
El año pasado, en una de las crónicas que escribía desde Kioto para La Vanguardia, Jordi Juste señaló cómo en Occidente, al referirse a la la contaminación ambiental en Asia, los medios de comunicación utilizan imágenes de japoneses con mascarillas quirúrgicas que, en realidad, llevan para no esparcir la gripe, si tienen el virus, o defenderse del polen al que muchos son alérgicos.
El uso de esas mascarillas no es excepcional. Uno se acostumbra a verlas en ciertas épocas del año y, llegado el caso, a usarlas. En México, en cambio, donde hay una situación excepcional de emergencia sanitaria, la gente ve el uso de la mascarilla como un exceso, como una muestra de paranoia y aun como una imposición. A la prensa y el internet llegan desde ahí muchas fotos de grupos de gente con la mascarilla al cuello: siempre hay uno o más que no la llevan sobre la boca, porque les cansó o les molestó o se la quitaron para hablar y, en cualquier caso, no les parece imprescindible.
Mucha gente en México no cree que sea necesario protegerse, no entiende que el virus puede ser mortal y no respeta al vecino. En cambio cree que la propagación del virus es una decisión política, ha identificado de antemano un culpable y piensa que hay que defenderse no del virus sino de un compló.
Un diplomático me decía esta mañana, con indignación sólo inferior a la que le causa un vino mal escanciado o una mancha en su corbata, que las medidas tomadas por el gobierno japonés ante este brote de influenza —esencialmente, extremar la vigilancia sobre los viajeros del país en que surja el virus y sus productos— eran racistas y exageradas. Lo del racismo no sé a qué venga, porque él es rojizo, sobre todo envinado, pero lo de la exageración lo entiendo: es como usar tapabocas para no contaminar al vecino.
Pero habría que haberlo dicho antes, porque las medidas que el gobierno japonés ha tomado ante la situación actual no son improvisadas: están previstas en un documento público del Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar preparado en 2005.
Un diplomático me decía esta mañana, con indignación sólo inferior a la que le causa un vino mal escanciado o una mancha en su corbata, que las medidas tomadas por el gobierno japonés ante este brote de influenza —esencialmente, extremar la vigilancia sobre los viajeros del país en que surja el virus y sus productos— eran racistas y exageradas. Lo del racismo no sé a qué venga, porque él es rojizo, sobre todo envinado, pero lo de la exageración lo entiendo: es como usar tapabocas para no contaminar al vecino.
Pero habría que haberlo dicho antes, porque las medidas que el gobierno japonés ha tomado ante la situación actual no son improvisadas: están previstas en un documento público del Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar preparado en 2005.