R A N A S
El estanque está todo rodeado de cañas y espadañas. Frente a las cañas y espadañas hay una fila de altos sauces, grácilmente agitados por el viento. Más allá, un impasible cielo de verano, y nubes que brillan siempre como fino polvo de cristal. Todo lo cual parece más hermoso en el reflejo de la superficie que en la realidad.
Las ranas cantan incansables todo el día kororo, karara. Se oye un poco y no se escucha sino kororo, karara. En realidad se trata de una discusión encendida, y escucharla no es privilegio de la era de Esopo.
Entre todas, sobre las hojas de las espadañas, una discurría con actitud profesoral.
“¿Para qué existen las aguas? Para que la ranas nademos. ¿Para qué hay insectos? Para que las ranas comamos.”
“¡Hiyaa, hiyaa!”, clamaron con aprobación las ranas, desde todas las plantas y los árboles que refleja la superficie.
En ese momento, la algarabía de kororo karara despertó a una serpiente que dormía al pie de un sauce. Alzó la cabeza adormilada, miró hacia el estanque y se pasó la lengua por los labios.
“¿Para qué existe la tierra? ¿Para qué crecen las plantas? Para algo hay plantas: para darnos sombra a las ranas. ¿No se sigue de ahí que toda la vasta tierra existe para nosotras las ranas?”
“¡Hiyaa, hiyaa!”
Al escuchar por segunda vez las voces de aprobación, la serpiente se estiró de golpe, como un látigo tenso. Luego, reptando poco a poco entre las cañas con un brillo en los negros ojos, espió cuidadosamente el profundo estanque.
La rana, con su gran boca, seguía perorando.
“¿Para qué existe el cielo? ¿Para qué hace falta el sol ahí colgado? ¿Para qué hay sol? Para secarnos la espalda a las ranas. ¿No existe igualmente todo el ancho cielo para nosotras las ranas? Ya el agua y las plantas, y los bichos y el cielo y el sol existen para todas nosotras las ranas. En realidad toda la creación existe para nosotras, no hay lugar a dudas. Quisiera dejar claro esto ante ustedes, señoras y señores, y además expresar mi sincera gratitud a Dios por el conjunto del entero universo que creó para nosotras. Alabado sea Su Nombre.”
Al tiempo que giraban hacia arriba los ojos para mirar al cielo, las ranas empezaron a decir con sus enormes bocas.
“¡Alabado sea Su Nombre!”
No terminaban de decir esas palabras cuando la cabeza de la serpiente apareció de golpe y en un parpadeo atrapó con la boca a la rana elocuente.
“¡Karara, qué cosa!”
“¡Karara, qué cosa!”
“¡Qué cosa, karara, kororo!”
En el ruidoso desconcierto que recorrió el estanque, la serpiente, con la rana en la boca, se escondió entre las cañas. Se diría que desde el primer momento de la Creación no se había producido ahí un alboroto como el que siguió. Entonces oí llorar a las ranas más jóvenes.
“El agua y las plantas, los bichos y la tierra, el cielo y el sol, todo existe para nosotras las ranas. ¿Y qué pasa con la serpiente? ¿La serpiente también existe para nosotras?”
“Eso es. También la serpiente existe para nosotras. Si la serpiente no comiera, las ranas se multiplicarían. Si se multiplicaran, el mundo del estanque se haría más estrecho. De modo que por eso la serpiente ha venido a comernos. Debemos pensar que la rana que fue comida se ha sacrificado por el bien de la mayoría. La serpiente también existe para nosotras. El mundo y todas las cosas que hay en el mundo han sido sin excepción creadas para nosotras. Alabado sea Dios.”
Esa respuesta oí que daban a las ranas más jóvenes.
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