K Ô Y A - S A N
Muy arriba, muy lejos encaramado encontrarán un pueblo de piedra, un pueblo gris que se amontona bajo las criptomerias y los helechos gigantes. Un pueblo impávido y frío, que no se mueve. O que ya no se mueve. Definitivo. Sentado en los escalones del infinito. Se tienda o se quiebre, no es cosa que le concierna. Se diría ocupado en mascar y escupir la neblina, indiferente a los desórdenes de sus cimientos y al tumulto del mundo. ¿Pero sólo la voz de los gongs —burbujas cobrizas que suben del fondo de los años y vienen a morir aquí en el silencio—, sólo la voz de los gongs habla del mundo?
Se accede a su ámbito a través de un valle bordeado por la inutilidad de las linternas vacías y los altares sin ofrenda. Al otro lado el pensamiento alimenta grandes cuervos piojosos. Por él roban. Le entregan dócilmente, para compartirlas, la paja y la corteza insanas del más allá.
Hace años colaboré en la tradución de un librito precioso de Claude–Michel Cluny, hoy inconseguible: Los Osoletas (Ediciones Heliópolis, México, 1995). Esta página pertenece a sus Poèmes du fond de l’œil. Tomé la foto en Kôya-san el 4 de abril de 2004.
1 comentario:
El relato, más que un cuadro, casi podría pasar por una fotografía. Una lástima que no se encuetre disponible el libro.
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