sábado, 26 de diciembre de 2009

Allá pudieran ser las Analectas

Proverbios 15:17 Mejor es la comida de legumbres donde hay amor, Que de buey engordado donde hay odio. (Versión de Reina–Valera).

El restaurante está frente a la Universidad de Kioto pero aun así no serán muchos los que reconozcan la alusión del título, en caracteres latinos. ¿Qué pensaría quien, andando por Copilco, pasara frente a la "Fonda Analectas 10: 8"?

Dos sílabas no quiebran una rama



Mi comentario sobre cierto ladrón por el camino del crepúsculo tuvo dos ecos en el blog de Guillermo Sheridan: un comentario sobre el haiku en jaque y una convocatoria al Primer Concurso Internacional de Haiku “El Minutario” que estipula en la tercera de sus bases: “El haiku deberá contar con tres versos (aproximadamente) que tengan 5, 7 y 5 sílabas (aproximadamente).” Como sospecho que los participantes y algunos lectores pensaron que el adverbio dos veces entre paréntesis era una broma del Dr. Anselmo Guiú y Hosomichi, Presidente del Comité Organizador y reconocida autoridad en la materia, no está de más recordar otro poema célebre de Bashô, sobre el que siguiendo este enlace puede leer el curioso un largo comentario y treinta y dos traducciones al inglés:

枯れ枝にからすの止まりけり秋の暮れ
kare eda ni karasu no tomarikeri aki no kure

Se ha posado
sobre la rama seca un cuervo.
Otoño, tarde.

Hay también muchas traducciones al español. La mía no tiene más mérito que reproducir la métrica del original: 5–9–5. Los haikus que no se ajustan al canon métrico no son infrecuentes. Nadie, en cambio, llamaría haiku a unos versos en los que faltara la referencia a la estación del año, como ocurre en muchos de los que respondieron a la convocatoria, y de los que se escriben en español todos los días.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Naturaleza de la tecnología

Reproduzco aquí la nota que apareció ayer en México en la versión impresa de Tomo: arte, arquitectura y diseño.

Erigir la nave central del Todaiji en Nara requirió casi diez años, la colaboración de 2,600,000 personas y 439 kilos de oro para recubrir la estatua del Gran Buda. Pero el costo y la proeza tecnológica son menos asombrosos que las consecuencias remotas de la noticia divulgada en el año 752 por las delegaciones enviadas a la ceremonia de consagración, el mayor ritual religioso que se haya celebrado en Japón.
Un siglo más tarde, el geógrafo árabe Ibn Jurdadbih anotó que en la isla las cadenas de los perros y los collares de los monos eran de oro. La especie le había llegado de China, donde mucho después a Marco Polo le hablarían de “un grandísimo palacio todo cubierto de placas de oro, de más de dos dedos de espesor y en el que todas las habitaciones y salones estaban también cubiertos de oro fino”. Esa imagen encendió la imaginación europea e impulsó las naves que dieron con América. Pero en Japón no había casi oro, ni mucho de lo que imaginaron durante siglos historiadores y poetas. O lo había de otro modo, como ahora, cuando la comunicación, que atenúa las diferencias, multiplica a la vez imágenes tan irreales como las de los poetas simbolistas y modernistas, aun si en lugar de pinceles las producen cámaras.
Durante años nos dijeron los pies de foto de la prensa occidental que los japoneses usan tapabocas para defenderse de la contaminación ambiental, cuando en realidad lo hacen para protegerse de la gripe y del polen de los cipreses, al que muchos son alérgicos, y no estornudarle en la cara al vecino. La epidemía ha vuelto comprensibles esas imágenes pero no otros malentendidos. Como quienes ven en todo japonés a un iluminado del zen —una práctica en realidad minoritaria— y quienes creen que todos son autómatas de traje negro, se engañan los que imaginan un país deshumanizado por la obsesión tecnológica.
La gente vive pendiente del teléfono celular, pero deducir que lo hacen para aislarse del mundo es apresurado. Los instrumentos que cualquiera lleva en el bolsillo (computadoras minúsculas en las que el teléfono es lo de menos pues sirven de reloj, cronómetro, calendario, calculadora, brújula, agenda, tarjeta de crédito, procesador de texto, cámara de foto y video, navegador del internet, grabadora, consola de juegos, entre otras muchas cosas) son barreras sólo en la medida en que son puentes.
La mediación tecnológica se asume en la cultura japonesa con una naturalidad que nos escandaliza. En la Historia de Genji el protagonista, para seducir a una mujer, hace desarreglar el jardín de manera que parezca silvestre y lo llena de insectos cuya música ha de mezclarse con la de las cuerdas. No es muy distinto de lo que hacen ahora Seiko Minami y Sota Ichikawa al crear campos de gravedad virtuales en los que el desplazamiento de los espectadores por la sala modula el sonido, las luces y el espacio mismo, transfigurando los acontecimientos aleatorios en un orden armonioso.
Desde esa época se ha guiado el crecimiento de los árboles y se han cortado los montes para conformar el paisaje. En el siglo XVII, cuando se crearon las primeras islas artificiales en Tokio, también se construyeron los primeros autómatas. A diferencia de los europeos, no tenían propósitos industriales sino estéticos: tiraban al arco, auxiliaban en la ceremonia del té y eran vistos no con temor sino con una simpatía similar a la de los niños que en el Museo de la Ciencia Futura, en Tokio, observan a los robots de hoy.
Los artistas gráficos que florecen en esa época requieren también de una elaborada mediación tecnológica. El pintor europeo aplica el pincel sobre la tela pero entre los dibujos de Hokusai y lo que ve el espectador hay una serie de planchas y de artesanos. Esa distancia hace pensar que, más que de los pintores, aquellos artistas estaban cerca de los fotógrafos, y permite entender la fortuna inmediata de la fotografía en Japón.
Los instrumentos actuales son mucho más elaborados, pero son también puentes hacia la naturaleza. Hitoshi Nomura traduce, con matemáticas estrictas, el tránsito de la luna o el vuelo de una parvada de grullas en una partitura y revela que la música de las estrellas de Pitágoras es más que una metáfora. Ryuichi Sakamoto, que compone con ruidos ambientales, muy bien podría haber estado en el jardín del Príncipe Genji.
Los pasajeros de los trenes que leen en sus teléfonos correspondencia, directorios, diccionarios, manga, poesía, cuentos, novelas que muchos de ellos a la vez escriben, se sentirían también a sus anchas en esa época, cuando los amores se tejían y destejían por escrito, con la mediación tecnológica del pincel y la tinta. Más de un crítico japonés ha señalado ya la profunda similitud entre las novelas escritas y leídas en los celulares (de la más popular circularon 25,000,000 ejemplares virtuales, 2,000,000 en papel y una versión fílmica que atrajo a 3,500 000 espectadores) y el Libro de la almohada, una de las obras mayores de la literatura universal, escrita en el siglo XI. Los medios son distintos, la literatura y el arte no son menos vivos. Están en nuestra naturaleza.

martes, 8 de diciembre de 2009

Ladrón por el camino del crepúsculo

Uno de los poemas más celebrados de Matsuo Bashô es este:

この道や ゆく人なしに秋の暮れ
kono michi ya yuku hito nashi ni aki no kure

Linealmente:

este - camino - ¡ah! / que vaya - hombre - no hay - en /otoño - de – atardecer

Una versión aceptablemente literal, sin mayor gracia: “Al atardecer, en el otoño, no va nadie por este camino.” Otra, en verso y respetando la cuenta métrica:

¡Este camino!
No va nadie por él.
Tarde de otoño.

Es mucho mejor la versión que publicó Octavio Paz en 1957, en la primera edición de Sendas de Oku (UNAM):

Este camino
ya nadie lo recorre
salvo el crepúsculo.

Paz prescinde de la exclamación en el primer verso, dándole así un tono más introspectivo al poema, y de la mención del otoño en el tercero. Además, tiene el acierto de añadir el adverbio “salvo” en el tercer verso, que hace del crepúsculo no ya una referencia temporal sino algo más: una presencia, casi una persona. La versión fue tan bien recibida que sirvió de título a un libro de Cortázar e impulsó a Mario Benedetti a escribir los haikus más populares de la lengua española:
Hace tiempo que soy lector de haikus, pero confieso que el primero que me sedujo como forma poética se lo debo a Julio Cortázar, cuyo título postumo, Salvo el crepúsculo, fue tomado de un notable haiku de Matsuo Bashoo (1644-1694): "Este camino / ya nadie lo recorre / salvo el crepúsculo". Años después me enteré de que la traducción pertenecía a Octavio Paz (en colaboración con Eikichi Hayashiya).
En 1970, para la segunda edición del libro (Seix-Barral), Paz introdujo una mínima variación, que mejora prosódicamente el poema:

Este camino
nadie ya lo recorre,
salvo el crepúsculo.

Pero Cortázar y Benedetti le sacaron poco jugo al poema. Ayer, en Twitter, Salvador Mendiola publicó “su” versión: “Este camino,/ ya nadie lo recorre,/salvo el crepúsculo.” Repite todas las palabras de Paz, en el orden de la primera versión, y añade una coma innecesaria. Cuando le comenté que debía haber señalado quién era el autor de la traducción, dijo que él “había traducido del japonés”, que “todo ser humano es digno de todas las palabras y las ideas; todas son nuestras, ninguna es de alguien” y otras zarandajas. Pero es absolutamente inverosímil que, traduciendo directamente del japonés, haya llegado a exactamente la misma versión de Paz, con las peculiaridades señaladas. Lo que hizo fue con toda seguridad otra cosa: corregir levemente la versión de Paz, sin darse cuenta de que así la regresaba a un estado anterior, y atribuírsela.

domingo, 22 de noviembre de 2009

En Takara ga Ike: cinco patos



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jueves, 12 de noviembre de 2009

Una ranita de Albert Samain (1859-1900)


L A R A N I T A


Al recoger un fruto de la hierba en que explora,
Cloris ha descubierto de pronto una miedosa
ranita que, temiendo con razón por su suerte,
en la sombra se suelta de pronto como un muelle,
abre y cierra las ancas, y en menos que un instante
da un salto entre las fresas, pasa entre los tomates
y corre hacia la charca donde, husmeando el peligro,
una a una sus hermanas pronto se han sumergido.
Ya diez veces ha estado Cloris por atraparla
debajo de su mano bruscamente cerrada;
pero otras diez veces, más rápida y más lista,
ha logrado esquivar sus dedos la ranita.
Cloris la tiene al fin; ¡Cloris canta victoria!
Con los ojos azules de su madre, la hermosa
ríe de cara al azul; bajo el ancho sombrero
corre el arroyo doble de sus rubios cabellos;
tras el velo de oro, rosas en sus mejillas;
y en sus labios se muestra la más clara sonrisa.
Es curiosa y observa, no puede no advertirlo,
el extraño contacto del cuerpo vivo y frío.
La ranita la mira fijamente, temblando,
y Cloris, que ya arriesga poco a poco la mano,
se conmueve al sentir, vuelto loco de miedo,
el corazón que late con fuerza entre sus dedos.





L A G R E N O U I L L E

En ramassant un fruit dans l’herbe qu’elle fouille,
Chloris vient d’entrevoir la petite grenouille
Qui, peureuse, et craignant justement pour son sort,
Dans l’ombre se détend soudain comme un ressort,
Et, rapide, écartant et rapprochant les pattes,
Saute dans les fraisiers, et, parmi les tomates,
Se hâte vers la mare, où, flairant le danger,
Ses sœurs, l’une après l’autre, à la hâte ont plongé.
Dix fois déjà Chloris, à la chasse animée,
L’a prise sous sa main brusquement refermée ;
Mais, plus adroite qu’elle, et plus prompte, dix fois
La petite grenouille a glissé dans ses doigts.
Chloris la tient enfin ; Chloris chante victoire !
Chloris aux yeux d’azur de sa mère est la gloire.
Sa beauté rit au ciel ; sous son large chapeau
Ses cheveux blonds coulant comme un double ruisseau
Couvrent d’un voile d’or les roses de sa joue ;
Et le plus clair sourire à ses lèvres se joue.
Curieuse, elle observe et n’est point sans émoi
A l’étrange contact du corps vivant et froid.
La petite grenouille en tremblant la regarde,
Et Chloris dont la main lentement se hasarde
A pitié de sentir, affolé par la peur,
Si fort entre ses doigts battre le petit cœur.



*

Cuando juntaba mi libro de ranas, Alberto Ruy Sánchez me señaló este poema.

martes, 10 de noviembre de 2009

jueves, 5 de noviembre de 2009

Metamorfosis de los labriegos licios

Ovidio, Metamorfosis VI, 313–352

Tiemblan ante la cólera divina las mujeres
y los hombres, y todos con fervor nuevo vuelven
al culto de la diosa que parió a los gemelos,
y a contar por los hechos recientes los pasados:
«En los fértiles campos de Licia unos labriegos
negando a la deidad hallaron su destino.
Es una historia oscura, de rústicos innobles,
mas dio fama a un pantano que mis ojos han visto;
pues una vez mi padre, ya mayor para el viaje,
allá por unos bueyes me envió con el auxilio
de un guía del lugar. Recorriendo esos pastos
llegamos ante un lago y en su centro advertimos,
negro por el hollín de muchos sacrificios,
un viejo altar rodeado de cañas temblorosas.
“A ti me acojo”, dijo tímidamente el guía,
y yo imité su trémulo murmullo: “A ti me acojo”.
Pregunté si era ara de Náyades o Fauno
o de un dios del lugar, mas me aclaró mi huésped:
“No es de un dios de los montes, joven, este santuario:
es de aquélla que un día la consorte del rey
arrojó de este mundo y a la errática Delos
se acogió suplicante cuando la isla flotaba.
Allí en una palmera debajo de un olivo
recostada dio a luz Latona a sus gemelos
contra la voluntad de la madrastra. Dicen
que huyó de allí y de Juno con los recién nacidos
númenes en los brazos. Y que el sol abrasaba
los confines de Licia, tierra de la Quimera,
cuando llegó a esos campos, extenuada y sedienta,
y agotados los pechos por los ávidos hijos.
Vio por suerte en el fondo de un valle un lago escaso
junto al cual recogían mimbres los campesinos,
y juncos, y esas ovas gratas a los pantanos.
La hija del Titán se acercó hasta la orilla,
y ya a beber el gélido licor se arrodillaba
cuando la turba rústica se opuso. Así les dijo:
“¿Me prohíben el agua que todos compartimos?
No hizo el sol ni el aire privados la Natura,
ni las ondas ligeras: vine a públicos bienes
y aun así suplico. No vinimos aquí
para bañarnos, ni a lavar los cansados miembros,
sino a aliviar la sed. Tengo seca la boca
y dura la garganta, de voz este hilo apenas.
Un sorbo para mí sería como néctar
y en el agua la vida me darían. ¿No mueven
a ninguno los brazos que mis niños extienden
desde mí?” Y así era, y habrían conmovido
a cualquiera las tiernas palabras de la diosa.
Pero no a los que insisten en la veda, y añaden
amenazas si no se marcha lejos, e insultos.
Enturbian además con los pies y las manos
las aguas y remueven aquí y allá los limos
blandos del fondo con malvados brincos. La ira
ciega entonces la sed, y la hija de Ceo
ya no suplica a los indignos, leves palabras
ya no dice la diosa, que alza al cielo las palmas
y anuncia: “¡Habitarán ya siempre este pantano!”
Por divino designio se gozan ya en el agua:
ya en la cóncava fosa se sumergen; ya nadan
en superficie, al aire sacando la cabeza;
y tan pronto se sientan a orillas del pantano
como brincan al agua de regreso. Sus lenguas
se traban en disputas y pierden la vergüenza
e intentan maldecir aun bajo las aguas.
Un ronquido les infla la grosera papada,
la propia algarabía les ensancha la boca,
la espalda y la cabeza son una y nada el cuello:
verdoso el espinazo, blancuzco el gordo vientre,
en el fango del fondo brincan las nuevas ranas».

* * *

Me hicieron volver sobre el pasaje la versión de Ana Pérez Vega y una interpretación originalísima de James J. Clauss. Tuve enfrente la versión inglesa de Sir Samuel Garth, John Dryden, et al. Me fueron muy útiles las minuciosas notas de William S. Anderson en su edición de Ovid's Metamorphoses Books 6-10 y entre otras esta página que da la traducción de cada palabra del texto. No tengo a mano la versión de Bonifaz Nuño. Sí, siempre, la de Sepan Cuantos que prologó Francisco Larroyo y no sé quién hizo y se lee con mucho gusto.




Tum vero cuncti manifestam numinis iram
femina virque timent cultuque inpensius omnes
magna gemelliparae venerantur numina divae;
utque fit, a facto propiore priora renarrant.
e quibus unus ait: 'Lyciae quoque fertilis agris
non inpune deam veteres sprevere coloni.
res obscura quidem est ignobilitate virorum,
mira tamen: vidi praesens stagnumque locumque
prodigio notum. nam me iam grandior aevo
inpatiensque viae genitor deducere lectos
iusserat inde boves gentisque illius eunti
ipse ducem dederat, cum quo dum pascua lustro,
ecce lacu medio sacrorum nigra favilla
ara vetus stabat tremulis circumdata cannis.
restitit et pavido "faveas mihi!" murmure dixit
dux meus, et simili "faveas!" ego murmure dixi.
Naiadum Faunine foret tamen ara rogabam
indigenaene, dei, cum talia rettulit hospes:
"non hac, o iuvenis, montanum numen in ara est;
illa suam vocat hanc, cui quondam regia coniunx
orbem interdixit, quam vix erratica Delos
orantem accepit tum, cum levis insula nabat;
illic incumbens cum Palladis arbore palmae
edidit invita geminos Latona noverca.
hinc quoque Iunonem fugisse puerpera fertur
inque suo portasse sinu, duo numina, natos.
iamque Chimaeriferae, cum sol gravis ureret arva,
finibus in Lyciae longo dea fessa labore
sidereo siccata sitim collegit ab aestu,
uberaque ebiberant avidi lactantia nati.
forte lacum mediocris aquae prospexit in imis
vallibus; agrestes illic fruticosa legebant
vimina cum iuncis gratamque paludibus ulvam;
accessit positoque genu Titania terram
pressit, ut hauriret gelidos potura liquores.
rustica turba vetat; dea sic adfata vetantis:
'quid prohibetis aquis? usus communis aquarum est.
nec solem proprium natura nec aera fecit
nec tenues undas: ad publica munera veni;
quae tamen ut detis, supplex peto. non ego nostros
abluere hic artus lassataque membra parabam,
sed relevare sitim. caret os umore loquentis,
et fauces arent, vixque est via vocis in illis.
haustus aquae mihi nectar erit, vitamque fatebor
accepisse simul: vitam dederitis in unda.
hi quoque vos moveant, qui nostro bracchia tendunt
parva sinu,' et casu tendebant bracchia nati.
quem non blanda deae potuissent verba movere?
hi tamen orantem perstant prohibere minasque,
ni procul abscedat, conviciaque insuper addunt.
nec satis est, ipsos etiam pedibusque manuque
turbavere lacus imoque e gurgite mollem
huc illuc limum saltu movere maligno.
distulit ira sitim; neque enim iam filia Coei
supplicat indignis nec dicere sustinet ultra
verba minora dea tollensque ad sidera palmas
'aeternum stagno' dixit 'vivatis in isto!'
eveniunt optata deae: iuvat esse sub undis
et modo tota cava submergere membra palude,
nunc proferre caput, summo modo gurgite nare,
saepe super ripam stagni consistere, saepe
in gelidos resilire lacus, sed nunc quoque turpes
litibus exercent linguas pulsoque pudore,
quamvis sint sub aqua, sub aqua maledicere temptant.
vox quoque iam rauca est, inflataque colla tumescunt,
ipsaque dilatant patulos convicia rictus;
terga caput tangunt, colla intercepta videntur,
spina viret, venter, pars maxima corporis, albet,
limosoque novae saliunt in gurgite ranae."'

sábado, 31 de octubre de 2009

Ocasiones de iluminación

El upāsaka Ch’ang Chiu-ch’en (張九成) ponderaba en el excusado un koan cuando oyó croar una rana y despertó:

春天月夜一聲蛙
撞破乾坤共一家

Noche de luna en primavera. Croa una rana.
Hace añicos el cosmos: lo vuelve una familia.


* * *

Encontré la anécdota y una versión en inglés del poema en The Golden Age of Zen. Zen Masters of the Tang Dinasty de John C. H. Wu, Yangmingshan, Taipei, 1967, pero el texto chino en esta página. Me pregunto si el croar de esa rana no habrá hecho saltar, algunos siglos más tarde, a la que oyó Bashô caer en el viejo estanque.

martes, 27 de octubre de 2009

domingo, 25 de octubre de 2009

EL HIMNO DE LAS RANAS

Rig Veda, Mandala 7, Himno 103

1. Nueve meses yacieron sin moverse, como brahmines fieles a sus votos,
las ranas cuya voz ahora se eleva, en la inspiración de la lluvia.
2. Cayó el caudal del cielo en las yacientes, piel reseca en el lecho del estanque,
y las ranas lanzaron su croar al unísono, como vacas con sus becerros.
3. La estación de las lluvias ha llegado, llueve en las que esperaban, sedientas y anhelantes,
cuál croa y cuál se acerca a la llamada, cuál a cuál ya se pega como cría a la madre.
4. Una recibe a otra en regocijo, se deleitan las dos en el curso del agua,
y la rana empapada salta, y la moteada une su voz a la verdosa.
5. Repite cada cual la voz de otra, tal siguiendo al maestro en la lección,
y cada cual es una con su voz, y son todas las voces una misma, como en el canto que repite la lección de la lluvia.
6. Muge una como vaca, como becerro bala otra; esta es moteada, ocre aquella.
Llevan un mismo nombre y sin embargo varía su figura, y modulan su voz diversamente cuando croan.
7. Como en la ceremonia nocturna los brahmines cantan alrededor del ánfora de soma rebosante, igual que en torno a un lago,
así ustedes en torno del estanque se juntan para honrar este día entre todos los días, el primer día, ranas, de la estación de lluvias.
8. En el rito del soma los brahmines hablaron, dijeron sus plegarias,
y los grandes maestros, calientes y sudando, aparecieron y se mostraron, ninguno quedó oculto.
9. Los hombres han seguido el orden divino de los doce meses, y obedecen a la estación.
Y cuando al fin del ciclo vuelve la estación de las lluvias, todo aquello que ardía se alivia y se relaja.
10. Ya los dones de aquella que muge como vaca, ya los dones de aquella que bala cual cordero, los dones de la ocre y la moteada se nos han concedido.
Las ranas nos han dado centenares de vacas y en el rito del soma prolongan nuestras vidas.


* Durante años, los occidentales que se ocuparon de este himno védico lo juzgaron una sátira, una pieza de humorismo involuntario y una grotesca salida de tono, indigna de un poema religioso. Pero mientras la repugnancia judeocristiana a los batracios se remonta hasta el libro del Éxodo, y la antigüedad clásica los muestra una y otra vez como bichos ridículos, que cantan a la orilla del infierno, los pueblos al sur de los Himalayas los adoraban como manifestaciones de la divinidad y las islas del Extremo Oriente tienen en alto aprecio su canto.
Las tres versiones directas al inglés —las de Ralph T.H. Griffith, Gautama V. Vajracharya y Wendy Doniger O'Flaherty— difieren tanto en cierto punto que ésta, que las combina y confunde, podría alejarse menos ahí que alguna de ellas del incierto original. A cambio se toma, es cierto, alguna libertad considerable. La más importante es la del género, que en sánscrito es neutro y en inglés oscilante, y aquí ha quedado en femenino hasta volver madre al padre. No hace falta explicar por qué.

miércoles, 21 de octubre de 2009

VARIACIÓN T'ANG

a partir de unos versos encontrados
en no sé qué página del
Viaje al Oeste.


Un templo abandonado
al rumor de la hierba.

El musgo cubre el patio
para la luna llena.

No hay lámparas: luciérnagas.
Reloj de agua, los sapos.




lunes, 19 de octubre de 2009

Diez poemas zen del antiguo Vietnam


Bonsai en un templo de Hoi An, Vietnam.


木中原有火
有火火還生
若謂木無火
鑽遂何由萌

匡越


RAÍZ DEL FUEGO

El fuego debe estar dentro del árbol
para que el árbol pueda dar a luz.
Si el fuego no estuviera ya en el árbol
¿arderían las ramas que frotamos?

Khuong Viet, 930–1011




EL ESPÍRITU VACÍO

Nuestro cuerpo es un muro y se derrumba
entre preocupaciones y cuidados
que el tiempo desvanece. No son nada,
nada turba el espíritu vacío.

Maestro Zen Vien Chieu, 999–1090




DESPEDIDA Y AVISO A LOS DISCÍPULOS

Nacer, envejecer, enfermar y morir:
desde que el tiempo es tiempo es nuestro sino.
Cada vez que intentamos desatarnos
ya la red nos atrapa con más hilos.

La confusión nos impulsó hacia Buda.
Nos arrojamos, por error, al zen.
Olvídate de Buda, olvida el zen.
Sella tus labios, no digas palabra.

Maestro Zen Dieu Nhan, 1072–1143




SÍ Y NO

Digo sí y en el aire vuela el polvo.
Digo no y se vacía el universo.
Sí y no: luna clara en el estanque:
no está pero está donde no está.

Tu Lo, ? – 1117




NO ALCANZA EL SABIO LA ILUMINACIÓN

No alcanza el sabio la iluminación.
Hay que ser algo zonzo para eso.
El buen huésped se estira, está a sus anchas
y no sabe qué es cierto ni qué es falso.

Maestro Zen Tinh Khong, 1091 – 1170




ASIR EL ECO

Viento en los pinos, luna bajo el agua:
pasan sin dejar huella y no dan sombra.
Así la humanidad y sus figuras:
se fugan como un eco en el vacío

Maestro Zen Minh Tri, ? – 1196




ESPÍRITU

Es cosa de este mundo nuestro cuerpo
y un tesoro del Buda nuestro espíritu.
Su resplandor está por todas partes.
Búscalo: no se encuentra en ningún sitio.

Thuong Chieu, – 1203




POEMA DE ADIÓS


El otoño aligera los espíritus.
Los líricos le cantan a la luna.
Los babosos meditan en el zen.
Hablan y hablan de iluminación.

Ting Gioi, – 1207




AL MONJE DUC SON EN EL SANTUARIO DE THANH PHONG

Toca el viento a la puerta. La luna está en el patio
como en la claridad de la noche mi alma.
Cuánta dicha hay ahí que nadie se imagina.
A solas en el monte, un monje espera el alba.

Tran Thai Tog, 1218 – 1277




DICHOSO POR EL MUNDO

Vive en el mundo y sigue dichoso tu camino.
Come si tienes hambre, duerme si tienes sueño.
No reclames la herencia: ya la llevas contigo.
Despojado el espíritu, ¿de qué te sirve el zen?

Tran Nhan Tong, 1258–1308

* * *

Tengo apenas idea de la lengua vietnamita y del chino clásico en que están escritos estos poemas, aunque una nada vislumbre en su escritura. Mis versiones se basan en las inglesas de Kevin Bowen y Nguyen Ba Chung para el libro Tuyển Tập Thơ Thiền Lý – Trần. Zen Poems from Early Vietnam (Saigon Cultural Publishing House, 2005) que presenta cada poema en cinco versiones: china, sinovietnamita, vietnamita literal, vietnamita poética, inglesa literal e inglesa poética. La distinción entre las dos últimas es borrosa y, andando a tientas, me he tomado más libertades de las habituales. No demasiadas, por supuesto. El original chino del primer poema se lo debo a Omar Feliciano. Los títulos son de los traductores vietnamitas.

jueves, 15 de octubre de 2009

Más ranas: ahora veintitantos haiku

Algunos de los poemas que se leen a continuación, como los cinco del Man'yoshû que publiqué poco antes, figuran en el ensayo de Lafcadio Hearn que ocupa en la entrada anterior: en ese caso las traduje del inglés, como correspondía; estas versiones son directas y difieren de aquellas en más de un caso.


手をついて歌申しあぐる蛙かな
宗鑑


Manos al piso,
la rana humildemente
da su poema.

Sôkan

* * *

西行のように座って鳴く蛙
一茶


A la manera
de Saigyô se sienta
la rana —y croa.

Issa

* * *

春は鳴く夏の蛙は吠へにけり
鬼貫


En primavera
cantan y en el verano
croan —las ranas.

Onitsura

* * *

橋渡る人にしずまる蛙かな
凉菟


Cruzaba el puente
alguien y se callaban
todas las ranas

Ryôto

* * *

風落ちて山あざやかに蛙かな
大江丸


El viento cae,
se aclaran las montañas,
hora de ranas.

Oemura

* * *

日は日くれよ夜は夜明けよと鳴く蛙
蕪村


De día oscurecen
el día, de noche aclaran
la noche: —ranas.

Buson

* * *

我を見て苦い顔する蛙かな
一茶


Me mira,
amargo el gesto,
la rana.

Issa

* * *

おれとしてにらみくらする蛙かな
一茶


A ver si puede
sostener la mirada,
piensa la rana.

Issa

* * *

親分と見えて上座に鳴く蛙
一茶


La rana lleva
en su silla de honor
la voz cantante.

Issa

* * *

産みそうな腹をかかえて啼く蛙
一茶


La rana croa
—el estómago pronto
dará a luz.

Issa

* * *

取り附かぬ力で浮ぶ蛙かな
才草


Con el impulso
de su desprendimiento
flota la rana.

Jôsô

* * *

押し合うてなくと聞こゆる蛙かな
北支

Se oye cómo
croan entre empellones
las ranas.

Hokushi

* * *

田を売りていとど寝られぬかわずかな
北支


Vendí el terreno
y el croar de las ranas
me quita el sueño.

Hokushi

* * *

いうぜんとして山を見る蛙かな
一茶


Tranquilamente
una rana se ha puesto
a ver los montes.

Issa

* * *

泳ぐ時よるべなきさまの蛙かな
蕪村


Todas las ranas
cuando nadan parecen
desamparadas.

Buson

* * *

浮草に乗って流るる蛙かな
圭左


Hierba al garete
con una rana a bordo
en la corriente.

Keisa

* * *

松風を打越して聞くかわずかな
才草


Viento en los pinos:
un golpeteo, y se oyen
ranas del bosque.

Jôsô

* * *

たたづめば遠くも聞ゆ蛙かな
蕪村


Si estoy de pie
puedo también de lejos
oír las ranas.

Buson

* * *

閣に座して遠き蛙を聞く夜かな
蕪村


En el palacio,
sentado, oigo de lejos
ranas —la noche.

Buson

* * *

我が庵や蛙初手から老いを鳴く
一茶


Junto a mi choza
ranas: desde el principio
“viejo” me croan.

Issa

* * *

古池や蛙飛び込む水の音
芭蕉


El viejo estanque,
el salto de una rana,
ruido del agua.

Bashô


* * *

一つ飛ぶ音に皆飛ぶ蛙かな
和及


Un solo salto
se escucha y dan un salto
todas las ranas.

Wakyu

* * *

我が門へ知らなんで這入るかわずかな
一茶


Cruza mi puerta
inadvertidamente
una ranita.

Issa

* * *

月涼し蛙の聲のわきあがる
子規


La luna es fresca
y la voz de las ranas
está en crecida.

Shiki


Versiones de Aurelio Asiain

domingo, 11 de octubre de 2009

Lafcadio Hearn: Ranas

Traducción de Aurelio Asiain

I

Pocas entre las más sencillas impresiones sensoriales que dejan los viajes permanecen tan íntima y vividamente asociadas al recuerdo de una tierra extraña como los sonidos, los sonidos del campo. Sólo el viajero sabe cómo las voces de la Naturaleza del bosque y del río y del llano varían según la zona; y es casi siempre alguna peculiaridad local de su tono o carácter lo que atrae al sentimiento y penetra en la memoria, dándonos la sensación de lo extraño y lo lejano. En Japón ésta sensación la suscita sobre todo la música de los insectos, los hemípteros que emiten un lenguaje de sonidos maravillosamente diferente del de sus congéneres occidentales. En menor grado el acento exótico puede advertirse también en el canto de las ranas japonesas, aunque el sonido mismo queda grabado por la remembranza antes que en razón de su obicuidad. El arroz se cultiva en todo el país, no sólo sobre las laderas de los montes y en lo alto de las colinas, sino incluso dentro de los límites de las ciudades, y hay terrenos de riego en todas partes, ranas en todas partes. Nadie que haya viajado por el país olvidará el clamor de los arrozales.
Acalladas solo al final del otoño y durante el breve invierno, con el primer despertar de la primavera se animan todas las voces de las tierras pantanosas, un coro en infinita ebullición que cabría tomar por el habla de la tierra misma que entra en actividad. Y el misterio universal de la vida parece estremecernos con una peculiar melancolía en esa vasta expresión audible a través de miles de años de olvido por olvidadas generaciones de labriegos, pero miríadas de eras más antiguo sin duda que la raza humana.
Ahora bien, esta canción de soledad ha sido durante siglos un tema favorito de los poetas japoneses; pero el lector occidental podría sorprenderse al saber que los ha atraído como un sonido placentero antes que como una manifestación de la naturaleza.
Se han escrito innumerables poemas sobre el canto de las ranas; pero una vasta proporción resultarían ininteligibles si se entendieran como referidos a la rana común. Cuando el coro general de los arrozales es elogiado por la poesía japonesa, el poeta expresa su placer sólo por el gran volumen del sonido que produce la mezcla de millones de pequeños croidos, una mezcla de un efecto en verdad placentero, que se puede muy bien comparar con el sonido adormecedor de la lluvia. Pero cuando el poeta llama melodioso al canto de una rana en particular, no está hablando de la rana común de los arrozales. Aunque entre las especies de ranas japonesas la mayor parte son croadoras, hay una excepción notable (para no mencionar las ranas de árbol), la kajika, la verdadera rana cantante de Japón. Decir que croa sería una injusticia para su nota, que es dulce como el gorjeo de un pájaro. Se la llamaba kawazu; pero como esta antigua apelación recientemente empezó a confundirse en el habla común con kaeru, el nombre general de las ranas comunes, ahora se la llama sólo kajika. La kajika se tiene como mascota casera, y son varios los mercaderes de insectos que la venden en Tokio. Se la aloja en una jaula peculiar, cuya parte inferior es una vasija que contiene arena y guijarros, agua fresca y plantas pequeñas, mientras que la parte superior es un armazón de fina tela de alambre. A veces la vasija tiene la apariencia de un koniwa, es decir de un pequeño jardín que forma un paisaje. En los tiempos que corren se consiera a la kajika uno de los cantantes de la primavera y el verano, pero anteriormente estaba clasificada entre los melodistas del otoño, y la gente hacía viajes al campo en el otoño por el mero placer de escuchar su canto. Y así como diversos lugares eran famosos por la música de variedades particulares de grillos nocturnos, así había lugares celebrados exclusivamente como refugio de las kajika. Los siguientes eran especialmente conocidos:
Tamagawa y Osawanoike, un río y un lago en la provincia de Yamashiro.
Nigagawa, Asukagawa, Sawogawa, Furunoyamada y Yoshinogawa, todos en la provincia de Yamato.
Koyanoike, en Settsu.
Ukinunoike, en Iwami.
Ikawanouma, en Kozuke.
Ahora bien, es el grito melodioso de la kajika o kawazu el que con tanta frecuencia celebran los versos del lejano Oriente; y como la música de los insectos, se lo menciona en la más antigua de las recopilaciones existentes de poemas japoneses. En el prefacio a la famosa antología Kokinshu, compilada por Decreto Imperial durante el quinto año de la era de Enji (905), el poeta Ki no Tsurayuki, editor jefe de la obra, hace estas interesantes observaciones:
“La poesía de Japón tiene sus raíces en el corazón humano, y desde ahí ha crecido hasta manifestarse en múltiples formas. El hombre en este mundo, teniendo mil millones de cosas que emprender y que terminar, se ha sentido movido a expresar sus pensamientos y sus sentimientos sobre todo lo que ve y escucha. Al escuchar al ugüisu (el ruiseñor japonés) que canta entre las flores, y la voz de la rana que habita en el agua, ¿quién entre los seres vivientes no compone un poema?”[1
La kawazu a la que así se refiere Tsurayuki es por supuesto la misma criatura que la moderna kajika: ninguna rana común podría haber sido mencionada como cantarina en el mismo impulso que ese pájaro maravilloso, el ugüisu. Y ninguna rana común podría haber inspirado a un poeta clásico con una visión tan preciosa como esta:

Té wo tsuité
Uta moshi-aguru,
Kawazu kana!


“Las manos en el piso, repites reverente tu poema, oh rana!” El encanto de este poemita puede ser comprendido mejor por quienes estén familiarizados con la postura que dicta la etiqueta del lejano Oriente al dirigirse a un superior, arrodillándose e inclinando el cuerpo respetuosamente hacia adelante mientras las manos descansan en el piso, con los dedos apuntando hacía afuera.
Difícilmente sería posible determinar la antigüedad del hábito de escribir poemas sobre ranas, pero en el Man’yoshû, que se remonta a mediados del siglo VIII, hay un poema que indica que ya en esa época el río Asuka tenía mucho tiempo de ser famoso por el canto de sus ranas:

Ima mo kamo
Asuka no kawa no
Yu sarazu.
Kawazu nakusu no
Kiyoku aruran


“Es clara todavía la corriente del Ásuka, donde canta en las noches la kawazu”. En la misma antología encontramos la siguiente curiosa referencia al canto de las ranas.

Omoboyesu
Kimaseru kimi wo
Sasagawa no
Kawasu kitasezu
Kayeshi tsuru kamo


“Recibí la visita inesperada de mi augusto señor… ¡Ay, y podría haber vuelto sin escuchar las ranas del río Sawa!”. Y en el Rokujoshû, otra compilación antigua, se conservan estos agradables versos sobre el mismo tema:

Tamagawa no
Hito wo mo jogisu
Naku kawasu
Kono yuki keba
Oshiku ya wa aranu


“Al escuchar esta noche las ranas del Tamagawa que cantan sin temer al hombre… ¡Cómo no amar este momento furtivo?”

II

De modo que al parecer durante más de once siglos los japoneses han estado haciendo poemas sobre las ranas; y es al menos posible que versos sobre el tema, preservados en el Man’yoshû, se hayan compuesto aun antes del siglo octavo. Desde el periodo clásico más antiguo hasta el día de hoy, el tema no ha dejado nunca de ser uno de los favoritos entre los poetas de todos los niveles. Un hecho que vale la pena destacar al respecto es que el primer poema escrito en la medida llamada hokku, por el famoso Basho, fue sobre una rana.[2]El logro de esta forma poética en extremo breve (tres líneas de 5, 7 y 5 sílabas respectivamente) es crear una imagen-sensación completa; y el original de Bashô cumple esta hazaña difícil, sino imposible, de repetir en inglés:

Furu ike ya,
kawazu tobikomu
midzu no oto.


(“Viejo estanque ranas que saltan sonido del agua.”) Un inmenso número de poemas sobre ranas se escribieron subsecuentemente en ese metro. Aun en estos días los hombres de letras se entretienen haciendo poemitas sobre ranas. Se distingue entre todos un joven poeta conocido en el mundo literario japonés por el pseudónimo de “Roseki”, que vive en Osaka y mantiene en el estanque de su jardín cientos de ranas cantarinas. Con periodicidad invita a todos sus amigos poetas a un banquete, con la condición de que cada uno componga durante la cena un poema sobre los habitantes del estanque. Una colección de los versos así obtenidos se imprimió privadamente en la primavera de 1897, con divertidas ilustraciones de ranas como decoración de las cubiertas e ilustración del texto.
No es por desgracia posible posible dar a través de traducciones una clara idea de la calidad y el carácter de la literatura sobre las ranas. La razón es que el valor literario del mayor número de las composiciones sobre ranas descansa en gran medida en alusiones locales intraducibles, incomprensibles fuera de Japón, por ejemplo; en juegos verbales y en el uso de palabras con doble o triple significado. Apenas dos o tres de cada cien poemas soportan la traducción. De manera que puedo aventurar poco más que algunas pocas observaciones generales.
Que los poemas de amor constituyan una proporción considerable de esta curiosa literatura no le parecerá extraño al lector si recuerda que la hora del encuentro entre los amantes es también el momento en que el coro de ranas es un griterío, y que, en Japón por lo menos, el recuerdo de ese sonido se asocia con el recuerdo de un encuentro secreto en casi cualquier lugar solitario. La rana a la que se refieren esos poemas no es usualmente la kajika. Pero las ranas aparecen en los poemas de amor de innumerables maneras ingeniosas. Puedo dar dos ejemplos de composiciones populares modernas de este tipo. En la primera hay una alusión al famoso proverbio i no naka no kawazu daikai wo shirazu: “La rana en el pozo no sabe nada del gran océano”. Un persona que lo ignora todo sobre el mundo se compara con una rana en un pozo, y muy bien podemos suponer que el hablante de las siguientes líneas sea alguna muchacha campesina enamorada que responde con mucho tacto a una observación poco generosa:

Haz escarnio de mí si quieres con tus risas; dime “rana en el pozo”.
En ese pozo mío caen las flores, y en su agua la luna se refleja.


El segundo poema se supone que es la declaración de una mujer con buenas razones para estar celosa:

Gris como agua estancada te parece el espíritu de tu amada;
Pero el agua estancada puede hablar: ¡debieras escuchar el llanto de las ranas!


Fuera de los poemas de amor hay cientos de versos sobre las ranas comunes de los estanques y los arrozales. Algunos se refieren principalmente al volumen del sonido que las ranas hacen.

Oigo las ranas del arrozal: parece que el agua canta.

Inundamos los arrozales en primavera, la canción de las ranas fluye con el agua.

De un arrozal al otro llaman, y no cesan la incitación y la respuesta.

Se hace honda la noche y más ruidoso el coro de las ranas del estanque.

Tantas voces de ranas… ¿es más ancho el estanque por las noches?

Aun los botes de remos poco avanzan, ¡tanto pesa el clamor de las ranas de Horie!


La exageración del último poema es por supuesto intencional, y en el original no carece de efecto. En algunas partes del mundo, por ejemplo en los pantanos de Florida y del sur de Louisiana, el clamor de las ranas en ciertas temporadas recuerda el clamor de un mar furioso, y quien lo haya oído puede apreciar la imagen del sonido como un obstáculo.
Otros poemas comparan o asocian el sonido hecho por las ranas con el sonido de la lluvia:

Canción de las primeras ranas, más débil que la caída de la lluvia.

Creí que era la lluvia y era solo el canto de las ranas.

Ahora soñaría adormecido por el tableteo de la lluvia y la canción de las ranas.


Otros poemas no pretenden de nuevo sino ser cuadros mínimos, esbozos en miniatura, tales como este hokku:

Senda en los arrozales; a izquierda y a derecha saltan ranas.

o este, viejo de mil años:

Cuando la flor de yamabuki se dibuja en el agua inmóvil del pantano, se oye la voz de la kawazu;

o la siguiente hermosa imagen:

Canta ahora la rana, y su voz es perfumada; porque en la corriente que brilla caen los pétalos de cerezo.

Las dos últimas piezas se refieren por supuesto a la verdadera rana cantarina.
Muchos poemitas se dirigen a la rana misma, sea kaeru o kajika. Hay entre ellos poemas melancólicos, afectuosos, humorísticos, religiosos y aun filosóficos. La rana es vista a veces como un espíritu que descansa sobre una hoja de loto; a veces, como un sacerdote que repite sutras por el bien de las flores desfallecientes; a veces, como un amante que suspira; a veces, como un anfitrión que recibe a sus invitados; a veces como un blasfemo que “siempre está empezando” a decir algo contra los dioses y siempre tiene miedo de terminarlo. Los más de los siguientes ejemplos están tomados del libro de poemas hace poco publicado por Roseki; cada párrafo de mi versión en prosa representa, hay que recordarlo, un poema distinto.

Ahora que se han ido todos los invitados, ¿por qué sigues sentada tan formalmente, rana?

¡Así, puestas las manos en la tierra, saludas la llegada de la lluvia, oh rana!

¡Perturbas en el antiguo pozo la luz de las estrellas, rana!

Me adormece el sonido de la lluvia, ¡pero tu voz me hace soñar, oh rana!

¡Siempre empezando a decir algo contra los Altos Cielos, rana!

¡Aprendiste que el mundo está vacío, y flotas sin mirarlo nunca, oh rana!

¡Has vivido en los claros arroyos de los montes, tu voz no puede estar nunca estancada, rana!


La última agradable presunción muestra la estima en que se tiene a los superiores poderes vocales de la rana.

III

Es extraño que entre los cientos de poemas sobre ranas que he coleccionado no haya podido descubrir uno solo que mencione lo frío y pegajoso del animal. Salvo unas pocas líneas sobre las extrañas actitudes que adopta a veces la creatura, la única referencia a sus cualidades poco atractivas que pude encontrar está en esta amable observación:

Vista a la luz del día, qué poco interesante eres, ¡oh rana!

Me preguntaba por esta reticencia en cuanto concierne al carácter helado, viscoso y flácido de la rana cuando caí en la cuenta de que en otros miles de poemas japoneses que había leído las alusiones a sensaciones táctiles brillaban por su ausencia. Las sensaciones de los colores, los sonidos y los olores se manifestaban con exquisita y sorprendente delicadeza; pero las sensaciones del gusto rara vez se mencionaban, y las sensaciones del tacto eran absolutamente ignoradas. Me pregunté si la razón de esta reticencia o indiferencia debería buscarse en el temperamento particular o los hábitos mentales de la raza; pero aún no he sido capaz de resolver la cuestión. Recordando que esta raza ha vivido durante siglos de comida que parece insípida al paladar de Occidente, y que los impulsos a acciones como estrechar las manos, abrazar, besar y otras demosraciones físicas de sentimientos afectuosos son de veras extraños al carácter del Extremo Oriente, se siente uno tentado por la teoría de que las sensaciones gustatorias y táctiles, sean o no placenteras, han evolucionado menos entre los japoneses que entre nosotros. Pero hay muchas pruebas en contra de semejante teoría, y los prodigios de las artesanías japonesas dan testimonio de la delicadeza del tacto casi incomparable que se ha desarrollado en direcciones especiales. Sea cual fuere el significado fisiológico de este fenómeno, su significado moral es de la mayor importancia. Hasta donde he sido capaz de juzgar, la poesía japonesa ignora habitualmente las cualidades inferiores de la sensación, mientras que nos atrae del modo más sutil hacia aquellas cualidades superiores que llamamos estéticas. Aun si no representa otra cosa, este hecho representa la más sana y más feliz de las actitudes hacia la Naturaleza. ¿No nos retraemos los occidentales ante muchas impresiones puramente naturales debido a la repulsión desarrollada a través de una mórbida sensibilidad táctil? Es una cuestión digna cuando menos de consideración. Ignorando o dominando esa repulsión, aceptando la Naturaleza en su desnudez, amable siempre que es comprendida, los japoneses descubren la belleza donde nosotros imaginamos lo feo o lo informe o lo repugnante, la belleza en las piedras, la belleza en los insectos, la belleza en las ranas. ¿No significa nada el hecho de que sólo ellos hayan sido capaces de hacer un uso artístico de la forma del ciempiés? ¡Deberían ustedes ver mi bolsa de tabaco hecha en Kioto, con ciempiés de oro que corren por su piel historiada como ondulaciones de fuego!

[1]En todos los casos traduzco esta vez no del original sino de la versión de Hearn.
[2]Curioso error de Hearn: Bashô no fue el creador del haiku sino quien llevó esa forma poética, varios siglos anterior a él, a su plena madurez.


domingo, 4 de octubre de 2009

De nuevo un cuento de Lafcadio Hearn


Muchas páginas de internet reproducen una versión española de este cuento de
Lafcadio Hearn (a.k.a. Koizumi Yakumo 小泉八雲, 1850 -1904) tomada de la edición de
Kwaidan publicada por Siruela, cuyos editores no hicieron sino aprovechar la que figura como "Cuento de terror del antiguo Japón de Yakumo Koisumi" en el volumen I del libro Narraciones Terroríficas. Antología de cuentos de misterio publicado por las Ediciones Acervo de Barcelona en los años sesenta y para el que fue traducido ¡del francés! (de la antología de Roger Callois, 60 Récits de Terreur, Le club français du livre, París). Esa versión —en la que el título aparece alterado como "Mujima"— es tan mala que confunde la tarde con la noche, la espalda con el hombro, una luciérnaga con una mosca, cerca con lejos... Vale la pena traducirla de nuevo —y más leerla en el original.
En cuanto a las expresiones japonesas que emplea Hearn, y que transcribo
verbatim: O-jochu es título de cortesía para dirigirse a una señorita a la que no se conoce; kore significa, en el contexto del cuento, "aquí"; soba es un tipo de fideos.

MUJINA

En el camino de Akasaka, en Tokio, hay una colina llamada
Kii-no-kuni-zaka, es decir la Colina de la Provincia de Kii. A uno de los lados se ve un antiguo foso, ancho y muy profundo, con altas laderas verdes que suben hasta un lugar de jardines, y al otro los largos muros altivos de un palacio imperial. Antes de la era de las linternas y los jinrikshas, el vecindario era desolado cuando anochecía, y si se había puesto el sol los caminantes rezagados preferían dar un largo rodeo antes que aventurarse a subir solos la Kii-no-kuni-zaka.
Y todo por un Mujina que andaba por ahí.
El último hombre que vio al Mujina fue un viejo mercader del barrio de Kyôbashi, que murió hace unos treinta años.
He aquí su aventura, tal como la contó:
Una noche, ya tarde, se apresuraba a subir la Colina de la Provincia de Kii, cuando vio una mujer agachada cerca del foso, sola, llorando amargamente. Temiendo que quisiera suicidarse, se detuvo para ofrecerle la ayuda y el apoyo a su alcance. Parecía menuda y graciosa, iba ricamente vestida y su peinado era el de una joven de buena familia. “O-jochu”, exclamó, acercándosele. “O-jochu, ¡no llore de ese modo! Dígame qué le pasa, y si en algo puedo ayudarla; lo haré encantado. (Lo decía de veras; era un hombre encantador.) Pero ella siguió llorando, ocultándole el rostro tras una de sus amplias mangas. “O-jochu” dijo de nuevo, con la mayor delicadeza, “por favor, escúcheme, por favor; este no es lugar para una muchacha, a estas horas. No llore, se lo ruego… dígame sólo si puedo ayudarla en algo.” Ella se puso en pie lentamente, pero le dio la espalda, y siguió gimiendo y sollozando tras su manga. Él posó apenas la mano sobre su hombro y le suplicó: “¡O-jochu!, ¡O-jochu!, ¡O-jochu!… Escúcheme, un momento nada más. “¡O-jochu!, ¡O-jochu!” Hasta que la O-jochu se volvió, dejó caer la manga y se golpeó la cara con la mano…Y el hombre vio que no tenía ojos, nariz ni boca... y dió un grito y huyó.
Corrió y corrió, colina arriba, y todo ante él era negro y vacío. Corrió y corrió sin atreverse nunca a volver la vista. Al fin vio una linterna, tan lejos que parecía el fulgor de una luciérnaga, y allá se dirigió. Resultó ser la linterna de un vendedor ambulante de soba, que tenía puesto al borde del camino. Pero cualquier luz y cualquier compañía eran buenas. Cayó a los pies del marchante, gimiendo: “¡Ah!... ¡Ah!... ¡Ah!...”
¡Kore! !Kore! —exclamó bruscamente el vendedor—. “¡Aquí! ¿Qué le ocurre? ¿Le han hecho daño?
—¡No!... Nadie me ha hecho daño... —murmuró el otro—. Pero... ¡Ah!... ¡ah!... ¡ah!...
—¡Le han dado un buen susto! —dijo el mercader, sin mucha simpatía—. ¿Ladrones?
—¡Ningún ladrón, ningún ladrón! Vi… vi una mujer… cerca del foso... y me mostró… ¡Ah!, ¡no le puedo decir lo que me mostró!
—¿Qué? ¿La ha visto, tal vez, ASÍ?... —exclamó el mercader, golpeándose la cara —que se volvió entonces como un huevo… Al tiempo que la luz se apagaba.