Japón no es “el imperio de los signos”, como dijo Barthes: es el imperio de las formas.
Octavio Paz, carta a Pere Gimferrer, 1983.
En 1938, para elogiar la Historia de Genji, Borges la comparó con el Quijote y observó memorablemente que la novela de Murasaki “es más compleja y la civilización que denota es más delicada”. Casi medio siglo después, al volver de su única visita a Japón, declaró que durante la estancia se había sentido
“continuamente agradecido, continuamente atónito, continuamente indigno de lo que yo podía ver a través de mi ignorancia y de mi ceguera... me he sentido un bárbaro en el Asia. Concretamente en Japón. Eso no me ha entristecido. El hecho de compartir de algún modo una cultura que me parece harto más compleja que la nuestra, me alegró.”
Harto más compleja, en efecto, y notoriamente más delicada, así en la minuciosa inmensidad de sus poemas mínimos como en el intricado ascetismo de los jardines de arena o la ceremonia del té, pero también en los elaborados rituales del trato cotidiano o en la acabada perfección de las líneas del asfalto. La afición a Japón ha ocupado más de la mitad de mi vida; nunca me atrajeron las geishas ni las luchas de sumo ni los aparatos electrónicos. Fue, sin que lo haya sabido claramente, algo mucho más antiguo y más esencial, también más indefinible: la continua voluntad de perfección, la disciplina de la belleza, la certidumbre de que no hay más allá que aquí mismo y la imposibilidad de pensar en el futuro más que en tiempo presente. La maravilla de un pueblo, como ha dicho Arthur Koestler, “de ascetas hedonistas”. Un pueblo, es sabido, tan antimetafísico como ritualista y en el que, según quieren mostrar en una secuencia rítmica las fotografías de esta exposición, la devoción de lo mínimo se resuelve en el vértigo del infinito. Dicho lo anterior, el espectador no se sorprenderá de encontrar en esta selección muy poca gente, y siempre en fuga. Tampoco debiera escaparle que el tema de las fotografías son las obras de esa gente y que, a cambio de escatimar los “paisajes naturales”, la muestra quiere mostrar la naturaleza profunda de su cultura.
No exagero al decir que durante los cinco años largos que he vivido en Japón no ha habido día en que no me haya sentido, como Borges en sus dos semanas de turismo, continuamente agradecido, continuamente atónito. Las fotografías de esta muestra quieren dar prueba de ello.
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