Sergio Pitol, que pasó veintiocho años fuera de México, vivió en tantos países y no ignora el Asia, pues pasó una temporada larga en Pekín, absurdamente no conocía Japón. Vino finalmente para discurrir, en una Sala de Actos del Instituto Cervantes que así se inauguraba brillantemente el 4 de octubre, sobre cómo el autor del Quijote se resuelve también mágicamente en un "tercer personaje" que cabalga, a la sombra de Quijano y su escudero, por la ancha geografía de España y la vasta posteridad de su novela. Eso dijo, o eso dicen que dijo quienes lo escucharon, porque no fuimos hasta Tokio y preferimos acudir a recibirlo a la estación de Kioto, acompañarlo después al Toh Ka Sai Kan (un restaurante chino malón, pero cuya arquitectura atrajo inevitablemente al recién llegado), y luego, por el camino de Pontocho y Sanjô, dejarlo a las puertas del Hiiragiya, donde tuvieron la enorme cortesía de darle la misma habitación en que solía hospedarse Yasunari Kawabata, y la mayor de mudarlo, dos días después, a la más amplia del ryokan, en el ala inaugurada el año pasado.
La fotografía está tomada dos días después, en la puerta este del Rengeôin, también conocido como Sanjûsangendô, y aún más como Templo de los Mil Budas, que son los que acabábamos de ver.
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