domingo, 30 de septiembre de 2007

De este lado, mirando, sin saber


A lesson we could not understand, originally uploaded by ionushi.

Con una cuerda anudada alrededor, la piedra, colocada justamente en el centro de una losa cuadrada, interrumpía la senda que conduce a la casa de te del Taizo-in (el más antiguo y más famoso de los 47 subtemplos que componen el Myoshinji, uno de los centros de la cultura zen en Kioto). Era extrañamente hermosa y, quizá absurdamente, pensé que se parecía a las oscuras piezas irregulares de la cerámica raku. Pensé también que debía tener algún sentido preciso, encerrar algún tipo de señal, y ese misterio —sin duda baladí— la volvía más interesante. Tomé la fotografía.
          Meses después, alguien me reveló el secreto, en efecto trivial. Se trataba de una especie de kakkei (結界, けっかい): barrera entre el mundo cotidiano y un determinado ámbito espiritual. En este caso preciso indican, simplemente, que está vedado temporalmente el paso a la casa de té. Saber eso no hizo la piedra menos bella a mis ojos.

sábado, 29 de septiembre de 2007

Virgilio en México — y en Japón.


Yanagihara, originally uploaded by ionushi.

Este mes ha llegado a las librerías, finalmente, el libro en que nuestro amigo Takaatsu Yanagihara, profesor de la Universidad de Estudios Extranjeros de Tokio, trabajaba desde hace años: Retórica del latinoamericanismo / ラテンアメリカ主義のレトリック. La portada del libro es bilingue, con el título en español y japonés, y es una lástima que el contenido no lo sea también, porque la discusión del autor merecerían la atención de los estudiosos latinoamericanos. Yanagihara examina el proceso de formación del discurso latinoamericanista en Rubén Darío, José Enrique Rodo, José Martí, Alfonso Reyes y Alejo Carpentier y muestra cómo, desde su origen, "opta por la derrota" política, al mismo tiempo que se convierte en una victoria cultural. Es particularmente interesante la visión que el libro ofrece del Discurso por Virgilio de Alfonso Reyes como un ensayo crítico que se "autodesconstruye".

La foto en esta página está tomada en alguna izakaya de Ikebukuro, hará cosa de un año.

lunes, 24 de septiembre de 2007

Iba de negro bajo la nevada

Thomas, viendo esta foto, recordó un haiku de Kikaku:

     我がものと思えば軽し傘の雪
     waga mono to omoeba karushi kasa no yuki

que podría traducirse así:

     Pienso que es mía
     y es más leve: la nieve
     de mi sombrilla.

Hay varias versiones. En una, en lugar de karushi (ligera) se lee yoroshi (buena); en otra, las dos sílabas de kasa se leen no como "sombrilla" sino como "sombrero de paja" —y esta debe ser la primera, si es cierto que el poema está inspirado en una estampa en que el poeta chino Su Tung Po aparece con el sombrero cargado de nieve. Pero el sentido es el mismo. En la época de Edo se decía que las cosas que uno deseaba eran "nieve en la sombrilla".
        Takarai Kikaku (1661-1707) fue discípulo y editor de Basho pero sus relaciones con el maestro fueron de mal en peor y acabaron en nada. Su nombre no aparece en Oku no hosomichi, esas Sendas de Oku en cuyas páginas Basho recuerda a otros compañeros, como si se despidiera de ellos. Tal vez es que eran personalidades muy distintas. A Kikaku le gustaban los juegos de palabras y los placeres mundanos.

viernes, 21 de septiembre de 2007

Texto de sala

FORMAS DE JAPÓN

Japón no es “el imperio de los signos”, como dijo Barthes: es el imperio de las formas.
Octavio Paz, carta a Pere Gimferrer, 1983.

En 1938, para elogiar la Historia de Genji, Borges la comparó con el Quijote y observó memorablemente que la novela de Murasaki “es más compleja y la civilización que denota es más delicada”. Casi medio siglo después, al volver de su única visita a Japón, declaró que durante la estancia se había sentido

“continuamente agradecido, continuamente atónito, continuamente indigno de lo que yo podía ver a través de mi ignorancia y de mi ceguera... me he sentido un bárbaro en el Asia. Concretamente en Japón. Eso no me ha entristecido. El hecho de compartir de algún modo una cultura que me parece harto más compleja que la nuestra, me alegró.”

Harto más compleja, en efecto, y notoriamente más delicada, así en la minuciosa inmensidad de sus poemas mínimos como en el intricado ascetismo de los jardines de arena o la ceremonia del té, pero también en los elaborados rituales del trato cotidiano o en la acabada perfección de las líneas del asfalto. La afición a Japón ha ocupado más de la mitad de mi vida; nunca me atrajeron las geishas ni las luchas de sumo ni los aparatos electrónicos. Fue, sin que lo haya sabido claramente, algo mucho más antiguo y más esencial, también más indefinible: la continua voluntad de perfección, la disciplina de la belleza, la certidumbre de que no hay más allá que aquí mismo y la imposibilidad de pensar en el futuro más que en tiempo presente. La maravilla de un pueblo, como ha dicho Arthur Koestler, “de ascetas hedonistas”. Un pueblo, es sabido, tan antimetafísico como ritualista y en el que, según quieren mostrar en una secuencia rítmica las fotografías de esta exposición, la devoción de lo mínimo se resuelve en el vértigo del infinito. Dicho lo anterior, el espectador no se sorprenderá de encontrar en esta selección muy poca gente, y siempre en fuga. Tampoco debiera escaparle que el tema de las fotografías son las obras de esa gente y que, a cambio de escatimar los “paisajes naturales”, la muestra quiere mostrar la naturaleza profunda de su cultura.
No exagero al decir que durante los cinco años largos que he vivido en Japón no ha habido día en que no me haya sentido, como Borges en sus dos semanas de turismo, continuamente agradecido, continuamente atónito. Las fotografías de esta muestra quieren dar prueba de ello.

A.A.
(Texto de sala para la exposición fotográfica Formas de Japón en la Casa de Cultura
Jesús Reyes Heroles, Coyoacán, ciudad de México, 9 de agosto a 30 de septiembre de 2007.)

jueves, 20 de septiembre de 2007

Japanese people call this art Nature

Entre todas las fotografías que hay en mis páginas de Flickr, ninguna ha recibido más comentarios que esta. Me complace, porque es una de mis favoritas, pero también me extraña, porque es una imagen sencilla, de una composición elemental, sin acción ni anécdota, y porque muy pocos parecen haber reparado además en el sentido del título.
     Para los occidentales, la imagen esencial de la naturaleza es la selva: cosa desordenada y confusa, impenetrable e inabarcable, que es imposible conocer del todo y a la que no se puede impunemente poner límites. La imagen de la conciencia extraviada, al principio de la Commedia de Dante, es la selva selvaggia; en la última frase de La vorágine de José Eustasio Rivera, una ciega omnipotencia cae como lápida sobre los personajes: "se los tragó la selva". La naturaleza es definitiva, es irremediable: Lo que natura non da, Salamanca non presta, e ir contra natura, alterando el orden cósmico, es cometer el pecado de la hybris: arrogancia y desmesura.
      Nada más ajeno al alma japonesa. En toda su poesía clásica, desde el Man'yoshû hasta Matsuo Bashô, no hay mención de la selva. Se habla, sí, del bosque profundo; pero es el de las montañas que rodean a Kioto, y lo que sabemos de esas honduras es el canto de los ciervos que desde ahí se escucha, como lo que sabemos de las montañas es la blancura de las flores en primavera y el color de las hojas en otoño. Son bosques y montañas vistos desde la veranda, como paisaje integrado al ámbito doméstico, o recorridos en excursión. No son zona de peligro ni entrada en lo desconocido. La imagen ideal de la naturaleza es, para los japoneses, el jardín. No un jardín francés, graciosa ilustración de un teorema, ni un jardín mexicano, todo colorido y exuberancia — palpitación de la selva—, sino un jardín japonés: una vía ascética que pasa por la visión estética y termina en la revelación del vacío.
     Los jardineros japoneses se distinguen por el tamaño de sus tijeras. Se acercan a los árboles como si fueran a hacerles la manicura, y tres o cuatro son necesarios para peinar cada rama. He visto atarearse a toda una cuadrilla en un metro de musgo. ¿Cuántas hojas le quitaron a esta rama para que se viera naturalmente perfecta?

martes, 18 de septiembre de 2007

Amistad de pinos y ciruelos

El poeta Fujiwara no Okikaze, del que recogen diecisiete poemas el Kokinshû y veintiuno las otras antologías imperiales, es uno de los treinta y seis poetas inmortales. En el Hyakunin Isshu aparece con este poema:

誰をかも知る人にせむ高砂の松も昔の友ならなくに 藤原興風
tare o ka mo/ shiru hito ni semu/ takasago no/ matsu mo mukashi no/ tomo nara naku ni

     ¿Habrá quedado
     alguno de los míos?
     En Takasago
     los pinos son muy viejos
     pero no son amigos.

Los comentaristas se entretienen en discutir por qué los pinos (demasiado viejos o jóvenes o virtuosos para el hombre) no son amigos, y si takasago (elevación considerable —colina, duna— del terreno) es nombre genérico o particular. Es mejor, para efectos poéticos, lo segundo.
     No es difícil ver la relación entre el poema de Okikaze y el que le sigue en la antología de Teika, el famoso de Ki no Tsurayuki, compilador del Kokinshu:

人はいさ心も知らずふるさとは花ぞむかしの香に匂ひける 紀貫之
hito wa isa/ kokoro mo shirazu/ furusato wa/ hana zo mukashi no/ ka ni nioi keru

     Es insondable
     el corazón del hombre,
     pero en mi pueblo
     huelen igual que antes
     las flores del ciruelo.