Con una cuerda anudada alrededor, la piedra, colocada justamente en el centro de una losa cuadrada, interrumpía la senda que conduce a la casa de te del Taizo-in (el más antiguo y más famoso de los 47 subtemplos que componen el Myoshinji, uno de los centros de la cultura zen en Kioto). Era extrañamente hermosa y, quizá absurdamente, pensé que se parecía a las oscuras piezas irregulares de la cerámica raku. Pensé también que debía tener algún sentido preciso, encerrar algún tipo de señal, y ese misterio —sin duda baladí— la volvía más interesante. Tomé la fotografía.
Meses después, alguien me reveló el secreto, en efecto trivial. Se trataba de una especie de kakkei (結界, けっかい): barrera entre el mundo cotidiano y un determinado ámbito espiritual. En este caso preciso indican, simplemente, que está vedado temporalmente el paso a la casa de té. Saber eso no hizo la piedra menos bella a mis ojos.
En el margen del río Yodo, que corre del Lago Biwa al puerto de Osaka, grabo unos trazos cambiantes. "Esto es lo malo de no hacer imprimir las obras: que se va la vida en rehacerlas", escribió Reyes. Esto es lo bueno de la vida: que corre. Como lo que aquí se publica no se imprime, se rehace.
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