Durante el fude kuyô (筆供養, “funeral de los pinceles”), que se realiza en fechas próximas al cambio del año en diversos templos y santuarios de Japón, los calígrafos y hombre de letras agradecen su servicio y sus dones a los instrumentos de escritura entregándolos al fuego, de mano de los oficiantes y en la solemnidad de los cantos rituales. Dicen que quienes son tocados por el humo mejorarán su escritura. No necesito confesar que el viento no estuvo a mi favor.
La ceremonia se celebra en fecha variable. En el Nikaido (二階堂) de Kamakura, dedicado al poeta, letrado y político de la época Heian Sugawara no Michizane (794-1185/92), el 25 de enero. En el Shogaku-an (正覚庵), subtemplo del Tofukuji, vasto complejo zen de Kioto donde tomé la foto que aparece en esta página, el 23 de noviembre de 2007.
viernes, 30 de noviembre de 2007
Escritura camino a la ceniza
miércoles, 28 de noviembre de 2007
Frente al televisor toda la tarde
一日中テレビの前に濡れ落ち葉
martes, 27 de noviembre de 2007
La hoja, enrojeciendo, va a la flor
Fuimos al Arashiyama, no sólo para ver los momiji sino, sobre todo, para conocer el Nison-in (二村院), donde es fama incierta que Fujiwara no Teika compiló la centena poética conocida como Ogura Hyakunin isshu (pues el templo se encuentra en las faldas del Monte Ogura). En el camino, luego de presentar respetos al santuario de Nonomiya, sobre el que hay tantas referencias en la literatura japonesa, y antes de llegar al Jojakko-in, entramos a un pequeño templo —parecía más bien una residencia privada— que no registran los mapas ni los libros que tengo a mano: el Shukaku-ji. Estaba cerrado pero el jardín, de dimensiones modestas, podía visitarse libremente. Allí vi esta imagen y no pude —yo, que encuentro ridículos a los fotógrafos de flores— resistirme a capturarla: a punto de caer, la hoja, enrojeciendo, toca la flor apenas.
A la vejez, viruelas.
lunes, 26 de noviembre de 2007
Hierbas en el arroyo, a la deriva
Ki no Tsurayuki cita en el prólogo del Kokinshû, entre otros poemas de Ono no Komachi, el que escribió para rechazar la invitación de Fun’ya no Yasuhide a visitar la provincia de Mikawa, a la que partía como gobernador:
わびぬれ ば身をうきくさのねをたえてさそふ水あらばいなむとぞ思ふ
wabinureba mi mo ukikusa no ne wo taete sasou mizu araba inan to zo omou
En la traducción no literal de Carlos Rubio (Kokinshuu, Hiperión, 2005):
Tan triste y sola:
como un alga flotante
sin raíz ni arrimo
a merced de corrientes
que me arrastren y lleven.
En la versión indirecta de Octavio Paz (Versiones y diversiones, Joaquín Mortiz, 1974):
Hierba, me arranca
la desdicha. Yo floto
ya sin raíces.
¡Siguiera al remolino
si me hiciese una seña!
Es difícil contar los ecos de esas palabras en la literatura japonesa, que resuenan ya en un episodio de los Yamato monogatari (951) y todavía en una pieza teatral de Yukio Mishima y dos cintas de Yasujiro Ozu. En dos obras de teatro
姿が 世をも厭 はばこそ。 心こそ厭 へ
sugata ga yo wo mo iya wa bakoso, kokoro koso iya e
Mi forma está en el mundo, mi espíritu se ha ido.
La hierba a la deriva (eso significa ukigusa, más que flotante, si bien se piensa) es pues, en el poema de Ono no Komachi, el cuerpo del que el espíritu se ha ido. El cuerpo, en términos cristianos, desalmado.
domingo, 18 de noviembre de 2007
Todos enrojecidos de repente
No nos pusimos de acuerdo Paco, Sara, la Monse y yo para que el rojo fuera tan importante en las cuatro fotografías de la tarjeta postal que invita a nuestra exposición en la gallery maggot de Osaka. En la mía ocupa casi todo el espacio, y no más porque el guardián del orden, accidente afortunado, entró para convertir la imagen en escena. Lo que está viendo puede verse en esta página.
Aquí hay un mapa para llegar a la galería, que está a sólo 3 minutos a pie de la salida 1 de la estación Showacho de la línea Midosuji del metro: 1–2–4 Shôwachô, Abenoku, Osaka. Del 8 al 16 de diciembre; el 8 es sábado y los cuatro estaremos ahí para brindar con los que lleguen.
martes, 13 de noviembre de 2007
Es sólo una muchacha que pasaba
Cuanto estaba ya en orden y sin gracia: la línea blanquísima del suelo, las ruedas, canastillas y manubrios, esa ropa sin duda bien planchada, y lo que en un instante ocurre: esa mano a la altura del sillín —¡qué importante la uña del pulgar!—, en la otra la bolsa que no pesa, la sandalia en la raya, por supuesto, y ese otro pie en el aire, ese ángulo, esa nada: esa mujer que pasa, que tal vez huye de la cámara, bailando sin saberlo, iluminada. Todo cae en su sitio de repente, pero de qué manera inesperada.
No es el rincón de un bar, hondo en la noche de Nagoya, ni una acera orillándose hacia el alba; no hay alcohol ni tabaco, como en tantas fotos de junku, y esta mujer sin rostro ha de ser tímida, a diferencia de las otras, descaradas. Pero la perfección, la gracia, la luz de lo que pasa, la oscuridad iluminada: eso está en cada foto suya —aunque esta que aquí he puesto, a plena luz del día, nos resulte un instante tan extraña.
sábado, 10 de noviembre de 2007
Olas contra la roca destrozadas
Ninguna entre todas las versiones que he intentado del Hyakunin Isshu me ha dejado tan satisfecho como la de este poema de Minamoto no Shigeyuki; no por su siempre discutible fidelidad sino por el poema resultante:
風をいたみ 岩うつ波の おのれのみ くだけて物を 思ふころかな
kaze wo itami iwa utsu nami no onore nomi kudakete mono wo omou koro kana
Como las olas
que furioso echa el viento
contra las rocas:
así estoy yo, deshecho,
entre mis pensamientos.
Casi todos los comentaristas coinciden en señalar como centro del poema la imagen de la amada inconmovible y dura como una roca, contra la que se estrella la pasión que arrebata al enamorado, pero en mi traslado la atención se enfoca en el agua, imagen de esa pasión. Lo mismo ocurre en el grabado de Ichiyusai Kuniyoshi (Edo, 1797—Tokio, 1861), pero en su visión el desplazamiento es aun mayor y acaba por invertir la lectura normal del poema pues las olas, símbolo de la pasión del hombre, cobran en ella forma de mujer. Kuniyoshi, con la libertad con que durante siglos han interpretado los artistas japoneses a sus clásicos, recreándolos para crear obras autónomas, pinta no lo que el poema dice sino lo que acaso todo amante, y entre ellos el que habla en el poema, siente con claridad al pensar en la amada: mi pasión tiene esta forma.
jueves, 8 de noviembre de 2007
Al salir de la escuela y sin saberlo
¿Qué me emociona en esta fotografía? Aprecio, desde luego, la perfecta composición, el delicado equilibrio de luces y sombras, la geometría del escenario, abstracto de no ser por los árboles y, claro, esas figuras que entran graciosamente en escena, como si ejecutaran, con ligereza y precisión, una coreografía bien sabida. Me gusta el ideograma que trazan en el aire y la alegría en los rostros. Me conmueve, sin duda, el contraste entre la efímera intensidad de ese momento y el mudo escenario irrelevante, que permanecerá. O tal vez sea sobre todo otra cosa: la certidumbre de que todo eso, el modesto milagro de la escena, ellos ni siquiera lo han visto. Ni falta que les hace.
La fotografía es del portentoso utoutokumasan.
lunes, 5 de noviembre de 2007
Borra la luna el ritmo de la lluvia
Esta mañana, hojeando distraidamente la antología de Shirane, caí en este hokku de Shinkei (1406 – 1475), uno de los más destacados autores de renga:
聞くほどは 月を忘るる 時雨かな
kiku hodo wa tsuki wo wasururu shigure kana
Al escucharlo
te olvidas de la luna:
breve chubasco.
Es, apenas hace falta decirlo, un poema de otoño, estación de grandes lunas y breves chubascos. A juzgar por las reseñas, parece bueno el libro de Esperanza Ramírez–Christensen, Heart's Flower. The Life and Poetry of Shinkei, que no conozco todavía.
Háblanos de tu viaje. ¿Cómo es Japón?
—Los viajeros que regresan tienen el difícil deber de contar qué han visto.
Por eso siempre los he compadecido —dice Eugenia.
—Tienes razón —dice Anselmo, girando una silla para mirar directamente a
Eugenia—. Pero yo no pensaba regresar. Mi decisión era otra.
—¿Qué habías decidido?—pregunta Delia.
Fray Alberto contesta rápidamente en vez de Anselmo:
—Irse a un monasterio budista en Japón. !Imagínate!
—¿Es cierto?
—Sí. Desgraciadamente es cierto—contesta Anselmo.
[...]
—Y ahora tienes que cumplir tu deber. Háblamos de tu viaje. ¿Cómo es Japón?
—pide Eugenia.
—Está lleno de japoneses —contesta rápidamente Anselmo.
El pasaje da una idea bastante precisa de la presencia de Japón en la narrativa mexicana del siglo XX.
domingo, 4 de noviembre de 2007
Imagen de Japón para ojos diplomáticos
En El alba llama a la puerta (1966), Jorge Carrera Andrade (Quito, 1903–1978) incluyó un curioso poema que evoca su experiencia de Japón, donde pasó tres años como Cónsul General del Ecuador, a fines de los años treinta:
Islas niponas
Tomo con los palillos un corazón enano
entre granos de arroz que ríen con sus dientes minúsculos
a la sombra de los pinos marítimos
que vieron llegar por las olas la estatua del dios
y por las nubes la barca del hombre
fundador de dinastías.
Los sacerdotes de cabeza rapada
llevan el dosel del cielo
cerca del templo de laca
vacío hasta las lágrimas de cera.
Los santos hombres de Zen se refugian en un islote
para ver la caída de la hoja,
lengua de lo alto.
Los mendigos engañan su hambre tocando la flauta.
Al ocaso, el sol mira de reojo
las ventas de pescado momificado.
Las luces de Ginza tiemplan en la red de las constelaciones
mientras las anguilas recorren la tierra
en busca de los lagos nupciales.
Ningunos ojos más llenos de amor humano
que los de la joven manchú sobre las esteras
ante el cuerpo del extranjero comprador de caricias.
Kioto, Kamakura, Karuizawa:
miles de años han madurado la civilización de madera
contemplada con una sonrisa enigmática
por la inmensa estatua del dios de bronce
hueco como una campana
en espera de los tifones oceánicos
que dejarán sólo un esqueleto de pez sobre la arena.
Zen: mira mi mano flácida. Soy un hombre de Zen.
No tengo otro cuenco de arroz de la luna.
Sin embargo en mi corazón reverdece la sabiduría
como un limonero enano
y en mi paladar se redondea la palabra
antes de salir a deshacerse en el aire.
Nada más ajeno al zen que la estrofa final, vana de una elocuente sabiduría que reverdece sin embargo de la pobreza (no tanta que no alcanzara para pagar amores manchúes, sin embargo). Pero es que el poema no pertenece al género filosófico, sino al de la estampa turística, como revela el verso “Kioto, Karuizawa, Kamakura”. Además de la ka inicial, el único rasgo común en esas tres palabras, variablemente misteriosas para el extranjero y evocadoras para el diplomático en retiro de una civilización milenaria, es el de nombrar destinos turísticos. Entre Kioto y Kamakura, antiguas capitales de Japón y cuna de momentos peculiares de la civilización, Karuizawa, un lugar de veraneo popular entre los diplomáticos porque, sobre ser fresco en verano y nevado en invierno, tiene un aire muy europeo desde que el misionero Alexander Croft Shaw lo puso de moda a fines del siglo XIX.
Yasunari Kawabata y Yukio Mishima se retiraban a veces a escribir al hotel Manpei de Karuizawa, pero el único escritor del que recuerdo haber visto ahí una fotografía —y enorme— es John Lennon, que apreciaba el piano del comedor, al otro lado del vitral que se ve en la foto de esta página.