La lista de Translations of Classical Japanese Works publicada por la Universidad de Meiji Gakuin registra diecisiete traducciones del Hôjôki (siete al inglés, tres al alemán, dos al francés, una al español, checo, esperanto y japonés moderno) y olvida por lo menos dos. A lo largo de los años he leído seis versiones inglesas y dos francesas de esa crónica de calamidades redactada por Kamo no Chômei en 1212, aparte de la recreación en verso de Basil Bunting (y su traducción por Aurelio Major). Con todas ellas y el casi mudo original delante, inicié a fines de 1997 una versión española que decidí felizmente abandonar cuando apareció la de Jesús Carlos Álvarez Crespo en la editorial Hiperión. Entre mis borradores había uno que intentaba los alejandrinos:
Fluye incesante el río, nunca es la misma el agua,
la espuma en el remanso se disuelve y se forma
cada instante. Y así los hombres y sus casas.
Lo cual traduce con bastante fidelidad el primer apartado del libro pero, aunque sigue casi linealmente sus palabras, les da una forma del todo ajena al original. Al anotar esas líneas espontáneas, me vinieron a la mente las iniciales de East Coker: "In my beginning is my end. In succession/ Houses rise and fall..." Y se me hizo de inmediato evidente que el traductor idóneo del clásico japonés a nuestra lengua sería José Emilio Pacheco, autor de una versión maestra de los Four Quartets y cuya propia poesía es tan afín a la del Hôjôki, una meditación sobre el carácter efímero de los hombres y sus obras que influyó en Matsuo Bashô, al que ha traducido Pacheco.
La prosa del eremita es una crónica en la que los acontecimientos fundamentales son el incendio de 1177, poco después de la muerte de su padre; el vendaval de 1180; el traslado de la capital a Fukuhara, el mismo año; la hambruna de los dos años siguientes; el gran terremoto de 1185. El título no alude a esos eventos; Hôjôki quiere decir "Relato desde una choza", y la meditación de Kamo no Choomei tiene el espacio de nueve metros cuadrados de esa choza como último centro. Casi al final del libro leemos:
No apegarse a las cosas, fue la lección de Buda.
Pero adoro esta choza. Es pecado. Deseo
paz y serenidad: esa es mi atadura.
¿Qué nos lleva en esa prosa a los versos? Según Bunting, Chômei "se propuso un poema más o menos elegiaco pero no tuvo el tiempo ni quizá, a sus años, la energía para inventar lo que en Japón hubiera sido una forma completamente nueva, ni para condensar adecuadamente su material"... como haría por suerte Bunting pasado el tiempo, para mayor gloria de Occidente. Pedanterías aparte, es significativo que, como señala Donald Keene, el Hôjôki no mencione la lucha devastadora entre los clanes Taira y Minamoto, el gran hecho político de su época. Antes que las catástrofes históricas de que da cuenta el relato, importa la experiencia personal del autor: su experiencia del tiempo, que es hondamente rítmica. Los párrafos del Hôjôki giran como estrofas y la visión de la vanidad del mundo vuelve como un ritornelo entre las catástrofes.
Algunos especialistas arguyen, para escándalo de los más tradicionales, que el apego de Chômei a las enseñanzas de Buda es poco o es irónico, y discuten si ello es signo de mayor o menor pesimismo. Con excepción de Bunting, que leyó el texto en italiano, todos coinciden en que se trata de una pieza maestra de la prosa japonesa. Me atrevo a suponer que el valor principal de esa prosa está justamente en unas propiedades rítmicas que la lengua original puede lograr en prosa pero que en los versos imaginados por Bunting hubiera resultado cacofónico. Nuestras lenguas reservan esas magias para el verso.
El traductor de la versión más reciente del Hôjôki a nuestra lengua es un hispanista japonés, graduado de la Universidad de Estudios Extranjeros de Osaka, y diplomático de carrera: Masateru Ito, que fue embajador en Venezuela y a quien se debe la versión japonesa de las Cartas de Relación de Hernán Cortés. Su notable versión, “interpretando la intención esencialmente poética del autor”, fluye en verso libre:
La corriente del río
jamás se detiene,
el agua fluye
y nunca permanece
la misma.
Las burbujas que flotan
en el remanso
son ilusorias:
se desvanecen, se rehacen
y no duran largo rato.
Así son los hombres
y sus moradas
en este mundo.
3 comentarios:
Ese último poema acerca del río, ¿es de Fujiwara no Teika?
No. Es un fragmento del libro de Kamo no Chômei al que se refier la nota.
No. Es un fragmento del libro de Kamo no Chômei al que se refier la nota.
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