lunes, 20 de diciembre de 2010
Esto es un anuncio nada más
lunes, 1 de septiembre de 2008
La primera comida de septiembre
Los platos que resultaron hoy, como muchas veces, de lo que encontré a mano en el refrigerador y la alacena y combiné sin receta. Advertirás que, con excepción del aguacate, todos los ingredientes son japoneses, si bien la manera de combinarlos y presentarlos parece más propia del sudeste asiático o de la costa americana del Pacífico, que tan china resulta en tantas cosas.
Para el plato principal, corté primero en trocitos muy finos cuatro zanahorias pequeñas, de las más delgadas que se encuentran, y dos retoños de bambú; añadí un diente de ajo no muy grande cortado en rebanadas translúcidas. Mezclé lo anterior y lo extendí en la sartén ya caliente a fuego lento y con un leve barniz de mantequilla; agregué una nada de sal y apenas más que nada de pimienta; puse la tapa. Unos tres minutos después coloqué encima, sin revolver, cien gramos de ese hongo pequeño que en japonés se llama nameko (滑子) y el picadillo de media unagi kabayaki (うなぎ蒲焼き), es decir anguila a las brasas aderezada con salsa dulce de soya, y volví a tapar. Cuatro o cinco minutos después revolví todo y lo dejé al fuego hasta que estuvo en su punto; lo pasé a otro recipiente, lo dejé enfriar un poco y añadí un aguacate apenas maduro y una cantidad equivalente de tofu frito (揚げ豆腐), cortados los dos en cubos regulares, ni muy grandes ni muy chicos. Y dispuse el resultado sobre hojas de lechuga en un plato grande, de modo que pudieran comerse como tacos. Según la Monse, estaba buenísimo.
La sopa fue mucho más fácil de preparar; podría decirse que fue una especie de nyûmen (煮麺): sencillamente, fideos blancos finos de trigo (素麺) a los que añadí una combinación de plantas silvestres (山菜) entre las que había helechos (蕨), puntas finas de bambú (細竹), el nameko mencionado antes, enoki (榎), que según el diccionario se llama en español almezo, y hojas de bambú moso (孟宗竹): combinación que se consigue en el supermercado, y que no hay sino que agregar a los tazones ya servidos con los fideos, en su punto en tres minutos.
El detalle exótico no fue el aguacate, ya bastante aclimatado, sino el agua de limón, que siempre maravilla y a veces descompone a los nativos. Sin azúcar, como nos gusta.
miércoles, 23 de julio de 2008
Siempre regreso por primera vez
Cada vez que iba en peregrinación al templo de Hatsuse, el poeta Ki no Tsurayuki (紀貫之 872-945, editor principal y prologuista de la primera antología imperial, Kokin waka shû) se hospedaba en casa de un vecino del pueblo. Por esto y aquello espació sus visitas. Cuando volvió, después de varios años, el hombre lo recibió con una frase que el tono volvía ambigua: —Ya sabes que esta es tu casa.
El poeta cortó entonces una rama del ciruelo que ahí estaba y compuso el poema que ya conocen:
人はいさ心も知らずふるさとは花ぞむかしの香に匂ひける 紀貫之
hito wa isa/ kokoro mo shirazu/ furusato wa/ hana zo mukashi no/ ka ni nioi keru
Es insondable
el corazón del hombre,
pero en mi pueblo
huelen igual que antes
las flores del ciruelo.
El Hasedera, en las montañas al este de Nara y en el camino que va de Kioto al Gran Santuario de Ise, aparece también en el Genji monogatari, donde se dice que era famoso aun en China por la potencia milagrosa de la Kannon de Once cabezas ahí venerada, y en otras obras literarias de la época Heian y posteriores. El templo es muy anterior: se fundó en 686. Pero la imagen que hoy atrae a los devotos, una estatua dorada de una belleza resplandeciente, es muy posterior: de 1538. Vale la pena subir los trescientos nueve peldaños que conducen al edificio principal del templo, encaramado en la montaña, para verla. Pero es aun mayor el premio de asomarse desde la alta veranda a ver el follaje cerrado que llena la cañada, y entre el cual asoman, aquí y allá, los techos de otros subtemplos, la torre de una pagoda, un pasaje de la escalera cubierta, la entrada principal del templo y, más allá, otras montañas, no tan lejanas para tornarse azules, no tan cerca que opriman el espíritu. Lo que se siente es lo contrario: una liberación, una dicha tranquila. La vi en el rostro de uno de los monjes que pasó a mi lado mientras descansaba frente a la mínima pagoda, un instante antes de quedarme dormido y soñar contigo.
jueves, 17 de julio de 2008
(Para no mencionar el Monte Fuji)
Los dos o tres lectores que han seguido estas notas desde el principio sabrán que, como los samuráis y los luchadores de sumo, las geishas no están entre las cosas que me interesan de Japón. No me atraen, no me intrigan, las amigas que tengo en la profesión son más divertidas cuando no están en funciones y me fastidia escuchar una y otra vez las mismas preguntas de los visitantes, que ya podrían leer sus guías de viaje en el avión. Lo cual no significa que cuando una me sale al paso en las calles de Gion —azar tan raro como el de toparse con un mariachi en Garibaldi— desperdicie la oportunidad de tomarle una foto. Son populares de inmediato, y una buena manera de aparecerse en Flickr cuando ha estado uno más o menos ausente por un tiempo. Vean si no.
(Pero la foto se ve mejor aquí.)
miércoles, 25 de junio de 2008
Hasta que abrí la caja no lo supe

Mi correo electrónico hace varias semanas que se comporta extrañamente. No sé bien cuándo sale lo que envío, porque no siempre es de inmediato, como debiera, y ayer cayeron de golpe en la bandeja un centenar de mensajes, casi todos atrasados. En cambio el correo postal (el japonés, digo) funciona a las mil maravillas: ayer fue capaz de traer esta máscara de Iwami Kagura, la danza dramática ritual del shinto que se practica de un modo particularmente arcaico en Iwami. No es de madera, como las antiguas, sino de papel, y tiene innovaciones en el diseño como el color azul y la forma recta de los cuernos, pero el método de construcción es el de los artesanos japoneses locales maestros del creador, Ojisanjake, granjero y escritor y fotógrafo, artesano y artista de muchos modos, y en cuyo blog pueden encontrar más detalles sobre el ritual y sus bailes y máscaras. Esta la voy a usar ahora para una clase, a ver qué cara ponen.
sábado, 8 de diciembre de 2007
Diarios privados escritos en público
viernes, 30 de noviembre de 2007
Escritura camino a la ceniza
Durante el fude kuyô (筆供養, “funeral de los pinceles”), que se realiza en fechas próximas al cambio del año en diversos templos y santuarios de Japón, los calígrafos y hombre de letras agradecen su servicio y sus dones a los instrumentos de escritura entregándolos al fuego, de mano de los oficiantes y en la solemnidad de los cantos rituales. Dicen que quienes son tocados por el humo mejorarán su escritura. No necesito confesar que el viento no estuvo a mi favor.
La ceremonia se celebra en fecha variable. En el Nikaido (二階堂) de Kamakura, dedicado al poeta, letrado y político de la época Heian Sugawara no Michizane (794-1185/92), el 25 de enero. En el Shogaku-an (正覚庵), subtemplo del Tofukuji, vasto complejo zen de Kioto donde tomé la foto que aparece en esta página, el 23 de noviembre de 2007.
martes, 13 de noviembre de 2007
Es sólo una muchacha que pasaba
Cuanto estaba ya en orden y sin gracia: la línea blanquísima del suelo, las ruedas, canastillas y manubrios, esa ropa sin duda bien planchada, y lo que en un instante ocurre: esa mano a la altura del sillín —¡qué importante la uña del pulgar!—, en la otra la bolsa que no pesa, la sandalia en la raya, por supuesto, y ese otro pie en el aire, ese ángulo, esa nada: esa mujer que pasa, que tal vez huye de la cámara, bailando sin saberlo, iluminada. Todo cae en su sitio de repente, pero de qué manera inesperada.
No es el rincón de un bar, hondo en la noche de Nagoya, ni una acera orillándose hacia el alba; no hay alcohol ni tabaco, como en tantas fotos de junku, y esta mujer sin rostro ha de ser tímida, a diferencia de las otras, descaradas. Pero la perfección, la gracia, la luz de lo que pasa, la oscuridad iluminada: eso está en cada foto suya —aunque esta que aquí he puesto, a plena luz del día, nos resulte un instante tan extraña.
jueves, 8 de noviembre de 2007
Al salir de la escuela y sin saberlo
¿Qué me emociona en esta fotografía? Aprecio, desde luego, la perfecta composición, el delicado equilibrio de luces y sombras, la geometría del escenario, abstracto de no ser por los árboles y, claro, esas figuras que entran graciosamente en escena, como si ejecutaran, con ligereza y precisión, una coreografía bien sabida. Me gusta el ideograma que trazan en el aire y la alegría en los rostros. Me conmueve, sin duda, el contraste entre la efímera intensidad de ese momento y el mudo escenario irrelevante, que permanecerá. O tal vez sea sobre todo otra cosa: la certidumbre de que todo eso, el modesto milagro de la escena, ellos ni siquiera lo han visto. Ni falta que les hace.
La fotografía es del portentoso utoutokumasan.

lunes, 5 de noviembre de 2007
Borra la luna el ritmo de la lluvia
Esta mañana, hojeando distraidamente la antología de Shirane, caí en este hokku de Shinkei (1406 – 1475), uno de los más destacados autores de renga:
聞くほどは 月を忘るる 時雨かな
kiku hodo wa tsuki wo wasururu shigure kana
Al escucharlo
te olvidas de la luna:
breve chubasco.
Es, apenas hace falta decirlo, un poema de otoño, estación de grandes lunas y breves chubascos. A juzgar por las reseñas, parece bueno el libro de Esperanza Ramírez–Christensen, Heart's Flower. The Life and Poetry of Shinkei, que no conozco todavía.
Háblanos de tu viaje. ¿Cómo es Japón?
—Los viajeros que regresan tienen el difícil deber de contar qué han visto.
Por eso siempre los he compadecido —dice Eugenia.
—Tienes razón —dice Anselmo, girando una silla para mirar directamente a
Eugenia—. Pero yo no pensaba regresar. Mi decisión era otra.
—¿Qué habías decidido?—pregunta Delia.
Fray Alberto contesta rápidamente en vez de Anselmo:
—Irse a un monasterio budista en Japón. !Imagínate!
—¿Es cierto?
—Sí. Desgraciadamente es cierto—contesta Anselmo.
[...]
—Y ahora tienes que cumplir tu deber. Háblamos de tu viaje. ¿Cómo es Japón?
—pide Eugenia.
—Está lleno de japoneses —contesta rápidamente Anselmo.
El pasaje da una idea bastante precisa de la presencia de Japón en la narrativa mexicana del siglo XX.
jueves, 25 de octubre de 2007
Otras hojas las flores en el árbol
Al final del “Repaso en forma de preámbulo” que sirve de presentación a Los privilegios de la vista (tomos VII y VIII de sus Obras Completas) Octavio Paz menciona, entre una serie de momentos privilegiados, “los tres minutos de recogimiento en Bashô An, la diminuta choza sobre la colina de pinos y rocas en las inmediaciones del templo Kampuji (sic), cerca de Kioto, en donde vivió Bashô una temporada”. La descripción es imprecisa: el Konpukuji se encuentra dentro de Kioto, y la choza, donde es incierto que Bashô haya residido, no está en las inmediaciones del templo sino en sus terrenos. No es importante, y la confusión es explicable para quien sólo ha estado de paso y escribe, de memoria y también de paso, años después. Se entiende también, porque en el pasaje no hay fechas, que Guillermo Sheridan, en su indispensable Poeta con Paisaje. Ensayos sobre la vida de Octavio Paz, caiga en el error de contar esos tres minutos entre los “pequeños goces” de que disfrutó el poeta en los meses, pocos pero abrumados de sinsabores, que pasó en Japón en 1952. Pero Paz no visitó el lugar durante su encargo diplomático en Tokio, sino en la única ocasión en que volvió al país, invitado por la Fundación Japón, en 1984. Lo refiere en una de las cartas a Pere Gimferrer que integran Memorias y palabras (Seix Barral,1999), y en un poema en que cada estrofa imita la forma de un haiku:
BASHO AN
El mundo cabe
en diecisiete silabas:
tú en esta choza.
Troncos y paja:
por las rendijas entran
Budas e insectos.
Hecho de aire
entre pinos y rocas
brota el poema.
Entretejidas
vocales, consonantes:
casa del mundo.
Huesos de siglos,
penas ya peñas, montes:
aquí no pesan.
Eso que digo
son apenas tres líneas:
choza de sílabas.
Después de años de postergar la visita, en el otoño de 2007 mi amigo Horacio Gómez Dantés me llevó al Kompukuji. ¿Qué habrían escrito los dos poetas ante el árbol que vimos, cubierto de hojas prestadas, apenas desprendidas, tan encendidas todavía que semejaban flores?
lunes, 24 de septiembre de 2007
Iba de negro bajo la nevada
Thomas, viendo esta foto, recordó un haiku de Kikaku:
我がものと思えば軽し傘の雪
waga mono to omoeba karushi kasa no yuki
que podría traducirse así:
Pienso que es mía
y es más leve: la nieve
de mi sombrilla.
Hay varias versiones. En una, en lugar de karushi (ligera) se lee yoroshi (buena); en otra, las dos sílabas de kasa se leen no como "sombrilla" sino como "sombrero de paja" —y esta debe ser la primera, si es cierto que el poema está inspirado en una estampa en que el poeta chino Su Tung Po aparece con el sombrero cargado de nieve. Pero el sentido es el mismo. En la época de Edo se decía que las cosas que uno deseaba eran "nieve en la sombrilla".
Takarai Kikaku (1661-1707) fue discípulo y editor de Basho pero sus relaciones con el maestro fueron de mal en peor y acabaron en nada. Su nombre no aparece en Oku no hosomichi, esas Sendas de Oku en cuyas páginas Basho recuerda a otros compañeros, como si se despidiera de ellos. Tal vez es que eran personalidades muy distintas. A Kikaku le gustaban los juegos de palabras y los placeres mundanos.
viernes, 21 de septiembre de 2007
Texto de sala

Japón no es “el imperio de los signos”, como dijo Barthes: es el imperio de las formas.
Octavio Paz, carta a Pere Gimferrer, 1983.
En 1938, para elogiar la Historia de Genji, Borges la comparó con el Quijote y observó memorablemente que la novela de Murasaki “es más compleja y la civilización que denota es más delicada”. Casi medio siglo después, al volver de su única visita a Japón, declaró que durante la estancia se había sentido
“continuamente agradecido, continuamente atónito, continuamente indigno de lo que yo podía ver a través de mi ignorancia y de mi ceguera... me he sentido un bárbaro en el Asia. Concretamente en Japón. Eso no me ha entristecido. El hecho de compartir de algún modo una cultura que me parece harto más compleja que la nuestra, me alegró.”
Harto más compleja, en efecto, y notoriamente más delicada, así en la minuciosa inmensidad de sus poemas mínimos como en el intricado ascetismo de los jardines de arena o la ceremonia del té, pero también en los elaborados rituales del trato cotidiano o en la acabada perfección de las líneas del asfalto. La afición a Japón ha ocupado más de la mitad de mi vida; nunca me atrajeron las geishas ni las luchas de sumo ni los aparatos electrónicos. Fue, sin que lo haya sabido claramente, algo mucho más antiguo y más esencial, también más indefinible: la continua voluntad de perfección, la disciplina de la belleza, la certidumbre de que no hay más allá que aquí mismo y la imposibilidad de pensar en el futuro más que en tiempo presente. La maravilla de un pueblo, como ha dicho Arthur Koestler, “de ascetas hedonistas”. Un pueblo, es sabido, tan antimetafísico como ritualista y en el que, según quieren mostrar en una secuencia rítmica las fotografías de esta exposición, la devoción de lo mínimo se resuelve en el vértigo del infinito. Dicho lo anterior, el espectador no se sorprenderá de encontrar en esta selección muy poca gente, y siempre en fuga. Tampoco debiera escaparle que el tema de las fotografías son las obras de esa gente y que, a cambio de escatimar los “paisajes naturales”, la muestra quiere mostrar la naturaleza profunda de su cultura.
No exagero al decir que durante los cinco años largos que he vivido en Japón no ha habido día en que no me haya sentido, como Borges en sus dos semanas de turismo, continuamente agradecido, continuamente atónito. Las fotografías de esta muestra quieren dar prueba de ello.
jueves, 20 de septiembre de 2007
Japanese people call this art Nature
Entre todas las fotografías que hay en mis páginas de Flickr, ninguna ha recibido más comentarios que esta. Me complace, porque es una de mis favoritas, pero también me extraña, porque es una imagen sencilla, de una composición elemental, sin acción ni anécdota, y porque muy pocos parecen haber reparado además en el sentido del título.
Para los occidentales, la imagen esencial de la naturaleza es la selva: cosa desordenada y confusa, impenetrable e inabarcable, que es imposible conocer del todo y a la que no se puede impunemente poner límites. La imagen de la conciencia extraviada, al principio de la Commedia de Dante, es la selva selvaggia; en la última frase de La vorágine de José Eustasio Rivera, una ciega omnipotencia cae como lápida sobre los personajes: "se los tragó la selva". La naturaleza es definitiva, es irremediable: Lo que natura non da, Salamanca non presta, e ir contra natura, alterando el orden cósmico, es cometer el pecado de la hybris: arrogancia y desmesura.
Nada más ajeno al alma japonesa. En toda su poesía clásica, desde el Man'yoshû hasta Matsuo Bashô, no hay mención de la selva. Se habla, sí, del bosque profundo; pero es el de las montañas que rodean a Kioto, y lo que sabemos de esas honduras es el canto de los ciervos que desde ahí se escucha, como lo que sabemos de las montañas es la blancura de las flores en primavera y el color de las hojas en otoño. Son bosques y montañas vistos desde la veranda, como paisaje integrado al ámbito doméstico, o recorridos en excursión. No son zona de peligro ni entrada en lo desconocido. La imagen ideal de la naturaleza es, para los japoneses, el jardín. No un jardín francés, graciosa ilustración de un teorema, ni un jardín mexicano, todo colorido y exuberancia — palpitación de la selva—, sino un jardín japonés: una vía ascética que pasa por la visión estética y termina en la revelación del vacío.
Los jardineros japoneses se distinguen por el tamaño de sus tijeras. Se acercan a los árboles como si fueran a hacerles la manicura, y tres o cuatro son necesarios para peinar cada rama. He visto atarearse a toda una cuadrilla en un metro de musgo. ¿Cuántas hojas le quitaron a esta rama para que se viera naturalmente perfecta?
martes, 18 de septiembre de 2007
Amistad de pinos y ciruelos
誰をかも知る人にせむ高砂の松も昔の友ならなくに 藤原興風
tare o ka mo/ shiru hito ni semu/ takasago no/ matsu mo mukashi no/ tomo nara naku ni
¿Habrá quedado
alguno de los míos?
En Takasago
los pinos son muy viejos
pero no son amigos.
Los comentaristas se entretienen en discutir por qué los pinos (demasiado viejos o jóvenes o virtuosos para el hombre) no son amigos, y si takasago (elevación considerable —colina, duna— del terreno) es nombre genérico o particular. Es mejor, para efectos poéticos, lo segundo.
No es difícil ver la relación entre el poema de Okikaze y el que le sigue en la antología de Teika, el famoso de Ki no Tsurayuki, compilador del Kokinshu:
人はいさ心も知らずふるさとは花ぞむかしの香に匂ひける 紀貫之
hito wa isa/ kokoro mo shirazu/ furusato wa/ hana zo mukashi no/ ka ni nioi keru
Es insondable
el corazón del hombre,
pero en mi pueblo
huelen igual que antes
las flores del ciruelo.
sábado, 21 de julio de 2007
El avión de Aguilar
«La vida social en Tokio era intensa en esos días. No sólo nos invitaban las autoridades imperiales y los Cónsules latinoamericanos sino también los Embajadores de Francia, Estados Unidos, Brasil, Colombia, Chile, México. Este último, el general Aguilar, era una personalidad rebosante de ingenio, buen humor y simpatía. Todos sus actos llevaban la marca de la franqueza y la lealtad a sus ideas. “Yo fui uno de los Dorados de Pancho Villa” solía decir para manifestar que no se arredraba ante nada. Cuando circuló en Tokio la noticia de que Madrid estaba en vísperas de caer en manos de los rebeldes y de que corría peligro la República, el general mexicano fue en busca de su avión particular, en el aeródromo de la capital japonesa, y alzó vuelo anunciando que iba en socorro de los republicanos españoles. Pero el avión no respondió al entusiasmo de su piloto y no pudo elevarse lo suficiente, cayendo a pocos pasos de la pista. El general Aguilar sacó de la aventura la nariz rota y algunas contusiones, salvando su vida por milagro.»
El Diccionario Porrúa de Historia, Biografía y Geografía de México y las Biografías de políticos mexicanos 1935-1985 de Roderic Ai Camp dicen que Francisco Javier Aguilar González era hidalguense (Ixmiquilpan, 1895; México, D. F., 1972) y en cambio el Diccionario biográfico revolucionario de Francisco Naranjo y el Diccionario biográfico de Nuevo León de Israel Cavazos lo dan por regiomontano y nacido en 1893. Ninguna de esas fuentes recuerda que haya formado filas entre los dorados de Villa, pero sí que era primo hermano de Francisco I. Madero. Llaman la atención el avión particular (¿desde cuándo lo tendría?; ¿dónde lo compró?; ¿lo llevó desde México?) y la independencia del tan arrojado cuanto precipitado propietario y piloto, que cumplió sin embargo muchos encargos diplomáticos luego del de China y Japón (donde no fue Embajador, sino Ministro), pues Francia, Portugal, Suecia, China, Brasil y Argentina lo recibieron como Embajador.
viernes, 20 de julio de 2007
En la casa de Nada, las cigarras
El martes empezaron a zumbar las cigarras. Como en la primavera las flores en los cerezos, brotan en todos los árboles a un tiempo. Una que se adelanta es buena noticia: voz de inminencia, señal de que esperemos. Una espiga es todo el trigo (Octavio Paz: "Refranes") pero una flor no es todos los cerezos. Así las cigarras: de pronto una mañana se desata el escándalo en el pueblo.
Hace poco más de dos años, a fines de junio, de paso en Kobe, decidimos de pronto, porque nos quedaba cerca, visitar la casa de Tanizaki. Una casa rentada de dos plantas en el distrito de Nada, donde vivió apenas dos años, pero que sirvió de modelo a uno de los escenarios centrales de Chijin no Ai y se conoce por eso como "la casa de Naomi". También ocurre ahí Sasame Yuki (que quiere decir "nieve ligera" pero se conoce como Las hermanas Makioka). Tenía, para ser japonesa, muy buen tamaño y la distribución parecía ideal para un escritor. No había nadie, además de la anciana que nos vendió las entradas y luego desapareció sigilosamente, así que nos atrevimos a sentarnos un segundo en el sofá de la biblioteca y luego me arrodillé un momento ante el mínimo escritorio del estudio. Afuera, en el jardín, sonaban las cigarras. No las habíamos escuchado hasta entonces en Kobe, y no volvimos a escucharlas fuera de ahí sino muchos días después, en Tokio.
Luego, el abril siguiente, desmontaron la casa para trasladarla a un parque cercano, en Higashi Nada, donde también planeaban reconstruir la que el propio Tanizaki se había diseñado y que se vino abajo con el terremoto de 1995. No sé si lo han hecho.
jueves, 19 de julio de 2007
Shakespeare, Shínjuku, Shibuya, Sharp, show, she...
Aunque Roberto Alifano recoge el célebre pasaje en El humor de Borges, y a muchos nos ha sacado carcajadas, no es sólo una broma. Las incapacidades fonéticas de los españoles (cada nación tiene las suyas) les impiden pronunciar Atlántico y Shibuya, les alcanzan para decir Alántico y Sibuya (o escribir imbécilmente Chibuya) y les hacen propalar desde el DRAE la especie de que en Japón o algún lugar aun más inverosímil del universo existen el sinto, el sogún y el camicace.
Hace veinticinco años tuve la dicha inapreciable de asistir al momento en que un lingüista latinoamericano, en el curso de una conferencia en El Colegio de México, declaraba impertérrito que "la palabra clutch no se puede pronunciar en español". Era admirable la velocidad con que pasaba de un idioma a otro y de regreso. Por fortuna no todos tenemos que dar esos saltos mortales con la lengua de fuera. No sé si en castellano, pero en español (así se llama la lengua que hablamos la mayoría de los hispanoamericanos) podemos pronunciar tranquilamente Sharp y show y Shakespeare, y por lo tanto shogún y shinto y Shibuya y Shínjuku, como los nativos, y escribir en consecuencia.