Nada más que un reflejo, con nitidez de sueño,
en el agua impasible: carpas rojas, translúcidas,
sobre el muro de láminas de hierro corrugado,
renegrido de hollín, ya tocado de herrumbre.
Unos peces sin cuerpo en un agua sin límites,
el tiempo suspendido y el mundo abandonado
de un suburbio fabril la tarde de un domingo.
Qué extraña claridad, qué difusa inquietud.
Así son las imágenes de Ota, fotógrafo de Kanagawa:
transparencia y opacidad, maravilla y desasosiego.
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