EL PARAÍSO IMPERFECTO —Es cierto —dijo mecánicamente el hombre, sin quitar la vista de las llamas que ardían en la chimenea aquella noche de invierno—; en el Paraíso hay amigos, música, algunos libros; lo único malo de irse al Cielo es que allí el cielo no se ve.
sábado, 24 de septiembre de 2011
El paraíso previsto
lunes, 5 de noviembre de 2007
Borra la luna el ritmo de la lluvia
Esta mañana, hojeando distraidamente la antología de Shirane, caí en este hokku de Shinkei (1406 – 1475), uno de los más destacados autores de renga:
聞くほどは 月を忘るる 時雨かな
kiku hodo wa tsuki wo wasururu shigure kana
Al escucharlo
te olvidas de la luna:
breve chubasco.
Es, apenas hace falta decirlo, un poema de otoño, estación de grandes lunas y breves chubascos. A juzgar por las reseñas, parece bueno el libro de Esperanza Ramírez–Christensen, Heart's Flower. The Life and Poetry of Shinkei, que no conozco todavía.
domingo, 4 de noviembre de 2007
Imagen de Japón para ojos diplomáticos
En El alba llama a la puerta (1966), Jorge Carrera Andrade (Quito, 1903–1978) incluyó un curioso poema que evoca su experiencia de Japón, donde pasó tres años como Cónsul General del Ecuador, a fines de los años treinta:
Islas niponas
Tomo con los palillos un corazón enano
entre granos de arroz que ríen con sus dientes minúsculos
a la sombra de los pinos marítimos
que vieron llegar por las olas la estatua del dios
y por las nubes la barca del hombre
fundador de dinastías.
Los sacerdotes de cabeza rapada
llevan el dosel del cielo
cerca del templo de laca
vacío hasta las lágrimas de cera.
Los santos hombres de Zen se refugian en un islote
para ver la caída de la hoja,
lengua de lo alto.
Los mendigos engañan su hambre tocando la flauta.
Al ocaso, el sol mira de reojo
las ventas de pescado momificado.
Las luces de Ginza tiemplan en la red de las constelaciones
mientras las anguilas recorren la tierra
en busca de los lagos nupciales.
Ningunos ojos más llenos de amor humano
que los de la joven manchú sobre las esteras
ante el cuerpo del extranjero comprador de caricias.
Kioto, Kamakura, Karuizawa:
miles de años han madurado la civilización de madera
contemplada con una sonrisa enigmática
por la inmensa estatua del dios de bronce
hueco como una campana
en espera de los tifones oceánicos
que dejarán sólo un esqueleto de pez sobre la arena.
Zen: mira mi mano flácida. Soy un hombre de Zen.
No tengo otro cuenco de arroz de la luna.
Sin embargo en mi corazón reverdece la sabiduría
como un limonero enano
y en mi paladar se redondea la palabra
antes de salir a deshacerse en el aire.
Nada más ajeno al zen que la estrofa final, vana de una elocuente sabiduría que reverdece sin embargo de la pobreza (no tanta que no alcanzara para pagar amores manchúes, sin embargo). Pero es que el poema no pertenece al género filosófico, sino al de la estampa turística, como revela el verso “Kioto, Karuizawa, Kamakura”. Además de la ka inicial, el único rasgo común en esas tres palabras, variablemente misteriosas para el extranjero y evocadoras para el diplomático en retiro de una civilización milenaria, es el de nombrar destinos turísticos. Entre Kioto y Kamakura, antiguas capitales de Japón y cuna de momentos peculiares de la civilización, Karuizawa, un lugar de veraneo popular entre los diplomáticos porque, sobre ser fresco en verano y nevado en invierno, tiene un aire muy europeo desde que el misionero Alexander Croft Shaw lo puso de moda a fines del siglo XIX.
Yasunari Kawabata y Yukio Mishima se retiraban a veces a escribir al hotel Manpei de Karuizawa, pero el único escritor del que recuerdo haber visto ahí una fotografía —y enorme— es John Lennon, que apreciaba el piano del comedor, al otro lado del vitral que se ve en la foto de esta página.
domingo, 28 de octubre de 2007
Cada vez otra vez es la primera
En un libro reciente y pronto polémico (ジパングと日本, Jipangu to Nihon, Yoshikawa Kobunkan, 2007), Setsuko Matoba postula la hipótesis de que el Cipango a que se refiere Marco Polo no está en el archipiélago japonés sino en las Filipinas. Uno de sus argumentos es que la célebre descripción de tierras que “poseen oro en abundancia, ya que las fuentes del país son inagotables” no puede corresponder a Japón, ya para entonces escaso en reservas. Es cierto; no lo es menos que el propio Marco Polo nunca supo dónde estaba el lugar que le contaban y que, desde que el misionero portugués Joao Rodrigues la identificó como el Jiponcoe de la voz china, a fines del siglo XVI, fue Japón el Zipangu que buscaron los navegantes occidentales, y es sin duda el que muchos encontraron. ¿Cuál no habrá pensado, ante la primera visión del Kinkakuji, que se encontraba milagrosamente en la isla que le decían al veneciano? Yo, que lo he visto ya muchas veces —y nunca a pleno sol ni bajo nieve— no dejo de admirarme cada vez como la primera.
(Un resumen de la discusión al respecto, en Medieval News.)
jueves, 25 de octubre de 2007
Otras hojas las flores en el árbol
Al final del “Repaso en forma de preámbulo” que sirve de presentación a Los privilegios de la vista (tomos VII y VIII de sus Obras Completas) Octavio Paz menciona, entre una serie de momentos privilegiados, “los tres minutos de recogimiento en Bashô An, la diminuta choza sobre la colina de pinos y rocas en las inmediaciones del templo Kampuji (sic), cerca de Kioto, en donde vivió Bashô una temporada”. La descripción es imprecisa: el Konpukuji se encuentra dentro de Kioto, y la choza, donde es incierto que Bashô haya residido, no está en las inmediaciones del templo sino en sus terrenos. No es importante, y la confusión es explicable para quien sólo ha estado de paso y escribe, de memoria y también de paso, años después. Se entiende también, porque en el pasaje no hay fechas, que Guillermo Sheridan, en su indispensable Poeta con Paisaje. Ensayos sobre la vida de Octavio Paz, caiga en el error de contar esos tres minutos entre los “pequeños goces” de que disfrutó el poeta en los meses, pocos pero abrumados de sinsabores, que pasó en Japón en 1952. Pero Paz no visitó el lugar durante su encargo diplomático en Tokio, sino en la única ocasión en que volvió al país, invitado por la Fundación Japón, en 1984. Lo refiere en una de las cartas a Pere Gimferrer que integran Memorias y palabras (Seix Barral,1999), y en un poema en que cada estrofa imita la forma de un haiku:
BASHO AN
El mundo cabe
en diecisiete silabas:
tú en esta choza.
Troncos y paja:
por las rendijas entran
Budas e insectos.
Hecho de aire
entre pinos y rocas
brota el poema.
Entretejidas
vocales, consonantes:
casa del mundo.
Huesos de siglos,
penas ya peñas, montes:
aquí no pesan.
Eso que digo
son apenas tres líneas:
choza de sílabas.
Después de años de postergar la visita, en el otoño de 2007 mi amigo Horacio Gómez Dantés me llevó al Kompukuji. ¿Qué habrían escrito los dos poetas ante el árbol que vimos, cubierto de hojas prestadas, apenas desprendidas, tan encendidas todavía que semejaban flores?
martes, 16 de octubre de 2007
Desde entonces no deja de llover
La vida y la obra de Ono no Komachi, única mujer entre los Seis Poetas Inmortales que nombra Ki no Tsurayuki en el prólogo del Kokinshû, es el origen de numerosas leyendas, del ciclo más importante del teatro Noh y de un número de obras de ficción y de estudios literarios que no deja de crecer. Célebre por su belleza, su carácter altivo, la tormenta de sus amores y la desolación de su vejez, Ono no Komachi se convirtió en un espectro, si no en la realidad, en las páginas de la literatura japonesa y la imaginación de los lectores. Poco se sabe con certeza de su vida, pero las guías turísticas aseguran que el templo Zuishin-in del distrito de Yamashina, en el sudeste de Kioto, fue su última residencia. Puestos a imaginar, imaginemos que ahí, donde tomé la foto de esta página, escribió el más conocido de sus poemas: el que divulga el Hyakunin isshu:
花の色は うつりにけりな いたづらに わが身世にふる ながめせしまに
hana no iro wa utsurinikeri na itadzura ni waga mi yo ni furu nagame seshi ma ni
Desvanecido
el color de las flores,
ay, vanamente,
envejecida, miro
la lluvia interminable.
Tal vez no sea ocioso aclara que el color de las flores simboliza la lozanía de la poeta. La palabra iro 色 en japonés significa lo mismo color que sexualidad. Y "vanamente", en el original y en la traducción, se refiere lo mismo al color de las flores que a la ida de la autora. Por último (aunque hay más juegos verbales en el poema): también podríamos traducir al final: "miro interminablemente la lluvia".
Otro poema, del que hablo en Luna en la hierba, dice:
花の色見えで うつろふ物は 世の中の 人の心の 花にぞ有りける
iro miede utsurohu mono wa yo no naka no hito no kokoro no hana ni zo arikeru
Se desvanece
un color sin ser visto:
el de la flor
que guarda el corazón
de los hombres de mundo.
domingo, 14 de octubre de 2007
La geisha Tsumaikichi, luego Oishi Junkyo
En las fotografías de su juventud es hermosa con intensidad y sin estridencias. No tiene los adornos de su oficio pero sí los atributos de la edad y una sonrisa luminosa en los ojos. Ignoro cuándo adoptó, para aparecer en los escenarios, el nombre de Tsumaikichi; tenía diecisiete años cuando, en un acceso de rabia, el dueño de la casa de geishas a la que pertenecía (en el distrito de Horie, en Osaka) mató a cinco de sus compañeras y, con la misma espada, le cercenó los dos brazos. La arrastró el infortunio; se sobrepuso. Fue artista de vaudeville, contadora de cuentos y cantante; luego, tomando el pincel entre los labios, calígrafa y dibujante. Después de casarse (tuvo dos hijos de ese matrimonio) se mantuvo pintando kimonos. Se divorció a los treinta y nueve años; a los cuarenta y cinco tomó los votos budistas, el nombre de Oishi Junkyo y dedicó su vida a copiar sutras, practicar la caligrafía, recordar a las víctimas y auxiliar a los discapacitados. Escribió también un buen número de libros. En abril de 1951 construyó el templo Bukkoin, en el antiguo asiento de un subtemplo zen del templo Kajuji, en lo que hoy es en Kioto el distrito de Yamashina. Murió el 21 de abril de 1983, a los ochenta y un años; otro 21 de abril había sufrido la agresión por la que perdió los brazos. A la entrada del Bukkoin hay un letrero del que tomo algo de lo que aquí digo.
viernes, 12 de octubre de 2007
Sergio Pitol en Kioto
Sergio Pitol, que pasó veintiocho años fuera de México, vivió en tantos países y no ignora el Asia, pues pasó una temporada larga en Pekín, absurdamente no conocía Japón. Vino finalmente para discurrir, en una Sala de Actos del Instituto Cervantes que así se inauguraba brillantemente el 4 de octubre, sobre cómo el autor del Quijote se resuelve también mágicamente en un "tercer personaje" que cabalga, a la sombra de Quijano y su escudero, por la ancha geografía de España y la vasta posteridad de su novela. Eso dijo, o eso dicen que dijo quienes lo escucharon, porque no fuimos hasta Tokio y preferimos acudir a recibirlo a la estación de Kioto, acompañarlo después al Toh Ka Sai Kan (un restaurante chino malón, pero cuya arquitectura atrajo inevitablemente al recién llegado), y luego, por el camino de Pontocho y Sanjô, dejarlo a las puertas del Hiiragiya, donde tuvieron la enorme cortesía de darle la misma habitación en que solía hospedarse Yasunari Kawabata, y la mayor de mudarlo, dos días después, a la más amplia del ryokan, en el ala inaugurada el año pasado.
La fotografía está tomada dos días después, en la puerta este del Rengeôin, también conocido como Sanjûsangendô, y aún más como Templo de los Mil Budas, que son los que acabábamos de ver.