jueves, 17 de enero de 2008

Aquello que destruyen los sirvientes

Dice Borges en una nota de 1938 que celebra la traducción del Shi King o Libro de los Cantares publicada por Arthur Waley:

Hacia 1916 resolví entregarme al estudio de las literaturas orientales. Al recorrer con entusiasmo y credulidad la versión inglesa de cierto filósofo chino, di con este memorable pasaje: “A un condenado a muerte no le importa bordear un precipicio, porque ha renunciado a la vida”. En ese punto el traductor colocó un asterisco y me advirtió que su interpretación era preferible a la de otro sinólogo rival que traducía de esta manera: “Los sirvientes destruyen las obras de arte, para no tener que juzgar sus bellezas y sus defectos”. Entonces, como Paolo y Francesca, dejé de leer. Un misterioso escepticismo se había deslizado en mi alma.
    
      Cada vez que el destino me sitúa frente a la “versión literal” de alguna obra maestra de la literatura china o arábiga, recuerdo ese penoso incidente…


Valga como prólogo a la página de los Uji monogatari publicada ayer y que el improbable lector verá como continuación de esta, pues está página abajo. Nada se escribe de abajo para arriba.

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