Estuviste conmigo quince años,
sirviéndome de apoyo en mis paseos:
por la ciudad en flor, tarareando;
bajo la luna, en montes de frontera.
No cumplo todavía los cuarenta
y ya soy menos músculos que huesos.
Puedo ahorrarme la capa y el sombrero,
pero no andar sin báculo un instante.
Y resulta que al pie de la escalera
vino a quebrarte en dos un paso en falso.
No eres ropa, no puedo remendarte,
ni tienes cuerdas que ponerte nuevas.
Se te nota la edad, palo reseco,
y en qué frágil materia te formaron.
Miro este mundo nuestro en el que todo
lo que tiene una forma se deshace
“lo mismo que el rocío y el relámpago”,
según dicen que Buda predicaba.
¿Quién podría dudar que es la verdad?
Hasta el cielo y la tierra tienen término.
Hay por suerte bambú, verde y pujante,
para apoyar mis huesos y mis nervios.
Formaré de una caña mi cayado
para llegar a la estación de término.
* * *
El monje Gensei (1623–1688), escribió estos versos cuando el muchacho que era su sirviente se paró sobre su bastón y lo quebró. La frase entre comillas es del
Sutra del Diamante.
2 comentarios:
carajo, que bonitos poemas. sino fuera yo tan macho chillaría (ando sensible últimamente)
atte.
el anónimo (que vió que te caen mal los pinches pescados, je)
¡Hermoso!
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