En Japón, a Borges le pareció admirable que la gente entrara a los templos riendo y bromeando; que la experiencia de lo sagrado no estuviera reñida con el buen humor. Lo hemos visto no sé cuántas veces. Tras el momento de recogimiento ritual, que suele durar pocos segundos, la gente vuelve naturalmente “a engolfarse en la vida” (Gabriel Zaid).
Tres jóvenes cruzan el Bosque de la Verdad (Tadasu no mori), en el norte de Kioto, después de participar en una de las ceremonias solemnes que rigen el transcurso del Aoi Matsuri, un festival que se celebra desde de la época Heian. Al fondo se ve una de las puertas del Santuario de Shimogamo, que precede a la ciudad, pues data del siglo VI. Se dirigen al Santuario de Kamigamo, estación final de las festividades. Viéndolos, alegres y ligeros por la senda de siglos, no recordé las palabras de Borges, sino el poema de Ungaretti:
Senza più peso
Per un Iddio che rida come un bimbo,
Tanti gridi di passeri,
Tante danze nei rami,
Un'anima si fa senza più peso,
I prati hanno una tale tenerezza,
Tale pudore negli occhi rivive,
Le mani come foglie
S'incantano nell'aria...
Chi teme più, chi giudica?
En la traducción de Tomás Segovia:
Sin más peso
Por un dios que se ría como un niño
tanto grito de pájaro,
tanta danza en las ramas,
un alma queda sin más peso,
los prados tienen una tal ternura,
un tal pudor en los ojos revive,
las manos como hojas
se encantan en el aire…
¿Quién teme ya, quién juzga?
Así, como cruzan los jóvenes el bosque, con un dios que se ríe como un niño —y que más parece una deidad del shinto que otra cosa—, salimos de este año fabuloso. Que haya sido tan bueno para ustedes.
lunes, 31 de diciembre de 2007
Como cruzan los jóvenes el bosque
lunes, 24 de diciembre de 2007
Todo el tiempo dorado por el ginkgo
El ginkgo biloba es, se sabe, el árbol más antiguo del mundo. Para los botánicos un “fósil viviente”, cuya familia se extinguió hace 2.5 millones de años en Europa y 7 millones de años en América, sobrevivió en un rincón de China hasta que monjes budistas lo cultivaron y, a fines del siglo XII, lo trasportaron a Japón, donde se desarrolló alrededor de los templos.
Así se explica que, aunque el otoño sea la estación predilecta del Man’yoshu y de la poesía cortesana que guardan las veintiún antologías imperiales, entre las frondosas arboledas de arces de esas páginas no haya una sola hoja de ginkgo. El árbol aparece en la literatura japonesa en 1530, en un diario de viaje del poeta Socho, y se multiplica en los haiku de Kikaku, Buson, Shoha, Ryokan: es de la época de Edo. Y de la poesía moderna: está en Akiko Yosano y en Mokichi Saito.
Aunque es el árbol emblemático de la prefectura de Ósaka, tengo la impresión de que es más abundante en Tokio. Hakusan dori, la avenida central del barrio en que vivíamos, se doraba de ginkgos ya mediado diciembre. En el centro de Tokio, en un pequeñísimo parque del distrito de Chiyoda, frente al hotel New Otani, tomé hace cinco años la foto de esta página. Como muchas otras, no se me ocurrió a mí sino a la Monse.
(Aprovecho, para lo dicho aquí, las páginas del Japanese American National Museum: es la fuente no declarada de casi todo lo que hay en la red, en español e inglés, sobre el tema.)
jueves, 20 de diciembre de 2007
Vivimos vacilando, a la deriva
Uno de los poemas que más me gustan del Man’yoshu (libro 17, 3896):
家にてもたゆたふ命波の上に浮きてし居れば奥か知らずも
ie nite mo tayotau inochi nami no ue ni ukiteshi oreba okuka shirazu
Aun en casa
vivimos vacilando;
sobre las olas,
en flotante morada,
quién sabe a dónde vamos...
Lo escribió un cortesano de Ôtomo no Yakamochi en noviembre de 730, cuando el Gobernador General de Kyûshû fue llamado a Kioto como Gran Consejero. Se refiere al temor ante la navegación inminente, pero me parece que expresa también una incertidumbre ancestral del alma japonesa, habitante de una isla inestable, azotada por las tifones, agitada por los temblores, temerosa de los volcanes.
En ese sentimiento puede encontrarse el origen de la visión japonesa de la naturaleza, y de muchas otras cosas en las que no voy a entretenerme hoy, porque lo que quiero es presumir la postal que recibimos de Brian Nissen, quién sabe si desde Nueva York o México o Barcelona, pues entre esos tres lugares se mueve, sin temor a la incertidumbre ni al viaje y dichoso de la vida mudable, como se ve.
martes, 18 de diciembre de 2007
La cucaracha vuela en japonés
La cucaracha soñadora
Era una vez una Cucaracha llamada Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha llamada Franz Kafka que soñaba que era un escritor que escribía acerca de un empleado llamado Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha.
El cuento está en La oveja negra y otras fábulas, libro del que Ayano Hattori hizo la traducción japonesa para la editorial Shoshi Yamada. Y está también, vengo a descubrir, en YouTube, en un video de Hanafubuki. La voz que lee el texto es la de la actriz Yoko Shibata.
sábado, 15 de diciembre de 2007
Peces del aire altísimo
Nada más que un reflejo, con nitidez de sueño,
en el agua impasible: carpas rojas, translúcidas,
sobre el muro de láminas de hierro corrugado,
renegrido de hollín, ya tocado de herrumbre.
Unos peces sin cuerpo en un agua sin límites,
el tiempo suspendido y el mundo abandonado
de un suburbio fabril la tarde de un domingo.
Qué extraña claridad, qué difusa inquietud.
Así son las imágenes de Ota, fotógrafo de Kanagawa:
transparencia y opacidad, maravilla y desasosiego.
jueves, 13 de diciembre de 2007
Una conversación interminable
Los vi allí, colgados en la pared al sol del otoño, y no pude sino evocar aquel poema que tradujo memorablemente Octavio Paz:
春雨やものがたりゆく蓑と傘
harusame ya monogatari yuku mino to kasa
Llovizna. Plática
de la capa de paja
y la sombrilla.
Sólo más tarde me di cuenta de que no había allí una sombrilla sino un sombrero y de que el autor del poema, Yosa Buson, no pudo haber estado entre los contertulios del poeta Mukai Kyorai en esa casa, que se conoce como Rakushisa y donde en cambio sí estuvo Matsuo Basho, su huesped tres veces, en 1689, 1691 y 1694, en la segunda de las cuales escribió lo que se conoce como Diario de Saga, Saga Nikki, uno de sus cuadernos de viaje, que habría que traducir al español. No había sombrilla sino sombrero, no era primavera sino otoño y no caía la lluvia sino un sol sin nubes, pero todo allí conversaba animadamente, lo mismo que la multitud visitante, más numerosa que las hojas del otoño aunque tal vez no más palabrera.
martes, 11 de diciembre de 2007
Mainichi Shinbun, domingo 9 de diciembre
Así dio cuenta el Mainichi Shinbun de la inauguración de la muestra fotográfica Japón Cuatro en la gallery maggot de Osaka, el sábado pasado.
El título de la nota es disparatado, pero por supuesto no es nuestro.domingo, 9 de diciembre de 2007
Poemas de piedra, de Arturo Escandón
Inspirado en la versión de un poema de Izumi Shikibu que incluí en Luna en la hierba (Hiperión, Madrid, 2007), Arturo Escandón nos sorprendió con este otro:
El anuncio de Kansai Art Beat
"Japón 4" Exhibition
Venue: Gallery Maggot
Schedule: From 2007-12-08 To 2007-12-16
Open 13:00-20:00 on Saturdays and Sundays.
Address: 202 Hatsune Building, 1-2-4 Showa-cho, Abeno-ku, Osaka 545-0011
Phone: 06-6628-5235 Fax: 06-6628-5235
sábado, 8 de diciembre de 2007
Diarios privados escritos en público
viernes, 7 de diciembre de 2007
como muy no sé cómo, tú me entiendes
Antes de mudarnos a Kansai vivimos durante cinco años en Tokio. Cuando me preguntan si echo de menos algo, respondo de inmediato que sí: museos y galerías, bares y restaurantes y, desde luego, los amigos con quienes los frecuentaba. Pero nada me ha provocado una nostalgia tan irremediable como esta fotografía de chillhiro que descubrí poco después de llegar aquí, salvo las otras suyas que luego he visto. No por el lugar —un restaurante que no conozco pero podría ser cualquier otro— ni por esa comida que ya no está en la mesa pero delatan utensilios y condimentos y es, sí, uno de mis platos favoritos de la comida japonesa, más bien de Tokio que de Kansai: el dojô, que así se dice (どじょう) aunque en las cortinas y cartas de los establecimientos se escriba invariablemente どぜう (dozeu), con una grafía que no es la del kana histórico (歴史的仮名遣 rekishiteki kanazukai) sino la de cierta jerga de la época de Edo, y es una locha (lobo del Japón, pez barómetro o misgurno) que vive en aguas estancadas o en remanso y con lodo, donde acostumbra enterrarse, algo así como una sardina alargada. No, no fue el recuerdo del dojô, con todo lo que me gusta, sino, por extraño que parezca, la luz: esa luz que es evidentemente cualidad de la fotografía, de la película fotográfica de una cámara Mamiya para ser exactos, y que de alguna manera que no sabría definir de inmediato corresponde precisamente a la atmósfera íntima de Tokio, a la tonalidad del recuerdo de Tokio en mi memoria. Como, decía, muchas otras fotografías de chillhiro.
viernes, 30 de noviembre de 2007
Escritura camino a la ceniza
Durante el fude kuyô (筆供養, “funeral de los pinceles”), que se realiza en fechas próximas al cambio del año en diversos templos y santuarios de Japón, los calígrafos y hombre de letras agradecen su servicio y sus dones a los instrumentos de escritura entregándolos al fuego, de mano de los oficiantes y en la solemnidad de los cantos rituales. Dicen que quienes son tocados por el humo mejorarán su escritura. No necesito confesar que el viento no estuvo a mi favor.
La ceremonia se celebra en fecha variable. En el Nikaido (二階堂) de Kamakura, dedicado al poeta, letrado y político de la época Heian Sugawara no Michizane (794-1185/92), el 25 de enero. En el Shogaku-an (正覚庵), subtemplo del Tofukuji, vasto complejo zen de Kioto donde tomé la foto que aparece en esta página, el 23 de noviembre de 2007.
miércoles, 28 de noviembre de 2007
Frente al televisor toda la tarde
一日中テレビの前に濡れ落ち葉
martes, 27 de noviembre de 2007
La hoja, enrojeciendo, va a la flor
Fuimos al Arashiyama, no sólo para ver los momiji sino, sobre todo, para conocer el Nison-in (二村院), donde es fama incierta que Fujiwara no Teika compiló la centena poética conocida como Ogura Hyakunin isshu (pues el templo se encuentra en las faldas del Monte Ogura). En el camino, luego de presentar respetos al santuario de Nonomiya, sobre el que hay tantas referencias en la literatura japonesa, y antes de llegar al Jojakko-in, entramos a un pequeño templo —parecía más bien una residencia privada— que no registran los mapas ni los libros que tengo a mano: el Shukaku-ji. Estaba cerrado pero el jardín, de dimensiones modestas, podía visitarse libremente. Allí vi esta imagen y no pude —yo, que encuentro ridículos a los fotógrafos de flores— resistirme a capturarla: a punto de caer, la hoja, enrojeciendo, toca la flor apenas.
A la vejez, viruelas.
lunes, 26 de noviembre de 2007
Hierbas en el arroyo, a la deriva
Ki no Tsurayuki cita en el prólogo del Kokinshû, entre otros poemas de Ono no Komachi, el que escribió para rechazar la invitación de Fun’ya no Yasuhide a visitar la provincia de Mikawa, a la que partía como gobernador:
わびぬれ ば身をうきくさのねをたえてさそふ水あらばいなむとぞ思ふ
wabinureba mi mo ukikusa no ne wo taete sasou mizu araba inan to zo omou
En la traducción no literal de Carlos Rubio (Kokinshuu, Hiperión, 2005):
Tan triste y sola:
como un alga flotante
sin raíz ni arrimo
a merced de corrientes
que me arrastren y lleven.
En la versión indirecta de Octavio Paz (Versiones y diversiones, Joaquín Mortiz, 1974):
Hierba, me arranca
la desdicha. Yo floto
ya sin raíces.
¡Siguiera al remolino
si me hiciese una seña!
Es difícil contar los ecos de esas palabras en la literatura japonesa, que resuenan ya en un episodio de los Yamato monogatari (951) y todavía en una pieza teatral de Yukio Mishima y dos cintas de Yasujiro Ozu. En dos obras de teatro
姿が 世をも厭 はばこそ。 心こそ厭 へ
sugata ga yo wo mo iya wa bakoso, kokoro koso iya e
Mi forma está en el mundo, mi espíritu se ha ido.
La hierba a la deriva (eso significa ukigusa, más que flotante, si bien se piensa) es pues, en el poema de Ono no Komachi, el cuerpo del que el espíritu se ha ido. El cuerpo, en términos cristianos, desalmado.
domingo, 18 de noviembre de 2007
Todos enrojecidos de repente
No nos pusimos de acuerdo Paco, Sara, la Monse y yo para que el rojo fuera tan importante en las cuatro fotografías de la tarjeta postal que invita a nuestra exposición en la gallery maggot de Osaka. En la mía ocupa casi todo el espacio, y no más porque el guardián del orden, accidente afortunado, entró para convertir la imagen en escena. Lo que está viendo puede verse en esta página.
Aquí hay un mapa para llegar a la galería, que está a sólo 3 minutos a pie de la salida 1 de la estación Showacho de la línea Midosuji del metro: 1–2–4 Shôwachô, Abenoku, Osaka. Del 8 al 16 de diciembre; el 8 es sábado y los cuatro estaremos ahí para brindar con los que lleguen.
martes, 13 de noviembre de 2007
Es sólo una muchacha que pasaba
Cuanto estaba ya en orden y sin gracia: la línea blanquísima del suelo, las ruedas, canastillas y manubrios, esa ropa sin duda bien planchada, y lo que en un instante ocurre: esa mano a la altura del sillín —¡qué importante la uña del pulgar!—, en la otra la bolsa que no pesa, la sandalia en la raya, por supuesto, y ese otro pie en el aire, ese ángulo, esa nada: esa mujer que pasa, que tal vez huye de la cámara, bailando sin saberlo, iluminada. Todo cae en su sitio de repente, pero de qué manera inesperada.
No es el rincón de un bar, hondo en la noche de Nagoya, ni una acera orillándose hacia el alba; no hay alcohol ni tabaco, como en tantas fotos de junku, y esta mujer sin rostro ha de ser tímida, a diferencia de las otras, descaradas. Pero la perfección, la gracia, la luz de lo que pasa, la oscuridad iluminada: eso está en cada foto suya —aunque esta que aquí he puesto, a plena luz del día, nos resulte un instante tan extraña.
sábado, 10 de noviembre de 2007
Olas contra la roca destrozadas
Ninguna entre todas las versiones que he intentado del Hyakunin Isshu me ha dejado tan satisfecho como la de este poema de Minamoto no Shigeyuki; no por su siempre discutible fidelidad sino por el poema resultante:
風をいたみ 岩うつ波の おのれのみ くだけて物を 思ふころかな
kaze wo itami iwa utsu nami no onore nomi kudakete mono wo omou koro kana
Como las olas
que furioso echa el viento
contra las rocas:
así estoy yo, deshecho,
entre mis pensamientos.
Casi todos los comentaristas coinciden en señalar como centro del poema la imagen de la amada inconmovible y dura como una roca, contra la que se estrella la pasión que arrebata al enamorado, pero en mi traslado la atención se enfoca en el agua, imagen de esa pasión. Lo mismo ocurre en el grabado de Ichiyusai Kuniyoshi (Edo, 1797—Tokio, 1861), pero en su visión el desplazamiento es aun mayor y acaba por invertir la lectura normal del poema pues las olas, símbolo de la pasión del hombre, cobran en ella forma de mujer. Kuniyoshi, con la libertad con que durante siglos han interpretado los artistas japoneses a sus clásicos, recreándolos para crear obras autónomas, pinta no lo que el poema dice sino lo que acaso todo amante, y entre ellos el que habla en el poema, siente con claridad al pensar en la amada: mi pasión tiene esta forma.
jueves, 8 de noviembre de 2007
Al salir de la escuela y sin saberlo
¿Qué me emociona en esta fotografía? Aprecio, desde luego, la perfecta composición, el delicado equilibrio de luces y sombras, la geometría del escenario, abstracto de no ser por los árboles y, claro, esas figuras que entran graciosamente en escena, como si ejecutaran, con ligereza y precisión, una coreografía bien sabida. Me gusta el ideograma que trazan en el aire y la alegría en los rostros. Me conmueve, sin duda, el contraste entre la efímera intensidad de ese momento y el mudo escenario irrelevante, que permanecerá. O tal vez sea sobre todo otra cosa: la certidumbre de que todo eso, el modesto milagro de la escena, ellos ni siquiera lo han visto. Ni falta que les hace.
La fotografía es del portentoso utoutokumasan.
lunes, 5 de noviembre de 2007
Borra la luna el ritmo de la lluvia
Esta mañana, hojeando distraidamente la antología de Shirane, caí en este hokku de Shinkei (1406 – 1475), uno de los más destacados autores de renga:
聞くほどは 月を忘るる 時雨かな
kiku hodo wa tsuki wo wasururu shigure kana
Al escucharlo
te olvidas de la luna:
breve chubasco.
Es, apenas hace falta decirlo, un poema de otoño, estación de grandes lunas y breves chubascos. A juzgar por las reseñas, parece bueno el libro de Esperanza Ramírez–Christensen, Heart's Flower. The Life and Poetry of Shinkei, que no conozco todavía.
Háblanos de tu viaje. ¿Cómo es Japón?
—Los viajeros que regresan tienen el difícil deber de contar qué han visto.
Por eso siempre los he compadecido —dice Eugenia.
—Tienes razón —dice Anselmo, girando una silla para mirar directamente a
Eugenia—. Pero yo no pensaba regresar. Mi decisión era otra.
—¿Qué habías decidido?—pregunta Delia.
Fray Alberto contesta rápidamente en vez de Anselmo:
—Irse a un monasterio budista en Japón. !Imagínate!
—¿Es cierto?
—Sí. Desgraciadamente es cierto—contesta Anselmo.
[...]
—Y ahora tienes que cumplir tu deber. Háblamos de tu viaje. ¿Cómo es Japón?
—pide Eugenia.
—Está lleno de japoneses —contesta rápidamente Anselmo.
El pasaje da una idea bastante precisa de la presencia de Japón en la narrativa mexicana del siglo XX.
domingo, 4 de noviembre de 2007
Imagen de Japón para ojos diplomáticos
En El alba llama a la puerta (1966), Jorge Carrera Andrade (Quito, 1903–1978) incluyó un curioso poema que evoca su experiencia de Japón, donde pasó tres años como Cónsul General del Ecuador, a fines de los años treinta:
Islas niponas
Tomo con los palillos un corazón enano
entre granos de arroz que ríen con sus dientes minúsculos
a la sombra de los pinos marítimos
que vieron llegar por las olas la estatua del dios
y por las nubes la barca del hombre
fundador de dinastías.
Los sacerdotes de cabeza rapada
llevan el dosel del cielo
cerca del templo de laca
vacío hasta las lágrimas de cera.
Los santos hombres de Zen se refugian en un islote
para ver la caída de la hoja,
lengua de lo alto.
Los mendigos engañan su hambre tocando la flauta.
Al ocaso, el sol mira de reojo
las ventas de pescado momificado.
Las luces de Ginza tiemplan en la red de las constelaciones
mientras las anguilas recorren la tierra
en busca de los lagos nupciales.
Ningunos ojos más llenos de amor humano
que los de la joven manchú sobre las esteras
ante el cuerpo del extranjero comprador de caricias.
Kioto, Kamakura, Karuizawa:
miles de años han madurado la civilización de madera
contemplada con una sonrisa enigmática
por la inmensa estatua del dios de bronce
hueco como una campana
en espera de los tifones oceánicos
que dejarán sólo un esqueleto de pez sobre la arena.
Zen: mira mi mano flácida. Soy un hombre de Zen.
No tengo otro cuenco de arroz de la luna.
Sin embargo en mi corazón reverdece la sabiduría
como un limonero enano
y en mi paladar se redondea la palabra
antes de salir a deshacerse en el aire.
Nada más ajeno al zen que la estrofa final, vana de una elocuente sabiduría que reverdece sin embargo de la pobreza (no tanta que no alcanzara para pagar amores manchúes, sin embargo). Pero es que el poema no pertenece al género filosófico, sino al de la estampa turística, como revela el verso “Kioto, Karuizawa, Kamakura”. Además de la ka inicial, el único rasgo común en esas tres palabras, variablemente misteriosas para el extranjero y evocadoras para el diplomático en retiro de una civilización milenaria, es el de nombrar destinos turísticos. Entre Kioto y Kamakura, antiguas capitales de Japón y cuna de momentos peculiares de la civilización, Karuizawa, un lugar de veraneo popular entre los diplomáticos porque, sobre ser fresco en verano y nevado en invierno, tiene un aire muy europeo desde que el misionero Alexander Croft Shaw lo puso de moda a fines del siglo XIX.
Yasunari Kawabata y Yukio Mishima se retiraban a veces a escribir al hotel Manpei de Karuizawa, pero el único escritor del que recuerdo haber visto ahí una fotografía —y enorme— es John Lennon, que apreciaba el piano del comedor, al otro lado del vitral que se ve en la foto de esta página.
jueves, 1 de noviembre de 2007
domingo, 28 de octubre de 2007
Cada vez otra vez es la primera
En un libro reciente y pronto polémico (ジパングと日本, Jipangu to Nihon, Yoshikawa Kobunkan, 2007), Setsuko Matoba postula la hipótesis de que el Cipango a que se refiere Marco Polo no está en el archipiélago japonés sino en las Filipinas. Uno de sus argumentos es que la célebre descripción de tierras que “poseen oro en abundancia, ya que las fuentes del país son inagotables” no puede corresponder a Japón, ya para entonces escaso en reservas. Es cierto; no lo es menos que el propio Marco Polo nunca supo dónde estaba el lugar que le contaban y que, desde que el misionero portugués Joao Rodrigues la identificó como el Jiponcoe de la voz china, a fines del siglo XVI, fue Japón el Zipangu que buscaron los navegantes occidentales, y es sin duda el que muchos encontraron. ¿Cuál no habrá pensado, ante la primera visión del Kinkakuji, que se encontraba milagrosamente en la isla que le decían al veneciano? Yo, que lo he visto ya muchas veces —y nunca a pleno sol ni bajo nieve— no dejo de admirarme cada vez como la primera.
(Un resumen de la discusión al respecto, en Medieval News.)
jueves, 25 de octubre de 2007
Otras hojas las flores en el árbol
Al final del “Repaso en forma de preámbulo” que sirve de presentación a Los privilegios de la vista (tomos VII y VIII de sus Obras Completas) Octavio Paz menciona, entre una serie de momentos privilegiados, “los tres minutos de recogimiento en Bashô An, la diminuta choza sobre la colina de pinos y rocas en las inmediaciones del templo Kampuji (sic), cerca de Kioto, en donde vivió Bashô una temporada”. La descripción es imprecisa: el Konpukuji se encuentra dentro de Kioto, y la choza, donde es incierto que Bashô haya residido, no está en las inmediaciones del templo sino en sus terrenos. No es importante, y la confusión es explicable para quien sólo ha estado de paso y escribe, de memoria y también de paso, años después. Se entiende también, porque en el pasaje no hay fechas, que Guillermo Sheridan, en su indispensable Poeta con Paisaje. Ensayos sobre la vida de Octavio Paz, caiga en el error de contar esos tres minutos entre los “pequeños goces” de que disfrutó el poeta en los meses, pocos pero abrumados de sinsabores, que pasó en Japón en 1952. Pero Paz no visitó el lugar durante su encargo diplomático en Tokio, sino en la única ocasión en que volvió al país, invitado por la Fundación Japón, en 1984. Lo refiere en una de las cartas a Pere Gimferrer que integran Memorias y palabras (Seix Barral,1999), y en un poema en que cada estrofa imita la forma de un haiku:
BASHO AN
El mundo cabe
en diecisiete silabas:
tú en esta choza.
Troncos y paja:
por las rendijas entran
Budas e insectos.
Hecho de aire
entre pinos y rocas
brota el poema.
Entretejidas
vocales, consonantes:
casa del mundo.
Huesos de siglos,
penas ya peñas, montes:
aquí no pesan.
Eso que digo
son apenas tres líneas:
choza de sílabas.
Después de años de postergar la visita, en el otoño de 2007 mi amigo Horacio Gómez Dantés me llevó al Kompukuji. ¿Qué habrían escrito los dos poetas ante el árbol que vimos, cubierto de hojas prestadas, apenas desprendidas, tan encendidas todavía que semejaban flores?
martes, 16 de octubre de 2007
Desde entonces no deja de llover
La vida y la obra de Ono no Komachi, única mujer entre los Seis Poetas Inmortales que nombra Ki no Tsurayuki en el prólogo del Kokinshû, es el origen de numerosas leyendas, del ciclo más importante del teatro Noh y de un número de obras de ficción y de estudios literarios que no deja de crecer. Célebre por su belleza, su carácter altivo, la tormenta de sus amores y la desolación de su vejez, Ono no Komachi se convirtió en un espectro, si no en la realidad, en las páginas de la literatura japonesa y la imaginación de los lectores. Poco se sabe con certeza de su vida, pero las guías turísticas aseguran que el templo Zuishin-in del distrito de Yamashina, en el sudeste de Kioto, fue su última residencia. Puestos a imaginar, imaginemos que ahí, donde tomé la foto de esta página, escribió el más conocido de sus poemas: el que divulga el Hyakunin isshu:
花の色は うつりにけりな いたづらに わが身世にふる ながめせしまに
hana no iro wa utsurinikeri na itadzura ni waga mi yo ni furu nagame seshi ma ni
Desvanecido
el color de las flores,
ay, vanamente,
envejecida, miro
la lluvia interminable.
Tal vez no sea ocioso aclara que el color de las flores simboliza la lozanía de la poeta. La palabra iro 色 en japonés significa lo mismo color que sexualidad. Y "vanamente", en el original y en la traducción, se refiere lo mismo al color de las flores que a la ida de la autora. Por último (aunque hay más juegos verbales en el poema): también podríamos traducir al final: "miro interminablemente la lluvia".
Otro poema, del que hablo en Luna en la hierba, dice:
花の色見えで うつろふ物は 世の中の 人の心の 花にぞ有りける
iro miede utsurohu mono wa yo no naka no hito no kokoro no hana ni zo arikeru
Se desvanece
un color sin ser visto:
el de la flor
que guarda el corazón
de los hombres de mundo.
domingo, 14 de octubre de 2007
La geisha Tsumaikichi, luego Oishi Junkyo
En las fotografías de su juventud es hermosa con intensidad y sin estridencias. No tiene los adornos de su oficio pero sí los atributos de la edad y una sonrisa luminosa en los ojos. Ignoro cuándo adoptó, para aparecer en los escenarios, el nombre de Tsumaikichi; tenía diecisiete años cuando, en un acceso de rabia, el dueño de la casa de geishas a la que pertenecía (en el distrito de Horie, en Osaka) mató a cinco de sus compañeras y, con la misma espada, le cercenó los dos brazos. La arrastró el infortunio; se sobrepuso. Fue artista de vaudeville, contadora de cuentos y cantante; luego, tomando el pincel entre los labios, calígrafa y dibujante. Después de casarse (tuvo dos hijos de ese matrimonio) se mantuvo pintando kimonos. Se divorció a los treinta y nueve años; a los cuarenta y cinco tomó los votos budistas, el nombre de Oishi Junkyo y dedicó su vida a copiar sutras, practicar la caligrafía, recordar a las víctimas y auxiliar a los discapacitados. Escribió también un buen número de libros. En abril de 1951 construyó el templo Bukkoin, en el antiguo asiento de un subtemplo zen del templo Kajuji, en lo que hoy es en Kioto el distrito de Yamashina. Murió el 21 de abril de 1983, a los ochenta y un años; otro 21 de abril había sufrido la agresión por la que perdió los brazos. A la entrada del Bukkoin hay un letrero del que tomo algo de lo que aquí digo.
De qué modo me escuchas,
escribo estas palabras que quisiera
decirte. Sé que no vas a escucharlas
como yo ahora, y yo no sabré nunca
cómo con la voz mía que más quiero,
esa que ahora escuchas, te las digo.
De qué modo me escuchas, no sabría,
y es el modo lo único que busco:
no el modo de decir esto o aquello
sino el modo en que puedo, simplemente,
decir: esto o aquello, lo que escuchas,
la voz de mis palabras, no la mía.
Siempre huyendo de mí, siempre perdida,
es un acorde apenas, o una forma
que fluye recordando, hecha de olvido:
lo que escucho es la música apagada
que me impide ir oyendo lo que digo
y me hace decirlo en lo que escuchas.
Oración de agua absorta, lo que escuchas
habla como la fuente en la espesura,
como el viento en las hojas y la lluvia
que está afuera de pronto desde siempre
y está siempre pensando en otra cosa.
No sabría decirlo, sin embargo.
Alguien a quien no conozco me escribió después de toparse con este poema. Lo publiqué hace tanto tiempo (en la revista Vuelta, núm. 174, mayo de 1991, nunca en un libro) que la mayor parte de quienes visitan el blog no lo conocerán. Puede que, como a mí, les guste.
viernes, 12 de octubre de 2007
Sergio Pitol en Kioto
Sergio Pitol, que pasó veintiocho años fuera de México, vivió en tantos países y no ignora el Asia, pues pasó una temporada larga en Pekín, absurdamente no conocía Japón. Vino finalmente para discurrir, en una Sala de Actos del Instituto Cervantes que así se inauguraba brillantemente el 4 de octubre, sobre cómo el autor del Quijote se resuelve también mágicamente en un "tercer personaje" que cabalga, a la sombra de Quijano y su escudero, por la ancha geografía de España y la vasta posteridad de su novela. Eso dijo, o eso dicen que dijo quienes lo escucharon, porque no fuimos hasta Tokio y preferimos acudir a recibirlo a la estación de Kioto, acompañarlo después al Toh Ka Sai Kan (un restaurante chino malón, pero cuya arquitectura atrajo inevitablemente al recién llegado), y luego, por el camino de Pontocho y Sanjô, dejarlo a las puertas del Hiiragiya, donde tuvieron la enorme cortesía de darle la misma habitación en que solía hospedarse Yasunari Kawabata, y la mayor de mudarlo, dos días después, a la más amplia del ryokan, en el ala inaugurada el año pasado.
La fotografía está tomada dos días después, en la puerta este del Rengeôin, también conocido como Sanjûsangendô, y aún más como Templo de los Mil Budas, que son los que acabábamos de ver.
jueves, 11 de octubre de 2007
Dios, como siempre, está de más
Sobre todo por sus Microgramas (1926 y 1940), es habitual contar a Jorge Carrera Andrade (Quito, 1903–1978) entre los poetas hispanoamericanos que han practicado con mejor fortuna el haiku, siguiendo a Tablada. Pero sus versos no están muy cerca de la sensibilidad japonesa. De ese libro recoge la Antología poética que Vladimiro Rivas Ituralde preparó para el Fondo de Cultura Económica (2000) este poemita:
Lo que es el caracol
Caracol:
mínima cinta métrica
con que mide el campo Dios.
Es variación de un haiku muy conocido de Issa Kobayashi (1763–1827):
かたつぶりそろそろ登れ富士の山
katatsuburi
soro-soro nobore
fuji no yama
Caracol: ve,
poco a poco, ascendiendo
el Monte Fuji.
Al poema del ecuatoriano le sobran el título, la mínima cinta métrica y Dios. ¿Para qué querría, en Su omnisciencia, medir lo que fuera?
sábado, 6 de octubre de 2007
Héroes de la cultura japonesa
Los habitantes de la isla nos hacen preguntas curiosas a los extranjeros.
—¿Y en México también hay cuatro estaciones?
—Bueno, sí, como en todos lados.
Se nos quedan viendo con escepticismo, como si hubiéramos dicho que comemos con palillos o que profesamos el shinto. Y entonces, dependiendo del interlocutor y el pie con que nos hayamos levantado esa mañana, procedemos a matizar, claro, no es exactamente igual, o a extremar, ¿qué no sabes que la tierra es redonda?
Que las cuatro estaciones ocurren en Japón de una manera más definida que en otros países, es cierto; que la sensibilidad japoneses es particularmente atenta al paso de las estaciones, también. Pero no por regalo de los dioses.
Cultivons notre jardin, dijo Voltaire. Para que los cerezos florecieran por toda la isla en primavera, fue necesario primero cubrirla de cerezos: tarea tal vez de dioses, pero cumplida por hombres. Los cerezos más famosos de Japón, por ejemplo, los de las montañas de Yoshino, fueron plantados por el asceta peregrino En no Gyouja en el siglo VII. Los del parque de Ueno, los más populares para el hanami en Tokio, se plantaron allí por orden de los Tokugawa. Otros hombres fueron creando a lo largo de siglos la mayor parte de las especies japonesas de cerezo, que son hibridaciones artificiales.
Antes de la época Heian, el árbol nacional de Japón era el ciruelo, que tuvo todavía un lugar central en el Man’yoshu. Ciento cincuenta años más tarde, a principios del siglo X, para compilar la primera antología poética imperial, el Kokinshû, Ki no Tsurayuki comisionó la escritura de poemas alusivos al cerezo: fue un paso decisivo para que en el alma de la nación ese árbol suplantara al ciruelo, símbolo chino.
Otro tanto puede decirse del momiji: el arce japonés, que no se conoce casi sino en variedades cultivadas. En otoño, ver en los montes que rodean a Kioto un tapiz, como han hecho durante siglos los poetas, no puede ser más justo: la distribución de amarillos, ocres y rojos obedece a un diseño y se debe a la labor de jardineros.
La sensibilidad japonesa a la naturaleza es una creación cultural; también lo es la naturaleza japonesa o, mejor dicho, lo que los japoneses entienden por naturaleza. No la selva —oscura, impenetrable, amenazante— sino el jardín. Por eso puede decirse que, como apuntó Paco Alcántara al comentar la foto que encabeza esta página, lo jardineros son the real heroes of Japanese culture.
martes, 2 de octubre de 2007
La luna será ahora de memoria
數ならぬ 身は浮き雲の よそながら 哀れとぞ思ふ 秋の夜の月
kazu naranu mi wa yukikomo no yoso nagara aware tozo omohu aki no yo no tsuki
Ay, yo no cuento,
nube distante, suelta,
a la deriva...
—¡pero me mueves, luna
de la noche de otoño!
Sigo, en esta traducción, la lectura de Higuchi(1), aunque tomándome una libertad mayor. Las palabras aware tozo omohu, que aparecen también en un poema del Genji Monogatari, quieren decir algo así como “pienso en ti y me conmuevo”, y podrían llanamente traducirse como “te amo”.
(1) 人の数にも入らない私だけれど、浮き雲のように遠く離された所からにせよ、秋の夜の月みたいに美しいあなたを、心からお慕いしております。
domingo, 30 de septiembre de 2007
De este lado, mirando, sin saber
Con una cuerda anudada alrededor, la piedra, colocada justamente en el centro de una losa cuadrada, interrumpía la senda que conduce a la casa de te del Taizo-in (el más antiguo y más famoso de los 47 subtemplos que componen el Myoshinji, uno de los centros de la cultura zen en Kioto). Era extrañamente hermosa y, quizá absurdamente, pensé que se parecía a las oscuras piezas irregulares de la cerámica raku. Pensé también que debía tener algún sentido preciso, encerrar algún tipo de señal, y ese misterio —sin duda baladí— la volvía más interesante. Tomé la fotografía.
Meses después, alguien me reveló el secreto, en efecto trivial. Se trataba de una especie de kakkei (結界, けっかい): barrera entre el mundo cotidiano y un determinado ámbito espiritual. En este caso preciso indican, simplemente, que está vedado temporalmente el paso a la casa de té. Saber eso no hizo la piedra menos bella a mis ojos.
sábado, 29 de septiembre de 2007
Virgilio en México — y en Japón.
Este mes ha llegado a las librerías, finalmente, el libro en que nuestro amigo Takaatsu Yanagihara, profesor de la Universidad de Estudios Extranjeros de Tokio, trabajaba desde hace años: Retórica del latinoamericanismo / ラテンアメリカ主義のレトリック. La portada del libro es bilingue, con el título en español y japonés, y es una lástima que el contenido no lo sea también, porque la discusión del autor merecerían la atención de los estudiosos latinoamericanos. Yanagihara examina el proceso de formación del discurso latinoamericanista en Rubén Darío, José Enrique Rodo, José Martí, Alfonso Reyes y Alejo Carpentier y muestra cómo, desde su origen, "opta por la derrota" política, al mismo tiempo que se convierte en una victoria cultural. Es particularmente interesante la visión que el libro ofrece del Discurso por Virgilio de Alfonso Reyes como un ensayo crítico que se "autodesconstruye".
La foto en esta página está tomada en alguna izakaya de Ikebukuro, hará cosa de un año.
lunes, 24 de septiembre de 2007
Iba de negro bajo la nevada
Thomas, viendo esta foto, recordó un haiku de Kikaku:
我がものと思えば軽し傘の雪
waga mono to omoeba karushi kasa no yuki
que podría traducirse así:
Pienso que es mía
y es más leve: la nieve
de mi sombrilla.
Hay varias versiones. En una, en lugar de karushi (ligera) se lee yoroshi (buena); en otra, las dos sílabas de kasa se leen no como "sombrilla" sino como "sombrero de paja" —y esta debe ser la primera, si es cierto que el poema está inspirado en una estampa en que el poeta chino Su Tung Po aparece con el sombrero cargado de nieve. Pero el sentido es el mismo. En la época de Edo se decía que las cosas que uno deseaba eran "nieve en la sombrilla".
Takarai Kikaku (1661-1707) fue discípulo y editor de Basho pero sus relaciones con el maestro fueron de mal en peor y acabaron en nada. Su nombre no aparece en Oku no hosomichi, esas Sendas de Oku en cuyas páginas Basho recuerda a otros compañeros, como si se despidiera de ellos. Tal vez es que eran personalidades muy distintas. A Kikaku le gustaban los juegos de palabras y los placeres mundanos.
viernes, 21 de septiembre de 2007
Texto de sala
Japón no es “el imperio de los signos”, como dijo Barthes: es el imperio de las formas.
Octavio Paz, carta a Pere Gimferrer, 1983.
En 1938, para elogiar la Historia de Genji, Borges la comparó con el Quijote y observó memorablemente que la novela de Murasaki “es más compleja y la civilización que denota es más delicada”. Casi medio siglo después, al volver de su única visita a Japón, declaró que durante la estancia se había sentido
“continuamente agradecido, continuamente atónito, continuamente indigno de lo que yo podía ver a través de mi ignorancia y de mi ceguera... me he sentido un bárbaro en el Asia. Concretamente en Japón. Eso no me ha entristecido. El hecho de compartir de algún modo una cultura que me parece harto más compleja que la nuestra, me alegró.”
Harto más compleja, en efecto, y notoriamente más delicada, así en la minuciosa inmensidad de sus poemas mínimos como en el intricado ascetismo de los jardines de arena o la ceremonia del té, pero también en los elaborados rituales del trato cotidiano o en la acabada perfección de las líneas del asfalto. La afición a Japón ha ocupado más de la mitad de mi vida; nunca me atrajeron las geishas ni las luchas de sumo ni los aparatos electrónicos. Fue, sin que lo haya sabido claramente, algo mucho más antiguo y más esencial, también más indefinible: la continua voluntad de perfección, la disciplina de la belleza, la certidumbre de que no hay más allá que aquí mismo y la imposibilidad de pensar en el futuro más que en tiempo presente. La maravilla de un pueblo, como ha dicho Arthur Koestler, “de ascetas hedonistas”. Un pueblo, es sabido, tan antimetafísico como ritualista y en el que, según quieren mostrar en una secuencia rítmica las fotografías de esta exposición, la devoción de lo mínimo se resuelve en el vértigo del infinito. Dicho lo anterior, el espectador no se sorprenderá de encontrar en esta selección muy poca gente, y siempre en fuga. Tampoco debiera escaparle que el tema de las fotografías son las obras de esa gente y que, a cambio de escatimar los “paisajes naturales”, la muestra quiere mostrar la naturaleza profunda de su cultura.
No exagero al decir que durante los cinco años largos que he vivido en Japón no ha habido día en que no me haya sentido, como Borges en sus dos semanas de turismo, continuamente agradecido, continuamente atónito. Las fotografías de esta muestra quieren dar prueba de ello.