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lunes, 25 de mayo de 2009

No todo es la joya en el vestido

Habíamos ido, en lo más alto del verano, al Shimogamo Noryo Furuhon Matsuri 下鴨納涼古本まつり, la feria de libros de segunda mano que los libreros anticuarios de Kioto organizan cada año en el bosque que rodea al Santuario de Shimogamo, 糺ノ森 Tadasu no mori. Un lugar venerable por muchos motivos —escenario del Genji, motivo de poemas, ocasión de leyendas—, pero vale más la pena la Feria del Libro Antiguo de Primavera, que se despliega no a la sombra de los árboles sino bajo el techo del Miyako Messe, a pocos pasos del Santuario de Heian.
           Tres horas apenas para recorrer a medias los pasillos. Había, por supuesto, libros: de bolsillo y de vitrina, populares y exquisitos, mínimos y desmesurados, nacionales sobre todo pero también de ultramar, casi regalados e inaccesibles, todos más o menos usados y más o menos viejos: de pocos años y de más de un milenio, de cincuenta yenes y de un millón. También enciclopedias y revistas, grabados occidentales y orientales, carteles y mapas y tarjetas postales, emaki y ukiyoe y otsue, abanicos y conchas y monedas y tablillas de bambú, y otras cosas distintas del papel y en las que también se escribe aquí, como granos de arroz y pastillas de incienso. Había tal vez ex libris, pero no nos dio tiempo de buscarlos.



Me entretuve en el puesto de la Librería Tani que exhibía una copia milagrosamente exacta del Nishi-Honganji-bon Sanju-rokunin-shû 西本願寺本三十六人家集, la antología de los Treinta y seis poetas inmortales, Sanjûrokkasen, primer impreso en tsugigami, del siglo XII, que se cuenta por la calidad del papel y la caligrafía entre las grandes obras de la cultura Heian.

Horiguchi

Pero estuve sobre todo mucho tiempo hojeando, en los libreros de Hagi, dos preciosos volúmenes de traducciones de Daigaku Horiguchi: su versión de Le bateau ivre y una antología de poesía francesa. Horiguchi, poeta mayor y principal introductor de la poesía francesa en Japón, vivió el final de su adolescencia en México, donde su padre encabezaba la legación diplomática. Simpatizó con Madero y cruzó la Decena Trágica, a la que dedicó páginas de sus memorias. Aprendió francés, empezó a escribir poesía y frecuentó los burdeles. (En sus versos mexicanos, que hablan de putas y nopales, llora un niño abandonado por el poeta: luego lo habrán llamado Chino.)

Grabados

Nada de eso nos trajimos, sin embargo. Apenas los dos grabaditos que aquí se ven, una vieja revista de cine en homenaje a Yasujiro Ozu que reproduce algunos de sus guiones principales y poco más. Lo importante, como saben y sabía Gensei, es la inminencia que lo imanta todo.
VOY A KIOTO Y ME PIERDO EN EL MERCADO

Me gusta leer libros: soy de esos,
cien autores me esperan todo el tiempo.
Corté mis otros lazos con el siglo
pero este no puedo interrumpirlo.
Siempre con la esperanza de un hallazgo
voy a Kioto y me pierdo en el mercado.
Igual que aquel ladrón ante el tejido,
ya no advierto ni el polvo ni el gentío.
Por las nueve avenidas que palpitan
mi espíritu se aclara, agua tranquila,
y vislumbro tesoros donde miro
—no todo es la joya en el vestido.

Gensei (1623–1668)
El poema alude a una historia china. La policía había capturado a un ladrón que intentaba robar una gran pieza de brocado en un mercado atestado, y cuando le preguntaron por qué lo había hecho respondiò: “No vi la gente, vi solo el brocado.” “La joya en el vestido”: es, en los sutras, la naturaleza del Buda.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Estuviste conmigo quince años


2008 Matsuyama, originally uploaded by Marisa y Angel.


Estuviste conmigo quince años,
sirviéndome de apoyo en mis paseos:
por la ciudad en flor, tarareando;
bajo la luna, en montes de frontera.
No cumplo todavía los cuarenta
y ya soy menos músculos que huesos.
Puedo ahorrarme la capa y el sombrero,
pero no andar sin báculo un instante.
Y resulta que al pie de la escalera
vino a quebrarte en dos un paso en falso.
No eres ropa, no puedo remendarte,
ni tienes cuerdas que ponerte nuevas.
Se te nota la edad, palo reseco,
y en qué frágil materia te formaron.
Miro este mundo nuestro en el que todo
lo que tiene una forma se deshace
“lo mismo que el rocío y el relámpago”,
según dicen que Buda predicaba.
¿Quién podría dudar que es la verdad?
Hasta el cielo y la tierra tienen término.
Hay por suerte bambú, verde y pujante,
para apoyar mis huesos y mis nervios.
Formaré de una caña mi cayado
para llegar a la estación de término.



* * *

El monje Gensei (1623–1688), escribió estos versos cuando el muchacho que era su sirviente se paró sobre su bastón y lo quebró. La frase entre comillas es del Sutra del Diamante.

sábado, 25 de abril de 2009

El paisaje es ahora muy distinto

He traducido antes, aquí y en otros sitios, varios poemas del monje Gensei (1623-1688), de la escuela Nichiren. El que publico ahora no interesará a muchos pero me conmueve por razones personales: describe un paisaje cuyas coordenadas puedo ver desde las ventanas del edificio en que trabajo. No he averiguado dónde está la Cueva del León, pero el Monte Ikoma, a cuyos pies practicaba la caza la aristocracia Heian en campos reservados (Kin’ya), es uno de los límites del paisaje desde mi cubículo. El río Yodo, ya se sabe, está a unos pasos, lo mismo que el Amano. Nagisa es lo que hoy se llama Gotenyama: fue lugar imperial de hanami para el príncipe Koretaka, según sabemos por el Ise monogatari. (No hay que confundir, por cierto, el Templo de Ise del título, que se encuentra en Takatsuki, al otro lado del río Yodo, con el Gran Santuario de Ise.)


LO QUE VI AL VISITAR EL TEMPLO DE ISE

Tiende otra vez sus rayos el sol de la mañana,
ya amarillas las cumbres de la verde montaña.
Ha pasado el chubasco y el Monte Ikoma surge,
oculta aún la Cueva del León entre las nubes.
Allende el río Yodo, más lejos el Amano,
uno a otro hacia Kin’ya se suceden los campos.
Dicen que hubo antaño en Nagisa un Albergue:
¿por quién florecen hoy sus cerezos de nieve?