Como me lo pregunta un lector, desde California, vuelvo a contarlo: menos de cinco meses de 1952, entre el 5 de junio y el 29 de octubre, pasó el Segundo Secretario Octavio Paz Lozano en Japón, cuando vino para cumplir la misión de instalar, así fuera precariamente —en un par de habitaciones del Imperial Hotel— la Embajada de México en Tokio, antes de que llegara el titular de la misión, Manuel Maples Arce. Parecen poca cosa, si se piensa en la relación larga y fructífera que el poeta mantuvo con la literatura japonesa, pero dieron ocasión a que cincuenta años después la Embajada de México, que encabezaba Carlos de Icaza, organizara unas jornadas de reflexión, con las que se conmemoró el sesquicentenario de la Embajada. El lunes 21 de octubre de 2002, Donald Keene, Eikichi Hayashiya y Enrique Krauze evocaron al amigo, al traductor, al maestro en una larga, conmovedora, memorable sesión conducida por Yumio Awa en el International Hall de la Fundación Japón. Al día siguiente, en la Universidad de Sofía, hablaron de su trabajo cuatro de los veintitantos traductores de Octavio Paz al japonés (Norio Shimizu: El mono gramático; Fumihiko Takemura: Los hijos del limo; Fumiaki Noya: ¿Águila o sol?; Michiyo Hayashi: Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe). El 23 se presentó al público la traducción de ¿Águila o sol?, apenas salida de la imprenta. La mañana de ese mismo día estuve con Enrique Krauze en casa de Keene, que aquí aparece firmando un ejemplar de su biografía del Emperador Meiji. Hace poco me pidieron autorización para poner la foto en la entrada correspondiente de wikipedia.
How the Japanese Moving Industry Influenced Services All Over the World
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In the ever-evolving, interconnected tapestry of global industries, staying
ahead of the game often means taking a page from the pioneers’ playbook.
Ente...
Hace 4 semanas.
2 comentarios:
Un personaje interesante que merecería una biografía más extensa y que su relación con Japón empezó con el odio, apuntándose a luchar tras Pearl Harbor. Interesante el grupo de japonesistas americanos al que perteneció. Hace poco apareció en castellano el libro sobre la vida en China de uno de ellos, David Kidd, Historias de Pekin (Los Libros del asteroide), donde cuenta el último entierro tradicional, ya bajo los comunistas. Precioso.
No creo que lo del odio sea justo con Keene, querido Tino. Él mismo cuenta, en sus dos autobiografías (On familiar terms y Chronicles of My Life: An American in the Heart of Japan), que se unió a las filas porque la armada le ofrecía la posibilidad de aprender japonés en un año. Nunca entró en combate. Su tarea consistía en leer los diarios de los soldados japoneses muertos o capturados, y según él ese fue su primer encuentro directo con la literatura japonesa, porque esas páginas no contenían secretos militares y sí, en cambio, breves poemas. No es que Keene haya descubierto así la literatura: antes de interesarse por el el japonés había estudiado español y leído a Cervantes
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