domingo, 20 de enero de 2008

Muéstreme el pasaporte, chaparrito

En el número más reciente de Letras Libres, Rafael Lemus, comentando el Diccionario crítico de la literatura mexicana (1955–2005) de Christopher Domínguez Michael, dice: “Generosa pero injustificada es su decisión de incluir, en un diccionario de literatura mexicana, las figuras de Roberto Bolaño, Luis Cernuda, Gabriel García Márquez, Augusto Monterroso y Fernando Vallejo”.
           Lo injustificado es el reparo, si el Diccionario —que no hemos visto— es de literatura mexicana y no sólo de escritores mexicanos, y lo es particularmente en el caso de Monterroso. El escritor guatemalteco u hondureño, tanto da, vivió en México desde 1944, cuando tenía veintiún años, hasta 2003, año de su muerte. Escribió y publicó toda su obra en ese país, donde él mismo fue editor, y en esa calidad, pero también como conductor de talleres literarios y como el autor influyente que fue, ejerció un magisterio cuyas huellas pueden rastrearse en la obra de muchos. Su participación en la vida literaria mexicana fue al mismo tiempo discreta y decisiva, y dar cuenta de ello no es cuestión de generosidad, sino de mera responsabilidad.
           Generosidad, la de nuestra amiga Ayano Hattori, traductora de La oveja negra y otras fábulas, que hace poco inició un blog dedicado a comentar detalladamente cada una de las páginas del libro: モンテロッソを楽しむ (“Disfrutando a Monterroso”).

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