octubre de 2007

Héroes de la cultura japonesa


Of course gardens are not natural, originally uploaded by ionushi.

Los habitantes de la isla nos hacen preguntas curiosas a los extranjeros.
     —¿Y en México también hay cuatro estaciones?
     —Bueno, sí, como en todos lados.
Se nos quedan viendo con escepticismo, como si hubiéramos dicho que comemos con palillos o que profesamos el shinto. Y entonces, dependiendo del interlocutor y el pie con que nos hayamos levantado esa mañana, procedemos a matizar, claro, no es exactamente igual, o a extremar, ¿qué no sabes que la tierra es redonda?
     Que las cuatro estaciones ocurren en Japón de una manera más definida que en otros países, es cierto; que la sensibilidad japoneses es particularmente atenta al paso de las estaciones, también. Pero no por regalo de los dioses.
     Cultivons notre jardin, dijo Voltaire. Para que los cerezos florecieran por toda la isla en primavera, fue necesario primero cubrirla de cerezos: tarea tal vez de dioses, pero cumplida por hombres. Los cerezos más famosos de Japón, por ejemplo, los de las montañas de Yoshino, fueron plantados por el asceta peregrino En no Gyouja en el siglo VII. Los del parque de Ueno, los más populares para el hanami en Tokio, se plantaron allí por orden de los Tokugawa. Otros hombres fueron creando a lo largo de siglos la mayor parte de las especies japonesas de cerezo, que son hibridaciones artificiales.
     Antes de la época Heian, el árbol nacional de Japón era el ciruelo, que tuvo todavía un lugar central en el Man’yoshu. Ciento cincuenta años más tarde, a principios del siglo X, para compilar la primera antología poética imperial, el Kokinshû, Ki no Tsurayuki comisionó la escritura de poemas alusivos al cerezo: fue un paso decisivo para que en el alma de la nación ese árbol suplantara al ciruelo, símbolo chino.
     Otro tanto puede decirse del momiji: el arce japonés, que no se conoce casi sino en variedades cultivadas. En otoño, ver en los montes que rodean a Kioto un tapiz, como han hecho durante siglos los poetas, no puede ser más justo: la distribución de amarillos, ocres y rojos obedece a un diseño y se debe a la labor de jardineros.
     La sensibilidad japonesa a la naturaleza es una creación cultural; también lo es la naturaleza japonesa o, mejor dicho, lo que los japoneses entienden por naturaleza. No la selva —oscura, impenetrable, amenazante— sino el jardín. Por eso puede decirse que, como apuntó Paco Alcántara al comentar la foto que encabeza esta página, lo jardineros son the real heroes of Japanese culture.

martes, 2 de octubre de 2007

La luna será ahora de memoria

La semana pasada, durante el tsukimi, debí traer a cuento este poema de Minamoto no Sanetomo, pero no lo recordé hasta esta mañana, por una de esas asociaciones de ideas difíciles de explicar — y largas de contar. Es el número 420 en la edición del Kinkai wakashû (la colección de poemas de Sanetomo) preparada por Yoshimaro Higuchi para Shinchosha, Tokio, 1971.

     數ならぬ 身は浮き雲の よそながら 哀れとぞ思ふ 秋の夜の月
     kazu naranu  mi wa yukikomo no  yoso nagara aware tozo omohu aki no yo no tsuki

     Ay, yo no cuento,
     nube distante, suelta,
     a la deriva...
     —¡pero me mueves, luna
     de la noche de otoño!

Sigo, en esta traducción, la lectura de Higuchi(1), aunque tomándome una libertad mayor. Las palabras aware tozo omohu, que aparecen también en un poema del Genji Monogatari, quieren decir algo así como “pienso en ti y me conmuevo”, y podrían llanamente traducirse como “te amo”.

(1) 人の数にも入らない私だけれど、浮き雲のように遠く離された所からにせよ、秋の夜の月みたいに美しいあなたを、心からお慕いしております。