YUGAO
Es más clara esta noche. Hace más frío.
La nueva media luna va entre nubes,
y el olor entrañable de la tierra
seca bajo la escarcha colma el aire.
Es más quieta tan noche la quietud,
nada se mueve al fin y nada suena
y aun los trenes de carga en la distancia
dejaron de pasar. Salí
a la noche ominosa,
al jardín tumultuoso
de invisible, impalpable
agitación. Bajo los árboles
no respiraba el aire. En las alturas
se hundía el viento con la luna
a través de las nubes pasajeras.
Me parecía estar de pie en el centro
de una tragedia incomprensible,
tal si la frágil concha de la noche
a un mundo doble de éste se rasgara,
tal si algo atado a la tierra
con su propia violencia glamorosa
a mi lado en la sombra combatiera.
En noches como esta los guerreros
jóvenes de otros tiempos cobran forma
en las piezas del Noh, y acaso alguna
angustiada muchacha imaginaria,
la Duquesa de Amalfi, Electra,
como un cisne en el hielo se debate,
sale de la imaginación
hacia un cuerpo, a mi lado,
más allá del reojo;
o acaso algunos viejos celos,
algún odio olvidado
busque aún carne para echarse a andar.
Si es así, no puedo verla. Puedo
llamar, es claro al ojo del espíritu,
a tu brillante cabeza dormida, anidada
en su almohada, y tu cara, segura
y tranquila lo mismo
que tu aliento. Paseas por tus sueños,
tu amor por mí te cuida.
ESPEJO VACÍO
Mientras estemos perdidos
en un mundo de intenciones
no somos libres. Me siento
en mi choza de diez pies.
Trinos. Zumbidos. Las hojas
se balancean. El agua
murmura sobre las rocas.
Me ha atrapado la cañada.
Si me moviera, la rana
se echaría al viejo estanque.
El verano fue de hojas
de laurel, oro en el aire.
Hoy una hoja de arce
me tuvo atento, flotaba
en el estanque. De noche
me quedo viendo las llamas.
Vi antes ciudades de fuego,
pueblos, palacios, batallas,
aventuras heroicas:
muchacho ante la fogata.
Ya no veo sino el fuego.
Respiro, tranquilamente.
Giran arriba los astros.
En la clara oscuridad
queda un leve fulgor rojo
de brasas. En la mesa
hay una piel de serpiente
y una piedra sin cortar.
Es más clara esta noche. Hace más frío.
La nueva media luna va entre nubes,
y el olor entrañable de la tierra
seca bajo la escarcha colma el aire.
Es más quieta tan noche la quietud,
nada se mueve al fin y nada suena
y aun los trenes de carga en la distancia
dejaron de pasar. Salí
a la noche ominosa,
al jardín tumultuoso
de invisible, impalpable
agitación. Bajo los árboles
no respiraba el aire. En las alturas
se hundía el viento con la luna
a través de las nubes pasajeras.
Me parecía estar de pie en el centro
de una tragedia incomprensible,
tal si la frágil concha de la noche
a un mundo doble de éste se rasgara,
tal si algo atado a la tierra
con su propia violencia glamorosa
a mi lado en la sombra combatiera.
En noches como esta los guerreros
jóvenes de otros tiempos cobran forma
en las piezas del Noh, y acaso alguna
angustiada muchacha imaginaria,
la Duquesa de Amalfi, Electra,
como un cisne en el hielo se debate,
sale de la imaginación
hacia un cuerpo, a mi lado,
más allá del reojo;
o acaso algunos viejos celos,
algún odio olvidado
busque aún carne para echarse a andar.
Si es así, no puedo verla. Puedo
llamar, es claro al ojo del espíritu,
a tu brillante cabeza dormida, anidada
en su almohada, y tu cara, segura
y tranquila lo mismo
que tu aliento. Paseas por tus sueños,
tu amor por mí te cuida.
ESPEJO VACÍO
Mientras estemos perdidos
en un mundo de intenciones
no somos libres. Me siento
en mi choza de diez pies.
Trinos. Zumbidos. Las hojas
se balancean. El agua
murmura sobre las rocas.
Me ha atrapado la cañada.
Si me moviera, la rana
se echaría al viejo estanque.
El verano fue de hojas
de laurel, oro en el aire.
Hoy una hoja de arce
me tuvo atento, flotaba
en el estanque. De noche
me quedo viendo las llamas.
Vi antes ciudades de fuego,
pueblos, palacios, batallas,
aventuras heroicas:
muchacho ante la fogata.
Ya no veo sino el fuego.
Respiro, tranquilamente.
Giran arriba los astros.
En la clara oscuridad
queda un leve fulgor rojo
de brasas. En la mesa
hay una piel de serpiente
y una piedra sin cortar.
* * *
Estos dos poemas de Kenneth Rexroth evocan obras célebres de la literatura japonesa. El primero se refiere a Yugao, una amante del príncipe Genji que aparece en el capítulo cuarto de la novela y que muere pronto, víctima del espíritu vengativo de la vieja Rokujô. El segundo se refiere al Hôjôki, al que ya me he referido aquí, y al más célebre de los poemas de Matsuo Bashô, que no necesito citar.
3 comentarios:
Me gusta la suave musicalidad de los poemas que hoy compartes, y esa sensación en el aire de melancolía flotante... Creo que me demandan más de una lectura y relectura... Gracias...
Essa musicalidade sincera do movimento das coisas simples. Os elementos despidos, frágeis e transparentes que se tornam permeáveis aos sentidos. Um retrato de cor cinza, iluminado por um feixe de luz ténue. Transporta ainda, um aroma de saudade.
Dois poemas de beleza absolutamente fiel à imagem do “margem del yodo”.
Atinada dosis de poesía,
saludo
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