Uno de los poemas que más me gustan del Man’yoshu (libro 17, 3896):
家にてもたゆたふ命波の上に浮きてし居れば奥か知らずも
ie nite mo tayotau inochi nami no ue ni ukiteshi oreba okuka shirazu
Aun en casa
vivimos vacilando;
sobre las olas,
en flotante morada,
quién sabe a dónde vamos...
Lo escribió un cortesano de Ôtomo no Yakamochi en noviembre de 730, cuando el Gobernador General de Kyûshû fue llamado a Kioto como Gran Consejero. Se refiere al temor ante la navegación inminente, pero me parece que expresa también una incertidumbre ancestral del alma japonesa, habitante de una isla inestable, azotada por las tifones, agitada por los temblores, temerosa de los volcanes.
En ese sentimiento puede encontrarse el origen de la visión japonesa de la naturaleza, y de muchas otras cosas en las que no voy a entretenerme hoy, porque lo que quiero es presumir la postal que recibimos de Brian Nissen, quién sabe si desde Nueva York o México o Barcelona, pues entre esos tres lugares se mueve, sin temor a la incertidumbre ni al viaje y dichoso de la vida mudable, como se ve.
En el margen del río Yodo, que corre del Lago Biwa al puerto de Osaka, grabo unos trazos cambiantes. "Esto es lo malo de no hacer imprimir las obras: que se va la vida en rehacerlas", escribió Reyes. Esto es lo bueno de la vida: que corre. Como lo que aquí se publica no se imprime, se rehace.
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